Una vez que la puerta de la calles se cerró tras las Hermanas Mayores, lancé de nuevo hechizos de cerrojo y los perimetrales; después, cogí el listín telefónico. En ese momento entró Savannah.
– De modo que realmente hay una batalla por la custodia, ¿no? -dijo mientras se dejaba caer en el sofá.
– Creí que lo sabías.
– Cuando dijiste que Leah quería mi custodia, supuse que ella sólo quería que tú me entregaras.
– No importa. Ellos no tienen argumentos de peso…
– ¿Así que Leah ha conseguido un abogado y todo? ¿Qué es él? Apuesto a que se trata de un hechicero.
– Sí, pero no tienes por qué preocuparte.
– A mí no me asusta ningún hechicero. Ni ningún abogado. ¿Sabes una cosa? Deberíamos contratar uno.
– Justamente estaba pensando en llamar al señor Cary.
– Me refería a un abogado hechicero. Realmente son muy buenos en lo suyo. Los mejores abogados son hechiceros. Bueno, hasta que envejecen y se transforman en políticos. Eso era lo que decía siempre mamá.
Esa conversación podría ser el principio perfecto para seguir indagando en la paternidad de Savannah, bastaba con preguntarle algo parecido a «¿tu madre conocía a muchos hechiceros?». Por supuesto no se lo pregunté. Jamás pregunto nada acerca de Eve. Si a Savannah le apetecía decírmelo, ya lo haría.
– Las brujas no suelen trabajar con hechiceros -dije.
– Oh, por favor, eso solo sirve para las brujas del Aquelarre. Una bruja auténtica trabaja con cualquiera capaz de ayudarla. Un abogado hechicero podría sernos muy útil, siempre y cuando lo eligiéramos cuidadosamente. La mayoría son verdaderos imbéciles y no quieren tener nada que ver con brujas, pero mamá conocía a algunos que sí llevarían un caso como éste si les pagáramos lo suficiente.
– Yo no pienso contratar a un hechicero. Prefiero un abogado humano.
– No seas estúpida, Paige. No puedes…
– ¿Por qué no puedo? Ellos no se lo esperan. Si tomo un abogado humano, Leah tendrá que llevar adelante su recurso de manera exclusivamente legal. Si quieren acogerse a las leyes de los humanos, que lo hagan. Les seguiré el juego.
Ella se recostó en los cojines del sofá.
– Tal vez esa idea no sea tan estúpida como parece.
– Me alegra que la apruebes.
¡
La mañana del viernes arrancó con una sensación muy familiar. Una vez más, decidí mantener a Savannah en casa, fuera del colegio, cogí sus libros y sus deberes, la llevé a casa de Abby y después me fui al bufete de Cary para otra reunión a las diez en punto.
Esta vez la reunión era con Grant Cary hijo. Sí, elegí a Grant hijo. A pesar de los recelos que me provocaba su conducta moral, era un buen abogado. Y me conocía… Bueno, no tan bien como él quisiera, pero lo suficientemente bien. Cuando hablé con él por teléfono el día anterior, pareció interesarse en el caso. Concertamos encontrarnos a las diez y entrevistarnos con Leah y Sandford a las once.
Ya llevaba veinte minutos sentada en la oficina de Cary, mirando por el enorme ventanal que había detrás de su escritorio mientras él leía los papeles que le había llevado. Hasta el momento todo había salido sobre ruedas. Aparte de quedarse mirando mis tetas, no había hecho ninguna otra cosa inadecuada. Creo que tal vez me había mostrado demasiado severa con él. No sé por qué, pero suelo atraer a los tipos como Cary, casados y de cuarenta y tantos, hombres que deben verme no como una belleza despampanante, pero sí como una mujer joven capaz de disfrutar y de apreciar las atenciones de un hombre maduro.
Por lo que yo intuía de Grantham Cary II, lo más probable era que tuviera un lío con cada mujer que conocía. Era el clásico muchacho norteamericano de 1975, la estrella más brillante de la ciudad, todas las chicas babeaban si él se dignaba siquiera mirarlas. Avanza directo al siglo XXI Su partido semanal de golf ya no logra compensar su falta de aventuras amorosas, últimamente tiene que peinarse de una manera especial para cubrir su calva incipiente, entrecierra los ojos para no tener que usar los bifocales que esconde en el cajón de su escritorio, y pasa sus días en una oficina llena de trofeos deportivos pertenecientes a décadas pasadas. Todavía atractivo, pero más codiciado por su cuenta bancaria que por sus bíceps.
– Muy bien -dijo Cary al pasar la última página-. Esto es, ciertamente, bastante inusual.
– Yo… Bueno, puedo explicarlo -dije… ¿realmente podía hacerlo?
– Deja que adivine -me interrumpió Cary-. En realidad tú no eres una bruja, simplemente es una estratagema para obtener la custodia de Savannah con el recurso de sacar a relucir un elemento incómodo del pasado de East Falls y aprovechar la paranoia histórica de esta región de Nueva Inglaterra.
– Sí, claro -respondí-. Algo así.
Cary se echó a reír.
– No te preocupes, Paige, es un plan muy transparente, imaginado por personas sin mucha idea del Massachussets actual. Dices que ese tal Kristof Nast no tiene ninguna prueba de que es el padre de Savannah. Pero supongo que estará dispuesto a someterse a un análisis de ADN, ¿no?
– ¿ADN?
– Su palabra no es suficiente en este asunto.
Por supuesto que no. Éste era un tribunal humano, que se regía por reglas humanas. Cualquier sobrenatural sabía que no podíamos correr el riesgo de que los humanos estudiaran nuestro ADN, pero para un juez era una prueba tan común que rehusar someterse a ella equivaldría a reconocer que se trataba de un fraude.
– Él no querrá someterse a una prueba de ADN -dije.
Cary levantó las cejas.
– ¿Estás segura de lo que acabas de decirme?
– Absolutamente -respondí y sonreí-. ¿Eso es bueno?
Cary se echó hacia atrás en su sillón y se rió.
– Es mejor que bueno. Es maravilloso, Paige. Si el cliente de Sandford se niega a someterse a una prueba de ADN, no tiene ninguna posibilidad de ganar el juicio. Me ocuparé de que así sea.
– Gracias.
– No me agradezcas nada todavía -dijo él-. Aún no has visto la cuenta de mis honorarios.
Soltó una sonora carcajada tras su gastada broma y, como yo me sentía de buen humor, también me eché a reír. Pasamos los siguientes treinta minutos discutiendo el caso. Después nos preparamos para la reunión que mantendríamos con Leah y Sandford. No les había dicho que Cary me representaría. Ellos creían que tendrían una conversación privada solamente conmigo.
Me encantan las sorpresas.
Me encontraba sola en la sala de reuniones, cuando Lacey hizo pasar a Sandford y a Leah a las once en punto. Cary había aceptado esperar algunos minutos antes de reunirse con nosotros.
Leah entró casi dando saltos, con la excitación de un niño nervioso el día de Navidad. Sandford la seguía mientras intentaba disimular -sin conseguirlo- su sonrisa de autosuficiencia.
– ¿Habéis traído los papeles? -pregunté impostando un cierto temblor de voz.
– Desde luego. -Sandford me los deslizó desde el otro lado de la mesa.
Durante algunos minutos me quedé mirando esas hojas en las que yo renunciaba a mis derechos de custodia de Savannah. Respiré hondo y luego dije:
– No puedo hacer esto.
– Sí que puede -dijo Sandford.
– No, realmente no puedo -insistí y empujé los papeles hacia él con una sonrisa parecida a la suya-. No pienso renunciar a ella.
– ¿Qué? -exclamó Leah.
– Oh, sí, ha sido un plan muy astuto; eso lo reconozco. Amenazar con desenmascararme y asegurarse de que las Hermanas Mayores se enteraran de ello, para que si yo no cedía, ellas me obligaran a hacerlo. Pues bien, subestimasteis el Aquelarre. Con su apoyo, voy a luchar contra este recurso.
Se quedaron descompuestos. Memoricé bien su expresión para no olvidar el placer de aquel momento.
– ¿Qué opina de esto Margaret Levine? -preguntó Leah.
– ¿Realmente quieres saberlo? -Cogí el teléfono-. Llámala. Estoy segura de que tienes el número. Llama a todas las Hermanas Mayores. Pregúntales si me apoyan.
– Esto es descabellado-. Leah fulminó con la mirada a Sandford, como si todo fuera culpa suya.
– No -dije yo-, no tiene nada de descabellado. Os aseguro que entiendo perfectamente que éste es un asunto legal serio y, como tal, lo estoy tratando con mucha seriedad. Por ese motivo he conseguido alguien que me represente legalmente.
Me dirigí a la puerta y le hice señas a Cary, quien aguardaba en el hall.
– Creo que ya conocen al señor Cary -dije.
Ambos se quedaron estupefactos. Bueno, quizá no tanto, pero casi.
– Pero es un… -comenzó a decir Leah antes de frenarse.
– Es un excelente abogado -aseguré-. Y me alegra que haya aceptado representarme.
– Gracias, Paige. -En la sonrisa de Cary noté más calidez personal de lo que me hubiera gustado, pero me sentía demasiado feliz como para que me importara-. Ahora aclaremos el quid de la cuestión. Con respecto a la prueba de ADN, ¿puedo dar por sentado que su cliente está dispuesto a someterse a ella inmediatamente?
Sandford palideció.
– Nuestro… mi cliente es un… es un hombre muy ocupado. Sus intereses comerciales hacen que le resulte totalmente imposible alejarse en este momento de Los Ángeles.
– De lo contrario estaría aquí ahora -intervine-. Caramba, ¿no es raro? Está muy interesado en obtener la custodia de su hija, pero no puede conseguir unos días libres para volar hasta aquí y conocerla.
– Podría someterse a esa prueba en California -dijo Cary-. Aunque nuestra firma es pequeña, tenemos contactos en San Francisco. Estoy seguro de que ellos supervisarían el análisis con gusto.
– Mi cliente no desea someterse a una prueba de ADN.
– Sin ADN no hay causa posible -afirmó Cary.
Sandford me lanzó una mirada feroz.
– Jaque mate -dije. Y sonreí.
Cuando Sandford y Leah se fueron, Cary regresó junto a mí y sonrió.
– Ha ido todo muy bien, ¿no te parece?
– Más que bien. ¡Perfecto! Te lo agradezco muchísimo.
– Con suerte, todo terminará aquí. No creo que quieran seguir con el juicio sin la prueba del ADN. -Consultó su reloj-. ¿Tienes tiempo para un café? Así hablamos de algunos detalles antes de mi próximo compromiso.
– ¿Detalles? Pero si todo ha terminado…
– Eso esperamos, pero es necesario prever cualquier complicación posible, Paige. Le diré a Lacey que nos vamos.