De regreso a casa, Savannah preguntó que me había dicho Cortez. Al principio decidí no contarle nada, pero después me lo pensé mejor y le hablé de toda la historia que me había relatado Cortez.
– No lo entiendo -dijo ella cuando terminé-. De acuerdo, tal vez Leah me quiere para su Camarilla. Eso tiene sentido. Las Camarillas siempre están reclutando gente. Mamá me dijo que si alguien alguna vez trataba de engancharme, yo debería… -Savannah hizo una pausa-. Sea como fuere, me dijo que eran mala gente. Que era como unirse a una pandilla callejera. Que cuando se entra a formar parte de una, es para toda la vida.
– ¿Tu madre te explicó algo más acerca de las Camarillas?
– En realidad, no. Dijo que vendrían tras de mí, así que lo que Leah está haciendo tiene sentido. Pero si me quiere, ¿por qué no se apodera de mí? Ella es una Voló. Sería capaz de sacar nuestro coche del camino y secuestrarme antes de que supiéramos qué fue lo que nos golpeó. Entonces, ¿por qué no lo hace?
Savannah me miró fijamente a través de la oscuridad del interior del coche. Yo fijé la vista en el espejo retrovisor y desvié la mirada. Muy bien, esto ya había ido demasiado lejos. Tenía que decir algo.
– Cortez dice que Leah trabaja para la Camarilla Nast.
– Aja.
– ¿Has oído hablar de ellos?
Negó con la cabeza.
– Mi madre nunca mencionó nombres.
– Pero sí dijo que era probable que un miembro de la Camarilla viniera por ti. ¿Te mencionó alguna Camarilla en particular? ¿O por qué quieren tenerte?
– Oh, bueno, yo sé por qué me quieren.
Contuve la respiración y esperé a que continuara.
– Las Camarillas contratan solamente a una bruja, ¿entiendes? Seguramente preferirían no contratar a ninguna, pero nosotras tenemos los mejores hechizos de protección y sanadores, así que tuvieron que ignorar la famosa contienda bruja hechicero y contratar a una de nosotras. Como tienen que contratar a una bruja, quieren que sea una buena. Mi madre era una bruja realmente buena, pero los mandó a la mierda. Dijo que vendrían a por mí y que yo no debía escuchar ninguna de sus mentiras.
– ¿Mentiras? -La miré-. ¿Alguna mentira en particular?
Savannah sacudió la cabeza.
Yo vacilé y luego me obligué a seguir presionándola.
– Podría ser tentador que te ofrezcan un lugar en una Camarilla. Dinero, poder… Lo más probable es que tengan mucho que ofrecer.
– No a una bruja. En las Camarillas una bruja sólo es una empleada. Le dan su sueldo, pero nada de beneficios adicionales.
– Ya, ¿y si recibieras esos beneficios? ¿Y si te ofrecieran más que el salario habitual?
– No soy tonta, Paige. No importa lo que me ofrecieran, sabría que me están mintiendo. Da igual lo buena que yo sea como bruja, para ellos sería sólo una bruja más.
Una respuesta estremecedoramente precisa y pronunciada con tanta facilidad… ¿Cómo se debe sentir alguien siendo tan joven y, al mismo tiempo, teniendo tanta conciencia del lugar que ocupa en el mundo?
– Es raro, ¿sabes? -continuó-. Todas esas veces que mamá me advirtió y yo casi ni la escuché. Pensaba, ¿por qué me está diciendo esto? Si vienen a por mí, ella estará aquí. Siempre estará aquí. Es lo que una piensa. Jamás se te pasa por la cabeza que tal vez no estará. ¿Tú pensaste alguna vez que tu madre…, que algo así podía suceder? ¿Que un día estaría allí y después ya no estaría más?
Negué con la cabeza.
Savannah prosiguió:
– A veces… A veces sueño que mamá me sacude suavemente y yo me despierto y le cuento lo que ha sucedido, y ella se echa a reír y me dice que nada más era una pesadilla y que todo está bien, pero entonces realmente me despierto y ella no está allí.
– Sí, he tenido esa clase de sueños.
– Duele, ¿no?
– Más de lo que pude imaginar jamás.
Seguimos avanzando varios kilómetros en silencio. Entonces Savannah se movió en su asiento y carraspeó.
– ¿Y? ¿Vas a contratar a Lucas?
Logré esgrimir una sonrisa forzada.
– ¿De modo que ahora es «Lucas»?
– Sí, ese nombre le queda bien. ¿Y? ¿Vas a contratarlo o no?
Mi inclinación natural, como siempre, era darle una respuesta simple y firme, pero tuve la sensación de que en los últimos días habíamos entreabierto la puerta que se levantaba entre nosotras, y ahora no quería cerrarla de golpe. Así que la entreabrí unos centímetros más contándole cuáles eran las supuestas motivaciones de Cortez para tomar el caso, y después di un paso más y le pregunté qué opinaba.
– Tiene sentido -dijo-. Él tiene razón, con los de las Camarillas una está con ellos o contra ellos. En especial si una es una bruja. Esos abogados que mi madre conocía, los que te dije que podrían ayudarte, hacen lo mismo que hace Lucas. Toman casos contra las Camarillas.
– ¿Y eso no es peligroso?
– No del todo. Sí es un poco raro. Si a un sobrenatural se le ocurre ir contra las Camarillas, ellas lo aplastarán como a un insecto. Pero a un abogado con un cliente que luchó contra las Camarillas, o a un médico que curó a un sobrenatural atacado por las Camarillas… A ellos no. Mamá decía que los de las Camarillas son bastante justos en ese sentido. Si una no los molesta, ellos no la molestan a una.
– Bueno, yo no los he molestado y ¡vaya si me están molestando a mí!
– Pero tú eres solamente una bruja. Lucas es un hechicero. Eso marca una diferencia, ¿sabes? ¿Vas a contratarlo?
– Tal vez. Probablemente. -La miré-. ¿Qué opinas tú?
– Creo que deberías hacerlo. Me parece una buena persona… Para ser un hechicero.
Había gente delante de mi casa. Eran más que unas pocas personas. Mientras me aproximaba, nadie giró siquiera la cabeza. Probablemente no reconocieron mi automóvil… todavía. A seis metros de distancia, oprimí el botón del control remoto para abrir la puerta del garaje y metí allí el coche antes de que cualquiera pudiera impedírmelo. Después entramos en casa por la puerta que unía el garaje con la entrada, evitando así cualquier enfrentamiento.
Después de enviar a Savannah a la cama me enfrenté al temido contestador automático. En la pantalla aparecía una cifra casi escandalosa: 34. ¿Treinta y cuatro llamadas? Por favor, ¿cuánta capacidad tenía ese aparato?
Por fortuna, la mayoría de los mensajes sólo requerían escuchar las primeras palabras. Por ejemplo, Chris Walters de Canal 6… Borrar. Marcia Lu de World Weekly News… Borrar. Jessie Lake del Canal 7… Borrar. De las primeras doce llamadas, siete eran de los medios, incluyendo tres de la misma emisora de radio, que probablemente trataba de conseguir una entrevista en directo para su programa.
De los mensajes que no pertenecían a los medios, uno era de un ex novio y otro de una amiga que no veía desde que se mudó a Maine en séptimo grado. Realmente muy agradable. Mejor que los dos siguientes. El primero comenzó (omitiendo las palabras obscenas del principio) con «Eres una mentirosa y una asesina. Pero espera, ya recibirás tu merecido. Quizá los policías no…». Me tembló el dedo al oprimir la tecla de borrado. Bajé el volumen antes de pasar al siguiente mensaje. Savannah no necesitaba oír esa porquería. Yo tampoco, pero me dije que tendría que acostumbrarme a eso, conseguir que esa inmundicia me resbalase por completo.
La siguiente llamada era más de lo mismo, así que la borré después del primer insulto. Después vino un mensaje que escuché en su totalidad, uno que comenzaba diciendo: «Señora Winterbourne, usted no me conoce, pero lamento mucho enterarme de lo que le ha estado pasando», y continuaba sembrando más comprensión y una promesa de rezar por mí. Justo lo que necesitaba, qué duda cabe. Una pasada rápida por los siguientes nueve mensajes reveló siete personas de los medios, una mujer furiosa que condenaba mi alma a los fuegos eternos del infierno, y uno realmente dulce de un Wiccan de Salem ofreciéndome apoyo moral. ¿Veis? No eran del todo malos. Sólo un sesenta por ciento de ellos pertenecían a desconocidos deseosos de quemarme en una hoguera.
Oprimí la tecla de avance rápido a lo largo de otras cuatro llamadas de los medios y después escuché una que me hizo pegar un salto.
«¿Paige? ¿Paige? ¡Vamos, levanta el auricular!», gritó una voz conocida sobre una música fuerte de rock y un murmullo de conversación de muchos decibelios. «Sé que estás ahí. Son las ocho de la noche. ¿Dónde más podrías estar? ¿En una cita?». Una carcajada y luego un pito que casi me perforó el tímpano para lograr mi atención desde cualquier rincón de la casa donde yo pudiera estar agazapada. «¡Soy Adam! ¡Contesta!». Pausa. «Muy bien, a lo mejor no estás en casa. Yo todavía estoy en Maui. Llamé a casa y recibí tu mensaje. En este momento papá está en una conferencia. Yo acababa de salir a tomar un trago, pero por tu voz me pareció que no estabas nada bien, así que volveré al hotel y le daré el mensaje. ¡Aloha!».
¿Qué hotel? ¿Un nombre? ¿Quizá un número de teléfono? ¡Típico! De nuevo oprimí la tecla de avance rápido hasta el final de los mensajes con la esperanza de no haberme perdido la llamada de Robert, casi segura de que estaba allí.
«¿Paige? Soy Robert. Llamé a casa y recibí tus mensajes… Uno nunca puede confiar del todo en Adam para que transmita un mensaje de manera coherente. Impaciente como siempre, parece que solo escuchó el primero tuyo. No le diré nada acerca del que tiene que ver con Leah o tomará el primer vuelo para ayudarte, cosa que seguro que es lo último que quieres. Supongo que estás buscando la información que me pediste que reuniera sobre los semidemonios Voló. Por suerte, la tengo aquí conmigo. Sabes de sobra cómo preparo mi equipaje: un bolso de mano con ropa y dos maletas repletas de libros y notas que no necesito. Ahora mismo te estoy enviando por fax las notas relativas a los Voló. Dentro de una hora salimos para tomar nuestro vuelo, pero si regresas a casa antes de eso, llámame al (808) 555 3573. De lo contrario, yo te llamaré mañana».
Le había pedido a Robert información sobre los Voló hacía varios meses, en un impulso de previsión que después olvidé continuar. Tendría que esperar al día siguiente para averiguar qué pensaba Robert de las Camarillas. Hasta entonces, no me vendría nada mal saber todo lo posible acerca de Leah.