Convocando a Eve

Savannah-Dije atropelladamente-. Está tratando de convocar al espiritú de su madre.

– No puede hacerlo.

– Ya lo sé, pero no quiere parar. Ni siquiera parece darse cuenta de que estoy aquí. No logro acercarme a ella.

La casa tembló de nuevo. Cuando comencé a moverme para entrar corriendo, Cortez me cogió del brazo y después empezó a toser descontroladamente. De su boca brotó un esputo sanguinolento.

– Tengo que hacer que se detenga -dije-. Antes de que convoque a alguna otra cosa o haga que la casa se derrumbe del todo.

– Yo conozco un hechizo… -La tos me impidió entender sus siguientes palabras. -… parecerte a Eve.

– ¿Qué?

– Un hechizo que hará que te parezcas a Eve. No es perfecto. Su éxito depende de que la persona que lo ve esté dispuesta a creer en ese engaño. Savannah, evidentemente, lo está.

– ¿Quieres que me haga pasar por su madre? -Sacudí la cabeza. -Eso… eso es… yo no puedo hacerlo. No la traicionaré de esa manera. No está bien.

– Tienes que hacerlo. En cualquier minuto la casa se derrumbará. ¿Acaso Eve preferiría que tú dejaras que su hija muriera allí adentro? Sí, está mal, pero justificado. Jamás le diremos la verdad a

Savannah. Tú le estarías regalando un último minuto con su madre, Paige. Sé que entiendes cuánto significa eso para ella.

– Oh, Dios. -Me froté la cara con las manos-. Bueno, está bien. Hazlo. Pero, por favor, apresúrate.

Cortez lanzó el hechizo, que pareció llevarle una eternidad. Dos veces tuvo un ataque de tos y las dos se me detuvo el corazón. ¿Cuál era la gravedad de sus lesiones? ¿Y si…? No, yo no podía pensar en eso. No en ese momento.

Por fin lo hizo. Cuando abrí los ojos y bajé la vista, vi mis dedos cortos y mis anillos de plata.

– ¿Cómo fue…? -Levanté la vista y lo miré-. ¿Funcionó?

– La ilusión depende de la disposición para creer de quien te vea. Tú incluida.

Cerré los ojos y me obligué a superar mis propias dudas. Necesitaba que eso funcionara. Necesitaba parecerme a Eve.

Cuando volví a mirarme, mis dedos brillaron y luego se afilaron, mis uñas se volvieron largas, los anillos desaparecieron. Me puse de pie y supuse que me sentiría desorientada, pero nada de eso sucedió. Mi cuerpo se movió como siempre lo había hecho. Tal y como dijo Cortez, la ilusión estaba en los ojos del que miraba.

Puesto que la puerta principal era ahora inaccesible, corrí hacia la entrada lateral. Al girar la cabeza vi a Cortez renqueando detrás de mí y utilizando el costado de la casa como apoyo.

– Sigue adelante -dijo-. Te encontraré abajo.

– No. Debes quedarte aquí.

– No dejaré que Savannah me vea, Paige. La ilusión debe ser completa. Sólo quiero estar cerca como apoyo, por si se produce alguna emergencia.

Corrí hacia él y le puse la mano sobre el pecho, impidiéndole así que siguiera avanzando.

– Por favor, quédate aquí afuera. Estás herido.

– Todavía puedo lanzar hechizos…!

– No, por favor. -Lo miré a los ojos. -Si algo llegara a salir mal, nunca conseguirías escapar a tiempo. Necesito saber que tú estás bien. Yo estaré perfectamente.

La casa crujió. Las tejas comenzaron a deslizarse y una me cayó sobre el hombro. Cortez me empujó hacia la casa. Yo no necesitaba otra insinuación. Después de mirar un instante hacia atrás, entré.

Corrí hacia el sótano. Desde el interior del cuarto de la caldera, Savannah continuaba con sus oraciones, y su voz se elevaba y descendía. Me oprimí la cara con las manos e hice una inspiración profunda, mientras luchaba por controlar los fuertes latidos de mi corazón. Tenía que creer. Ella debía creer.

Cuando rodeé la esquina y entré en la habitación, Savannah calló de pronto. Permaneció inmóvil, completamente inmóvil, como si me intuyera allí pero temiera girar la cabeza y toparse con una decepción.

– Savannah -dije.

En mis oídos mi voz seguía sonando como la mía, y cuando ella se volvió yo estuve a punto de arrepentirme y salir corriendo de allí. En cambio, contuve el aliento y esperé. Su mirada chocó con la mía. Parpadeó y después se frotó los ojos con las palmas de las manos.

– ¿Mamá?

– Oí que me llamabas.

– ¡Mamá! -Se puso en pie de un salto y corrió hacia mí. Sus brazos me rodearon el pecho. Cobijó su cabeza entre mis hombros y comenzó a sollozar-. Oh, mamá, esto es un lío tan grande. Yo… Bueno, lo hice todo mal.

Instintivamente extendí la mano para acariciarle el pelo, olvidando quién se suponía que era y hablando como yo misma.

– Tú no hiciste nada malo. Nada en absoluto.

– Sí que lo hice. Obligué a Paige a quedarse aquí conmigo, y ahora está muerta. -Su voz se quebró en un sollozo-. Yo… Bueno, creo que está muerta, mamá. Es por mi culpa. La obligué a quedarse y ellos la mataron.

– No -dije con severidad y le puse una mano debajo del mentón-. Paige está bien. Tienes que salir de esta casa, Savannah, antes de que se derrumbe del todo.

Como para subrayar mis palabras, la casa comenzó a sacudirse. De las vigas del techo empezaron a caer astillas.

– Yo… No fue mi intención hacer esto. Solo seguí lanzando hechizos sin cesar y las cosas continuaron sucediendo, pero ninguna de las cosas que ocurrían eras tú. Yo sólo te quería a ti…

– Pues aquí estoy -dije besándola en la frente- Tienes que irte, Savannah. Te amo muchísimo, pero no puedo quedarme, y tú lo sabes.

– Oh, mamá. Te echo tanto de menos.

La voz se me congeló en la garganta.

– Ya lo sé. Yo también te extraño. Muchísimo.

Una viga se rompió sobre la caldera, y luego otra. Trozos del techo comenzaron a caer.

– Tienes que salir de aquí, Savannah -dije-. Por favor.

La abracé muy fuerte. De los labios de Savannah brotó una mezcla de risa y de hipo, y luego se puso de puntillas para besarme en la mejilla.

– ¿Podré verte de nuevo? -preguntó.

Negué con la cabeza.

– Lo lamento, cielo, pero esto sólo funciona una vez. De todos modos, yo siempre estaré contigo, aunque tú no puedas verme. Eso también lo sabes. -Volví a abrazarla y le susurré al oído las palabras que surgían libremente de mi boca, como si otra persona las pronunciara por mí-. Tú fuiste todo mi mundo, Savannah. Lo mejor que hice jamás.

Ella me abrazó muy fuerte y después dio un paso atrás. El techo crujió.

– Vete -le dije-. Yo me quedaré aquí observándote. Sal de una vez.

Ella caminó hacia atrás, sin dejar de mirarme a los ojos. Encima de nuestras cabezas, las vigas comenzaron a quebrarse como fósforos de madera.

– ¡Date prisa! -le grité-. Sube la escalera. ¡Corre!

– Te quiero, mamá.

– Yo también te quiero, mi niña.

Me lanzó un beso y enseguida se dio media vuelta y echó a correr. Esperé, escuchando sus pisadas, pues necesitaba estar segura de que se hubiera ido antes de echar a correr. Oí que Cortez gritaba. Y que Savannah le contestaba.

En ese mismo instante, el techo cedió.


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