Volando por el aire con toda facilidad

Cuando llegamos a la oficina de Cary, la recepción se encontraba desierta. No me sorprendió en absoluto; dudo mucho que Cary quisiera que Lacey oyera esta conversación. Nuestras pisadas resonaron mientras cruzábamos el suelo de madera.

– ¡Hola! -Saludó la voz de Cary desde su oficina del primer piso-. ¡Enseguida estoy con ustedes!

Enfilé hacia las escaleras, seguida de cerca por Savannah. Un crujido de papeles se oyó en la oficina de Cary, seguido por el chirrido de su sillón.

– Lo lamento -dijo, todavía oculto de mi vista-. Me temo que no hay recepcionista los domingos. Mi esposa no… -Salió de su oficina y parpadeó-. ¿Paige? ¿Savannah?

– ¿A quién esperabas?

Volvió a desaparecer en su oficina. Le seguí y le hice señas a Savannah de que hiciera lo mismo.

– A un nuevo cliente -respondió Cary-. Pero no vendrá hasta las diez y media, así que supongo que puedo concederos algunos minutos. Lacey me dijo que anoche pasasteis por casa. Al parecer estrellé mi coche contra el tuyo en la calle State. Sí, fui al centro para recoger algo de la tintorería. No puedo decir que recuerde haber chocado contra nada, pero sí vi un raspón en el parachoques delantero. Por supuesto, lamento muchísimo…

– Basta de gilipolleces. Sabes perfectamente qué hiciste. Si me llamaste y me hiciste venir para ponerme excusas, no quiero escucharlas.

– ¿Yo te llamé y te hice venir? -Frunció el entrecejo mientras se instalaba en su sillón. Estudié su cara en busca de alguna señal de encubrimiento, pero no hallé ninguna.

– Tú no me llamaste, ¿verdad? -dije por fin.

– No, yo… bueno, desde luego, iba a llamarte…

– ¿Dónde está Lacey?

Las arrugas de su frente se hicieron más profundas.

– En la iglesia. Esta semana le toca ayudar al reverendo Meachan a prepararlo todo.

– Es una trampa -murmuré. Miré a Savannah-. Tenemos que salir de aquí. Ya.

– ¿Qué está sucediendo? -preguntó Cary y se puso de pie.

Empujé a Savannah hacia la puerta, pero después lo pensé mejor y la situé detrás de mí antes de seguir avanzando. Ella se agarró de mi brazo.

– Ten cuidado -murmuró.

Correcto. Salir disparadas hacia la puerta probablemente no era la mejor idea. Yo tenía muy poca experiencia en echar a correr y luchar por mi vida. Savannah ya tenía demasiada.

Después de colocar a Savannah a mis espaldas, avancé muy lentamente hacia la puerta, me apreté contra la pared y espié hacia el corredor. Estaba vacío.

– ¿Pasa algo? -preguntó Cary.

Tomé a Savannah de la mano. Arrastrándola tras de mí, me aventuré a salir al corredor. Fuimos caminando de lado a lo largo de la pared en dirección a la escalera. A mitad de camino me detuvo y escuché. Silencio.

– ¿Tenéis algún problema? -La voz de Cary flotó desde su oficina y resonó en el pasillo.

Me deslicé de nuevo hacia la oficina y cerré la puerta; después lancé un hechizo de cerrojo para trancarlo desde dentro. No necesitaba haberme molestado. Era obvio que Cary no tenía ninguna intención de arriesgar el pescuezo, y eligió en cambio quedarse sentado detrás del escritorio y hacerse el tonto.

El corredor estaba flanqueado por hileras de puertas cerradas, con las escaleras a lo largo de la pared izquierda. Hice señas a Savannah para que me siguiera, atravesé el pasillo con rapidez y me di la vuelta para que mi espalda quedara contra la otra pared. De nuevo me deslicé de lado, esta vez deteniéndome a sesenta centímetros de la escalera.

– Aguarda -me susurró Savannah.

Le pedí por señas que se callara y me incliné hacia la escalera. Savannah se cogió de mi manga y me tiró hacia atrás y después me hizo señas de que me agachara o me inclinara antes de mirar hacia afuera. Está bien, tenía sentido, en lugar de asomar la cabeza exactamente en el lugar en que alguien esperaría verla. Me acurruqué y miré hacia abajo por el hueco de la escalera. Vacía. Escruté la sala de espera del piso de abajo. También vacía. A un metro y medio de la base de la escalera estaba mi meta: la puerta principal.

Cuando me eché hacia atrás alcancé a vislumbrar un reflejo de luz de sol, me paralicé y volví a mirar. La puerta estaba abierta unos tres centímetros o más. ¿Savannah la había dejado abierta cuando entramos?

La miré.

– Cúbrete -le susurré en voz muy baja.

Los labios de Savannah se tensaron y el desafío brilló en sus ojos. Antes de que tuviera tiempo de abrir siquiera la boca, la miré a los ojos.

– Cúbrete ahora -le dije.

Otro resplandor de furia; después, bajó los párpados. Sus labios se movieron y, cuando terminaron de hacerlo, había desaparecido. Era invisible. Siempre y cuando no se moviera, nadie podría verla. Hice una pausa de un segundo para asegurarme de que seguía estando a cubierto y después salí a la escalera.

Descender me llevó una eternidad. Un paso abajo, pausa, escuchar, agacharme y mirar, otro paso abajo. Bajar por una escalera es más peligroso de lo que os imagináis. Si esa escalera está encerrada, como lo estaba ésta, entonces alguien de pie en el nivel inferior la vería a una mucho antes de que una pudiera verlo. Por eso necesitaba detenerme, agacharme y mirar. Eso me hacía sentir más segura, aunque dudo que me hubiera salvado si alguien me esperaba abajo con una pistola en la mano.

En realidad, a mí no me preocupaban demasiado las armas de fuego; los sobrenaturales no suelen usarlas. Si Leah estaba allí abajo, era más probable que empleara telequinesis para controlar los pies que me sostenían y arrastrarme hacia abajo por las escaleras, rompiéndome la columna para que siguiera viva, pero quedara tendida en el suelo, paralizada, cuando ella me aplastara con un mueblearchivo que volase por el aire. Mucho mejor que un simple tiro. Desde luego.

Cuando finalmente llegué abajo, me lancé hacia el pomo de la puerta. Lo agarré, tiré de él… y casi me di de cara contra el cristal cuando la puerta no se movió. Cuando recuperé el equilibrio miré en todas direcciones y volví a tirar del pomo. Nada. La puerta seguía entreabierta unos tres centímetros pero ni se abría ni se cerraba. ¿Un hechizo de barrera? No lo parecía, pero por si acaso lancé un conjuro que rompe las barreras. No sucedió nada. Aferré el borde de la puerta. Mis dedos pasaron a través del espacio sin ninguna resistencia, pero no logré abrirla. Lancé un hechizo para abrirla. Nada.

Tenía plena conciencia del paso del tiempo, de haberme convertido en un blanco fácil al estar allí parada, a plena vista de todos, tirando de la puerta, mientras Savannah permanecía escondida en el pasillo del piso de arriba, sin duda perdiendo la paciencia. Después de un último intento de romper hechizos, apoyé la espalda contra la pared para recuperar el aliento.

Estábamos atrapadas. Realmente atrapadas. Ahora en cualquier momento, Leah y Sandford y sólo Dios sabía qué otra clase de sobrenaturales llegarían y nosotras…

¡Por el amor de Dios, Paige, reacciona! La puerta delantera está atrancada. ¿Y qué? ¿Qué me dices de las otras puertas? ¿Qué me dices de las ventanas?

Alcancé a vislumbrar luz de sol a través de la puerta que había detrás del escritorio de Lacey. Manteniéndome siempre cerca de la pared, avancé algunos pasos hacia la izquierda para poder ver a través del marco de la puerta. Conducía a una amplia sala de reuniones, detrás de la cual había una larga serie de puertas que daban al patio.

Me agaché y atravesé la habitación como una exhalación. Después fui avanzando muy lentamente a lo largo de la pared opuesta en dirección a la puerta. Al deslizarme en la otra habitación, una sombra cruzó el piso iluminado por la luz del sol. Me escondí detrás de un sillón sin animarme casi a respirar, sabiendo que ese sillón no era un buen escondite porque no me ocultaba del todo. Entonces lancé un hechizo de protección.

La sombra volvió a moverse sobre el suelo. ¿Acaso ya me habían descubierto? Miré hacia la izquierda, procurando mover solamente los ojos. La sombra regresó. Al darme cuenta de que era demasiado pequeña para pertenecer a una persona, levanté la vista y vi hojas que se mecían con el viento justo del otro lado de las puertas que daban al patio.

Cuando comenzaba a salir de detrás del sillón oí pasos en la entrada. Volví a ocultarme y lancé otro hechizo de protección. Los pasos giraron hacia la izquierda, se alejaron, regresaron, se dirigieron al extremo derecho, prácticamente se desvanecieron y luego volvieron. Sin duda revisaban las habitaciones. ¿Ahora vendrían hacia mí? Sí… No… Se detuvieron. Un ruido de zapatos que caminaban rápidamente. Pasos que se hacían cada vez más fuertes.

Cerré los ojos y preparé un hechizo de bola de fuego. Cuando una forma se movió a través de la puerta, lancé la bola. Una esfera encendida voló desde el cielo raso. Me tensé, lista para echar a correr. Cuando la bola cayó, la intrusa pegó un grito y levantó los brazos para protegerse. Al ver su cara, corrí desde mi escondite y la saqué de la trayectoria de la bola de fuego. Las dos caímos juntas al suelo.

– Me prometiste enseñarme ese hechizo -dijo Savannah al soltarse de mis brazos.

Le tapé la boca con una mano, pero ella la apartó.

– Aquí no hay nadie -dijo-. Lancé un hechizo sensor.

– ¿Dónde lo has aprendido?

– Tu madre me lo enseñó. Es de cuarto nivel… Tú no puedes hacerlo. -Calló y después agregó algo a manera de consuelo-: Todavía.

Inspiré profundamente.

– Está bien. Bueno, la puerta delantera está atrancada, así que pensaba intentarlo con éstas -dije e indiqué las que daban al patio-. Es probable que también estén atrancadas, pero podríamos romper los cristales.

Una vez más avanzamos pegadas a la pared por si alguien de afuera estaba mirando hacia adentro. Cuando llegué a las puertas miré fuera. El patio se abría a un pequeño jardín, pero sin césped, cubierto con ladrillos rodeados de plantas perennes. Al extender la mano para coger el pomo, una sombra osciló a lo largo del cerco de tejos que había en el extremo más alejado del patio. Pensé que se trataba de otra rama de árbol que se mecía con el viento y di un paso adelante.

Leah se encontraba de pie junto a los arbustos. Levantó una mano y nos saludó.

Cuando me giré hacia Savannah, el tiempo pareció detenerse y lo vi todo a cámara lenta. Leah levantó las dos manos e hizo un ademán hacia sí misma, como invitándonos a acercarnos a ella, pero su mirada estaba enfocada en algo que había por encima de nuestras cabezas. Después vino aquel ruido de cristales rotos. Y el grito.

Me lancé hacia Savannah y las dos caímos al suelo. Cuando rodábamos, una forma oscura se desplomó en picado hacia afuera, hacia el suelo. Lo que vi primero fue el sillón -el sillón de Cary-, que caía como una roca. No, más rápido que una roca, volaba a tanta velocidad que se golpeó contra los ladrillos antes de que mi cerebro hubiera procesado la imagen de su caída. Mentalmente seguía viendo el sillón en el aire, inclinado hacia atrás, con Cary sentado en él, con los brazos y las piernas extendidos hacia afuera por la fuerza, la boca abierta, gritando. Todavía podía oír ese grito flotando en el aire cuando el sillón se estrelló contra los ladrillos y una lluvia de gotas de sangre se diseminó hacia afuera.

Cuando levanté la cabeza, Leah vio mi mirada, sonrió, saludó con la mano y se alejó.

Me puse de pie de un salto y corrí hacia las puertas del patio, que se abrieron sin la menor resistencia. Mientras corría hacia Cary sabía que era demasiado tarde. La fuerza del impacto, esa horrible lluvia de sangre. A sesenta centímetros de él me frené en seco, me doblé en dos y tuve arcadas.

Grantham Cary hijo había caído del sillón y se encontraba tendido en el suelo con las piernas y los brazos extendidos, la cabeza aplastada formando un charco de sangre y de tejido cerebral. La intensidad del impacto había sido tal que un trozo enorme de vidrio le había atravesado el estómago de lado a lado, con tanta fuerza que su brazo, al golpear contra el borde de una moldura, le había sido amputado y su mano separada seguía aferrada al apoyabrazos. Contemplé eso y recordé a Leah sonriendo y saludando con la mano, y no supe con seguridad cuál de las dos cosas era peor.

– ¿Paige? -susurró Savannah. Al levantar la cabeza vi su cara, blanca como el papel, mirando a Cary como si no pudiera apartar la vista. -Creo que, bueno, deberíamos irnos de aquí.

– No -dijo una voz detrás de nosotras-. Me parece que no.

En ese momento el sheriff Fowler cruzaba las puertas abiertas del patio.


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