Cuando Morton se fue, oí que Savahhah se despedía de Elena. Ni siquiera había salido del dormitorio y el teléfono volvió a sonar. Sonó una vez y después la voz bulliciosa de Savannah flotó por el pasillo. A pesar de poder oír sólo el tono de su voz y nada de lo que decía, supe quién llamaba.
– De ninguna manera -dijo ella al entrar en la cocina, con el auricular contra la oreja-. Sí, correcto. Como si te necesitáramos. -Soltó una risotada-. Por supuesto, seguro. Bueno, podrías incinerarlos. Sigue soñando.
Hizo una pausa para escuchar y después reprimió una risita. Sólo había una persona que hacía reír así a Savannah, aunque ella preferiría morir que reconocerlo… y probablemente mataría a cualquiera que tuviera el atrevimiento de mencionarlo.
– Es para ti -me dijo y me pasó el teléfono-. Es Adam. Cree que va a ayudarnos. Como si pudiera…
– Hola -saludé.
– ¡Ya era hora! ¿Sabes cuántas veces te he llamado desde esta tarde? Papá se dio por vencido hace horas. O bien la línea está ocupada o responde el contestador. ¿Dónde has estado?
– No quieras saberlo.
– Apuesto a que puedo adivinarlo. Mamá estaba viendo hace un rato el informativo, un programa de tu zona, ¿y a qué no sabes la cara de quién vio?
– La mía. Déjame adivinar… Dijeron que yo era satanista, ¿no es así?
– Diablos, no. Dijeron que eras una bruja. ¿Ahora también eres satanista? Genial. Si llegas a ver al «que te dije», ¿podrías pedirle que le pase un mensaje a mi padre? Dile que está realmente muy atrasado en sus pagos de las mensualidades para su hijo.
– Jajá.
– Cuéntame entonces qué está sucediendo… -Adam calló y suspiró-. Tendrás que decírmelo más tarde. Papá está aquí, impaciente y haciendo muecas. Será mejor que hables con él. Después vuelve conmigo, ¿vale?
Adam le pasó el teléfono a Robert.
– Paige. -La calidez de Robert parecía colarse a través de la línea telefónica-. Deberías haber tratado de localizarme en la conferencia. Esto tiene una pinta horrible.
– Y eso que no conoces ni la mitad -dije y me dirigí a mi cuarto.
– Cuéntame, entonces. Lo hice.
– ¿Cómo puedo ayudarte? -me preguntó cuando terminé mi relato.
Podría haberme echado a llorar. Me siento tonta al admitirlo, pero esas tres palabras significaron mucho para mí.
– El material referente a Leah es fantástico -dije-. Pero también necesito alguna información sobre las Camarillas. -Vacilé, casi temerosa de seguir-. ¿Has oído hablar de la Camarilla Cortez?
– Claro que sí. -Hizo una pausa-. ¿Son ellos los que están tras Savannah?
– No.
– Me alegra escucharlo. Los Cortez son el grupo más peligroso de los peligrosos… Se trata de la Camarilla original.
– ¿Quieres decir la primera?
– Así es. Aguarda un minuto. Estoy en mi estudio. Déjame buscar la carpeta. -A estas palabras siguió el sonido de llaves-. Aquí está. La Camarilla Cortez fue fundada durante la Inquisición española. Ellos precipitaron la ruptura…
Se me cortó la respiración.
– ¿La escisión entre las brujas y los hechiceros? ¿Así que fueron ellos los que nos entregaron?
– Exactamente. Después de hacerlo, la familia Cortez formó un grupo originalmente basado en el concepto de un Aquelarre, aunque rápidamente adoptó un enfoque totalmente diferente. El nombre «Camarilla» vino más adelante, después de que se mudaran al Nuevo Mundo. Es un juego de palabras, una mezcla de verdad e ironía. Supongo que sabes cuál es el significado de la palabra.
– Sí. Una sociedad secreta formada para conspirar contra algo, por lo general el gobierno.
– Eso es lo irónico, desde luego. Es algo así como una broma a expensas del mito de los illuminati. La única cosa que un hechicero perteneciente a una Camarilla se propone hacer es ganar dinero. El nombre también deriva de «cabala», vinculándolo con la hechicería y el misticismo. Por último, hay cierta alusión a «caballero», un gentilhombre español, cosa que, por supuesto, ellos eran.
– Acerca de la Camarilla Cortez…
– Ah, sí. Lo lamento. -Rió por lo bajo. -Supongo que la etimología no te sirve de mucho, ¿verdad? ¿Hay algo en particular que quieres saber sobre ellos? Si no están detrás del ataque a Savannah…
– Tienen algo que ver. Necesito saber cosas acerca de la familia, la familia principal.
– La Camarilla Cortez está liderada por Benicio Cortez y sus hijos. Creo que son uno o dos hermanos, a los que se suma un conjunto de sobrinos y primos.
– Los hijos… ¿Sabes cómo se llaman?
– Déjame ver. Está Héctor, después… No estoy seguro del nombre de los dos del medio, pero el menor es, desde luego, Lucas.
– ¿Desde luego?
– Fuera del mundo de la Camarilla, Lucas Cortez es el más conocido de los cuatro hermanos. Es bastante famoso… -Robert calló un momento y luego se echó a reír-. Creo adivinar por dónde vas. ¿Es que has conocido al joven Cortez?
– Podría decirse que sí.
– Entonces déjame adivinar: quiere ayudarte a proteger a Savannah de los otros integrantes de la Camarilla.
– No sé por qué, pero supongo que hace esta clase de cosas con mucha frecuencia. ¿Qué opinas tú de esta… cruzada suya?
– Bueno, veamos. La versión menos agradable de la situación es que sólo se trata de una suerte de gamberro juvenil: un delincuente arruinado protegido por un padre que lo adora ciegamente. La versión que en general tiene más aceptación es que sólo representa una etapa del desarrollo: el hijo pródigo que se rebela contra su familia, una revuelta moral que sólo durará hasta que él comprenda que la pobreza no es nada divertida, momento en que regresará al rebaño. La versión más optimista, desde luego, es la de que realmente está comprometido con lo que hace.
– Salvar al mundo de las malévolas Camarillas.
– Tiene más o menos tu edad, ¿verdad? La edad del idealismo. El momento apropiado para apoyar protestas y adherirse a causas. Para alistarse en el Cuerpo de Paz. Para luchar contra las malévolas Camarillas. Para postergar la propia vida a fin de educar a una desconocida de trece años.
– Mmmmm…
– Si Lucas Cortez se ofrece a ayudarte, no lo rechaces. No importa lo que la gente del mundo de las Camarillas diga de él, nadie puede negar la honestidad de sus intenciones. Dada tu situación con Savannah, diría que ese muchacho está perfectamente capacitado para ayudarte. Nadie sabe más que él acerca del mundo de las Camarillas, y es capaz de operar en él con total impunidad.
– Con respecto a las Camarillas -dije-. Parecen mucho más… importantes de lo que creía. De lo que mi madre creía.
El silencio se hizo en la línea.
– Tu madre y yo teníamos diferentes opiniones con respecto a algunos temas relativos al consejo y sus mandatos.
– Ella eligió no prestar atención a las Camarillas.
– Ella… -Robert hizo una pausa, como tratando de elegir sus palabras con cuidado-. Ella pensaba que nuestros esfuerzos estarían mejor dirigidos hacia otra parte. Yo quería investigar más a fondo a las Camarillas, aunque sólo fuera para saber más acerca de ellas. Tu madre no compartía mi posición.
– De modo que abandonaste el consejo.
– Bueno, sentí que ya no era la persona adecuada para ese cargo. Mis intereses estaban en otra parte. Tu madre y yo comenzábamos a envejecer, nos sentíamos cansados y desalentados. Pensé que debíamos pasarle el relevo a la generación más joven, a ti y a Adam. Pero ella no estaba lista para eso.
– Quizá porque pensaba que yo no estaba preparada aún. Yo… Voy a tener que cortar. ¿Puedo volver a llamarte si tengo más preguntas que hacerte?
– Aunque no las tengas, te agradecería que me tuvieras al tanto de todo cuando tengas tiempo, y estoy segura de que a Adam le gustaría hablar contigo. Postergaremos sus preguntas por ahora, pero llámalo cuando tengas oportunidad de hacerlo.
Le prometí que lo haría y después colgué.
Encontré a Cortez solo frente a la mesa de la cocina, leyendo un ejemplar del Boston Globe de la semana anterior.
– ¿Dónde está Savannah? -pregunté.
Él plegó el periódico y lo apartó.
– En su habitación, si la música que se oye puede tomarse como punto de referencia. ¿Has hablado con Robert?
Asentí.
– Y él me ha confirmado todo lo que dijiste. Lamento haberte dado tantos problemas.
– Fue perfectamente comprensible. Si yo hubiera esperado que confiaras en mí, te habría dicho la verdad desde el principio. Tienes todos los motivos para mostrarte cautelosa, tanto de los hechiceros como de cualquiera conectado con las Camarillas; una cautela que te sugiero mantengas. En casi todos los casos tu desconfianza estará bien fundada.
Me paré en el medio de la cocina y miré en todas direcciones, no muy segura de qué buscaba.
– ¿No hay nada más? -preguntó él.
Sacudí la cabeza.
– Sólo que siento… -Me encogí de hombros-. Cierto desasosiego, como diría mi madre.
Al mencionar a mi madre, pensé en lo que Robert me había dicho acerca de la reticencia de mi madre en darme un papel más importante en el consejo. Ella siempre me hacía sentir como si no hubiera nada que yo no pudiera hacer, ningún desafío al que yo no fuera capaz de responder. ¿Había sido eso sólo el apoyo de una madre hacia su hija?
Las palabras de Victoria volvieron a sonar en mi cabeza: Dios sabe bien que no te confiaríamos ni un periquito… Una muchacha tan incompetente que transforma un sencillo recurso de custodia en una encarnizada cacería de brujas.
– ¿Paige?
Caí en la cuenta de que Cortez me observaba.
– Las cosas se van a poner más difíciles, ¿verdad? -dije-. Esto es sólo el principio.
– Lo estás haciendo muy bien.
De pronto me sentí incómoda y puse mi taza en el horno. Volví a calentar el té y mantuve la cara hacia el microondas hasta que estuvo listo. Cuando me di media vuelta, me obligué a sonreír.
– Debo de ser la peor anfitriona del mundo, ¿no es así? Dejar que mi invitado me prepare té. ¿Qué puedo ofrecerte? ¿Café? ¿Una gaseosa? ¿Cerveza? ¿Algo más fuerte?
– Tentador, pero creo que esta noche será mejor que siga con el café. No quiero dormir demasiado profundamente con toda esa gente ahí afuera. Tú, por otro lado, te has ganado unos tragos de lo que puedas encontrar.
– Si quieres mantenerte sobrio para montar guardia, lo mismo haré yo. -Bebí un sorbo de té, hice una mueca y lo arrojé al fregadero-. Prepararé café para los dos.
Savannah irrumpió en la cocina y nos sobresaltó a ambos.
– Bueno, por fin soltaste el teléfono. Lucas y yo queríamos hablar contigo.
– No, no es así -negó Cortez y miró a Savannah-. Dije que mañana. Esta noche todos necesitamos descansar.
– ¿Mañana? ¡Yo no puedo esperar hasta mañana! Me están volviendo loca ahora.
– ¿Quién te está volviendo loca? -pregunté.
– ¡Ellos! -contestó y movió el brazo indicando el salón. Cuando yo no respondí, ella fulminó a Cortez con la mirada-. ¿Lo ves? Te dije que está en pleno período de negación.
– Savannah se refiere al gentío que está afuera -explicó Cortez-. Lo nuestro no es negación, Savannah. Lo que estamos haciendo es no prestarles atención, que, como te expliqué, es la mejor táctica en estas circunstancias. Ahora bien, quizá mañana…
– ¡Pero me están fastidiando ahora!
– ¿Te han hecho algo? -pregunté, mirando alternativamente a Savannah y a Cortez.
– ¡Están allí! ¿Eso no es suficiente? Tenemos que hacer algo.
– ¿Como qué?
Cortez le lanzó a Savannah una mirada de advertencia, pero ella lo ignoró.
– Ya sabes -dijo ella-. Magia. Estaba pensando en granizo.
– ¿Granizo? ¿Lo dices en serio, Savannah? ¿Tienes idea de los problemas en que estoy metida?
– Esto ya lo hablamos -intervino Cortez-. Le expliqué a Savannah que, por útil que pueda resultar la magia, en algunos casos, como en éste, sería mucho más perjudicial que beneficiosa.
– ¿Qué problema hay con el granizo? -preguntó ella-. Sólo es un fenómeno atmosférico, ¿no?
– No cuando la temperatura no ha descendido lo bastante -respondí mirando a Cortez-. No te preocupes. No sabe cómo hacer que granice.
– Yo no, pero tú sí -soltó Savannah.
Cortez me miró.
– ¿En serio? He oído hablar de esos hechizos, pero nunca he visto ninguno.
– Es porque es magia propia de brujas -explicó Savannah-. Una magia especial de brujas. Paige tiene unos Manuales antiguos geniales en los que está trabajando, y…
– No vamos a conjurar una tormenta de granizo -la interrumpí-. Ni vamos a utilizar ninguna otra clase de magia para librarnos de esas personas. Se irán por su cuenta.
– Eso es negación -le susurró Savannah a Cortez en voz suficientemente alta como para que yo la oyera.
– Es hora de irse a la cama -dije-. Son casi las once.
– ¿Y? Ya ni siquiera sé si volveré alguna vez a ir al colegio.
– Irás tan pronto este lío se calme. Hasta entonces, deberías mantener tu rutina normal. Y ya pasó tu hora de acostarte. Vete ya a la cama.
Y ella lo hizo, enfurruñada.