Háblame de nuevo de los encantamientos de los hechiceros.
Estábamos sentadas cruzadas de piernas sobre la cama de Savannah.
– Prácticamente cualquier hechizo fuerte que lanza una bruja es magia de hechicero -explicó Savannah-. Como el hechizo de estupor que yo usé. El mismo que Lucas empleó con la gente que estaba en el jardín. Conoces algunos hechizos de hechiceros, ¿no?
– Sí, algunos.
– Yo puedo enseñarte más. O Lucas puede hacerlo. Son bastante buenos, pero la magia de brujas sería mejor… Ya sabes, todo eso acerca de que cada una de nosotras podría ser mejor con nuestros propios hechizos. Salvo que las brujas no tienen elección. Quiero decir, todas tenemos los hechizos básicos, y algunos de ellos son buenos, como el hechizo de traba o sujeción. Los hechiceros no pueden ganarnos en lo relativo a hechizos de protección y de sanación. Por eso las Camarillas recluían brujas. Pero si nosotras tuviéramos nuestros propios hechizos, seríamos mucho más poderosas.
– Pero los Manuales que yo tengo son magia de brujas. Magia poderosa de brujas.
– Correcto. Eso fue también lo que dijo mamá. No sé si sabrás que ésos eran sus libros.
– ¿Mis Manuales?
– Sí. -Savannah tomó su osito de peluche, le alisó el pelo y mantuvo la mirada en el juguete cuando continuó-. Ella solía hablar de ellos. De los libros perdidos. Sólo que no estaban perdidos, imagino, sino que el Aquelarre se los escondió. Ella lo supuso. Sea como fuere, todo el tiempo hablaba de ellos, de lo mucho que deseaba volver a tenerlos, aunque los hechizos no funcionaran.
Luché por mantenerme a la par con lo que Savannah me estaba diciendo, por juntar todos los fragmentos del rompecabezas. Un millón de preguntas desfilaron por mi mente, pero decidí empezar por el final.
– ¿Ella no consiguió que ninguno funcionara?
– Ninguno. Pero tú has podido, lo cual es extraño. Tú eres muy buena en eso de lanzar hechizos, pero mamá era sorprendente. Bueno, probablemente tenía tu edad cuando los probó, así que a lo mejor… -Savannah se interrumpió-. Es muy raro, ¿no? Yo no había pensado en eso… En que las dos lo intentasteis, las dos más o menos a la misma edad. Eso significa… -Sus labios se movieron como si estuviera calculando algo-. Tú ya habías nacido cuando mamá se fue, ¿verdad?
Asentí.
– Entonces yo debía de tener cuatro o cinco años, pero no la recuerdo. ¿Sabes?, nunca se me ocurrió pensarlo, pero apuesto a que aquí en alguna parte debe de haber fotos de tu madre, seguramente en uno de los viejos álbumes de fotos de la mía. Ella siempre sacaba fotos en los picnics y reuniones del Aquelarre. Tiene que haber fotografías.
– ¿De veras lo crees? -Preguntó Savannah y apartó su osito de peluche-. Sería genial. Yo no tengo ninguna foto de ella.
– ¿No? Dios, desde luego que no. Nunca pensé…
– Está bien. Cuando nos mudamos, noté que no volviste a poner las fotos de tu madre. Me pregunté por qué no, pero después me pareció entender la razón. A veces es suficientemente difícil como para que algo nos lo recuerde.
Nuestras miradas se encontraron. Sentí que en mis ojos se agolpaban lágrimas así que me los froté con la mano y me los cubrí.
– Buscaré esas fotos tan pronto como pueda -dije.
Savannah asintió.
– Está bien. Lucas te está esperando, así que hablemos de los Manuales.
– Muy bien. Dime, ¿por qué dijo tu madre que no funcionaban?
– Porque son hechizos tri… tre… no, terciarios, eso es. Eso significa que es preciso conocer primero los hechizos del medio. Sólo que no los tenemos, me refiero a las brujas. Sólo tenemos los primarios. El Aquelarre se deshizo de los del medio.
– ¿Se deshizo de ellos?
– Eso fue lo que supuso mamá. El Aquelarre decidió que esos hechizos eran demasiado fuertes, así que los quemó o algo por el estilo.
– ¿Quién le dijo eso? ¿Mi madre?
– No, no. Mamá nunca tuvo ningún problema con tu madre. Lo que sucedió no fue culpa de ella. Fueron las Hermanas Mayores.
– De modo que las Hermanas Mayores alegaron que ellas destruyeron los libros.
– No, lo que quise decir es que fue culpa de las Hermanas Mayores el que mamá abandonara el Aquelarre. Ellas no sabían nada de los libros secundarios. Otra bruja le habló a mamá de ellos.
Me froté las sienes. Esto no parecía tener ningún sentido. Deseé pedirle que no siguiera, retroceder y proceder de manera lógica desde el principio, pero casi tenía miedo de que, si lo hacía, lo perdería todo, como una voluta de humo que debía apresar antes de que se desvaneciera.
– Así que una bruja que no pertenecía al Aquelarre le dijo a tu madre que esos hechizos intermedios faltaban.
– Correcto. Mamá encontró a esa bruja, que tenía una copia de uno de esos Manuales.
– ¿Los Manuales que yo tengo ahora?
– Así es. Mamá robó esos Manuales de la biblioteca de tía Margaret. Ella era la custodia o como se llame de esos libros. Hablo de la tía Margaret.
– Y todavía lo es. De modo que tu madre se llevó los libros y descubrió que no funcionaban.
– Sí. Así que fue a ver a tía Margaret y le preguntó por qué. Tía Margaret dio por sentado que mamá se los había robado, y se lo contó a Ruth y a las Hermanas Mayores. Tu madre dijo que no importaba, puesto que los hechizos no funcionaban, pero Victoria perdió los estribos y armó un gran escándalo, y entonces mamá se hartó y abandonó el Aquelarre.
– Aja. -Empecé a sentir dolor de cabeza.
– ¿Cómo es que tú los tienes?
– ¿Qué?
– ¿Dónde encontraste los Manuales?
Tuve que hacer una pausa y tratar de despejarme la mente, incluso para recordar.
– Los encontré en la biblioteca del Aquelarre. En la colección de Margaret.
– Vaya, así que después de todo ella no los tiró. Extraño, ¿verdad?
– Muy extraño. Cuando vayamos allí más tarde a buscar el libro de la ceremonia, tendré algunas preguntas que hacerle.
Savannah asintió. Terminamos de hablar y entonces bajé para reunirme con Cortez.
Al oír a Cortez haciendo ruido en la cocina, sonreí y apresuré el paso, de pronto impaciente para… ¿Para qué? Me detuve en el pasillo y me tomé un momento para caer en la cuenta de que me estaba apresurando para contarle las novedades acerca de los Manuales.
Como es natural, estaba excitada. Si lograba desvelar el secreto de esos hechizos, no sólo tendría hechizos más poderosos para proteger a Savannah sino que también tendría hechizos más poderosos para ofrecerles a todas las brujas. Esto podría representar realmente la llave a todo lo que había soñado. Con esos conjuros podría ayudar a las brujas a recuperar el lugar que les correspondía en el mundo sobrenatural.
Las implicaciones eran alucinantes y, por supuesto, quería compartirlas con alguien, pero había en ello algo más que eso. Yo no quería contárselo a cualquiera; quería decírselo a Cortez. Como es lógico, como hechicero, lo más probable era que a él no le importara nada todo lo referente a esos hechizos de brujas recientemente descubiertos, o que, si le importaba, querría hacerlos desaparecer para asegurar la supremacía de su raza. Sin embargo, yo no podía imaginar a Cortez haciendo una cosa así. De alguna manera, y por tonto que parezca, tenía la sensación de que él se alegraría por mí o, quizá e incluso más importante, de que él me entendería. Yo podría llevar esta noticia a cada una de las brujas del Aquelarre, y tal vez algunas me felicitarían y hasta se alegrarían por mí, pero en realidad no lo entenderían. Con Cortez, en cambio, sentí que sería… diferente.
Me detuve un momento en el pasillo y reflexioné acerca de si se lo diría o no. Lo pensé seriamente. Pero decidí hablar primero con Margaret y después, si realmente tenía lo que creía tener, se lo contaría a Cortez.
Al cruzar la puerta de la cocina vi a Cortez mirando dos latas con té.
– No quieres la de la izquierda -dije-. Es un brebaje para dormir.
– Eso era lo que trataba de averiguar. Savannah me dijo que el brebaje para dormir era el de la derecha, pero me parece que ella guardó las latas en los lugares equivocados.
– No lo dudo. A veces creo que lo hace a propósito, para que yo no le pida que ordene las cosas. Recuerdo haber intentado esa estratagema con mi madre, sólo que ella decidió que eso quería decir que yo necesitaba más práctica en poner orden en casa. -Tomé las latas-. Sin embargo, el contenido de las dos latas está libre de cafeína, de modo que por hoy creo que prefiero café.
– Acabo de preparar una taza.
– Maldición, qué perfecto eres. Bebamos café, entonces, y comencemos con el intercambio de hechizos.