Una visita por un hechizo

Lo primero que hice fue revisar la biblioteca en busca de compartimentos secretos. Ya saben, paneles que se deslizan, tablas del piso sueltas, libros enormes con títulos grandilocuentes y aburridísimos, que en realidad escondan Manuales prohibidos… Esa clase de cosas.

Mientras lo revisaba todo, Margaret se paseaba detrás de mí haciendo ruiditos de exasperación. No le presté atención. Pero finalmente no me quedó más remedio que aceptar que no había ningún escondite secreto ni libro oculto, así que examiné las hileras de títulos para ver si encontraba el tomo dedicado a ceremonias. Cuando Margaret se alejó un poco, deslicé ese libro delgado en mi mochila. Lo más probable es que ella me lo hubiera dado de todos modos, pero no quería correr el riesgo de que no lo hiciera.

Con el Manual de ceremonias en mi bolso, centré mi atención en los hipotéticos Manuales de segundo nivel. No me llevó demasiado tiempo. De los cuarenta y tres libros de la biblioteca, sólo había cuatro que yo no había leído. Después de hojear cada uno de ellos, me quedé convencida de que eran tan aburridos e inútiles como sus títulos anunciaban.

– Los Manuales están todos ahí-dijo Margaret y con un movimiento de la mano indicó un medio estante cerca del nivel del pecho-. Todos.

Su todos incluía exactamente seis libros. Uno contenía la colección actual de hechizos aprobados por el Aquelarre. Otro incluía hechizos que habían sido eliminados en las últimas décadas y que mi madre me permitió copiar de su Manual a mis diarios. Los otros cuatro eran libros de hechizos prohibidos desde hacía mucho tiempo por las brujas del Aquelarre. Existían dos razones por las que no habían sido destruidos: primero, mi madre jamás lo habría permitido; segundo, esos conjuros malditos eran prácticamente inservibles.

Durante años yo había sabido que esos libros de hechizos prohibidos existían. Durante años había hostigado a mi madre pidiéndole que me permitiera verlos. Finalmente accedió y los sacó a escondidas de la biblioteca para dármelos como regalo de cumpleaños. En el interior de esos libros encontré hechizos inservibles, como aquéllos cuya finalidad era evaporar un charco de agua o apagar una vela. Yo no me había molestado en dominar más que dos docenas de los ciento y pico de hechizos que había en esos libros. La mayoría eran tan malos que casi no culpaba a las Hermanas Mayores por haberlos eliminado del Manual del Aquelarre, aunque sólo fuera para tener más espacio disponible.

Como último recurso hojeé uno de esos Manuales. Me detuve en un hechizo que había aprendido, un conjuro para producir una pequeña luz titilante, como una vela. El hechizo de la bola de luz, aprobado por el Aquelarre, resultaba mucho más útil. Yo lo había aprendido sólo porque involucraba fuego, y siempre estaba tratando de superar el miedo que sentía frente a las llamas.

Cuando repasé el hechizo, algo me llamó la atención, algo me hizo pensar. Bajo el título de «Hechizo menor de iluminación», el autor había añadido «elemental, fuego, clase 3». Yo había visto esa misma anotación antes, hacía muy poco. Extraje uno de los dos Manuales secretos de mi bolso y lo abrí en la página en que estaba el hechizo de la bola de fuego. Allí estaba, debajo del título; «elemental, fuego, clase 3».

Oh, Dios, ¿sería lo que estaba buscando? Las manos me temblaban cuando pasé a otro hechizo que había aprendido en el Manual de tercer nivel, un hechizo para producir viento. Y, debajo del título, estaba escrito: «elemental, viento, clase 1». Me devané los sesos tratando de recordar el nombre de las dos docenas de hechizos que había aprendido en los Manuales prohibidos. ¿Cómo era aquél…? ¡Sí, eso era! Un hechizo para extinguir el fuego. Un hechizo pequeño y tonto que convocaba a un soplo de viento, apenas capaz de apagar una vela. Yo lo había intentado algunas veces, logré que funcionara y seguí adelante. Tomé otro Manual del estante y lo hojeé hasta encontrar lo que buscaba. Allí estaba. «Hechizo menor para convocar el viento: elemental, viento, clase 1».

Ésos eran los Manuales secundarios. Ahora sabía por qué había podido dominar cuatro hechizos terciarios: porque había aprendido los hechizos secundarios de esos libros.

Sonó el timbre de la puerta de la calle. Margaret pegó un salto como un gato asustado.

– Es Savannah -dije.

Tomé los cuatro Manuales del estante, los arrojé en mi bolso junto con los otros dos y me dirigí a la escalera.

– No puedes llevarte esos libros -gritó Margaret a mis espaldas.

Bajé de prisa por la escalera y abrí la puerta trasera de la casa.

– Lucas dice que debemos irnos -dijo Savannah-. Se está haciendo tarde.

– Ya estoy lista. Deja que tome mis zapatos. -Recordé nuestro otro propósito y me dirigí a Margaret. – ¿Podrías prestarme tu coche? Sólo por esta noche. ¿Por favor?

– No creo que…

– Lo cuidaré mucho. Le llenaré el depósito con gasolina, lo lavaré, lo que sea. Por favor, Margaret.

– ¿Savannah? -Por primera vez advirtió la presencia de su sobrina-. ¿La dejaste sola afuera, Paige? ¿En qué estabas pensando?

– No la dejé sola. Necesito llevarme tu coche.

– ¿Quién…? -Ella espió hacia afuera y su mirada pescó la forma de Cortez en el jardín. Cerró la puerta con un golpe-. Ése es… ¿Dejaste a mi sobrina con un hechicero?

– Es que me está costando mucho encontrar niñera.

– Lucas es bueno, tía Margaret -dijo Savannah-. ¿Puedes prestarnos tu coche? Necesito todo lo que hace falta para mi primera menstrua…

– Savannah acaba de tener su primera regla -la interrumpí-. Yo no tengo té menstrual en casa, y ella tiene calambres muy dolorosos.

Savannah puso cara de estar muy dolorida.

– Ah, sí, entiendo. -La voz de Margaret se suavizó-. Es tu primera vez, ¿no es así, querida?

Savannah asintió y miró a su tía abuela con la expresión de un cachorrito herido.

– La verdad es que me duele mucho.

– Sí, bueno… Supongo que sí, si de veras necesitáis usar mi coche…

– Por favor-dije.

Margaret buscó las llaves y me las entregó.

– Ten cuidado en los aparcamientos. La semana pasada alguien me abolló la puerta.

Le di las gracias y empujé un poco a Savannah hacia la puerta antes de que Margaret tuviera tiempo de cambiar de idea.

Siguiente parada: Salem, Massachusetts, el mundialmente famoso epicentro de la locura norteamericana de la caza de brujas.

Se puede discutir acerca de las causas de la caza de brujas que asoló Salem en 1692. Las teorías abundan. Recientemente leí incluso algo que atribuyó esa locura a una suerte de infortunio que cayó sobre las cosechas de centeno, un moho o algo por el estilo que enloquece a la gente. Lo que sí sabemos, sin la menor duda, es que la vida no era demasiado divertida para las chicas adolescentes en la Norteamérica puritana. En los duros inviernos de Nueva Inglaterra era aún peor. Al menos, los muchachos podían salir de caza y a armar trampas. Las chicas debían permanecer encerradas en sus casas y eran esclavas de sus tareas domésticas, pues la ley de los puritanos les prohibía bailar, cantar, jugar a las cartas o participar en prácticamente cualquier forma de entretenimiento.

Mientras viajábamos hacia Salem, imaginé a Savannah inmersa en ese mundo. Controlada, reprimida y censurada. Muerta de aburrimiento. ¿Sorprende entonces que estuvieran deseosas de diversión? ¿Quizá también de travesuras? En el invierno de 1692 las chicas de Salem encontraron exactamente eso en la forma de una mujer anciana, una esclava llamada Tituba.

Tituba era la esclava del reverendo Samuel Parris, además de la niñera de su hija Betty, a quien se dice que adoraba. Para divertirse durante esos largos meses de invierno, Tituba les enseñó a Betty y a sus amigas algunos trucos de magia, probablemente trucos de prestidigitación que había aprendido en Barbados. A medida que transcurría el invierno, comenzó a correrse la voz de esta nueva forma de diversión entre la comunidad de chicas adolescentes, quienes una por una encontraron razones para visitar a ese personaje.

En enero, Betty, la más joven del grupo, enfermó, quizá porque a su conciencia puritana le perturbaban todos esos rumores de magia y hechicería. Muy pronto otras chicas contrajeron también la misma «fiebre». El reverendo Parris y otras personas insistieron en que las chicas les dieran el nombre de sus torturadores. Betty nombró a Tituba, y a fines de febrero la vieja esclava fue arrestada acusada de hechicería.

Y así comenzó todo. Las chicas muy pronto se convirtieron en centro de la atención de la gente. Ya no eran meras esclavas de la casa y la cocina, sino que se transformaron en celebridades. La única forma de prolongar sus quince minutos de fama era subir la apuesta, exhibir una conducta cada vez más salvaje, más endemoniada. Denunciar a más brujas. Y eso hicieron. Muy pronto, cualquier mujer que no les cayera bien a las chicas era convertida en víctima.

Cuatro brujas del Aquelarre murieron. ¿Por qué? Los cazadores de brujas con frecuencia tenían como blanco a quienes mostraban desviaciones sociales o de género, en particular a las mujeres que no cumplían con el papel femenino aceptado. Esto afectaba a muchas brujas del Aquelarre. Francas e independientes, vivían con frecuencia sin un marido -aunque eso no quería decir que fueran célibes-; un estilo de vida que no debía ser nada popular en la Nueva Inglaterra puritana. Fue ese estilo de vida, y no la práctica de la hechicería, lo que las llevó a ser condenadas a muerte.

Una vez intenté explicar todo eso a las brujas del Aquelarre. ¿Cómo reaccionaron ellas? Estuvieron en total acuerdo conmigo y declararon que si esas mujeres hubieran tenido el buen sentido de mantener la cabeza baja y comportarse como se esperaba de ellas, no habrían muerto. Recuerdo que tuve ganas de golpearme la cabeza contra la pared.


* * *

Hoy, la caza de brujas de Salem es una atracción turística. Me pone los pelos de punta, pero lo cierto es que hay infinidad de Wiccanas practicantes en esa zona, y varias tiendas New Age en Salem que venden ingredientes que a mí me costaría mucho encontrar en alguna otra parte.

La mayor parte del Salem «turístico» se había cerrado alrededor de la hora de la cena, pero la tienda que buscábamos se encontraba abierta hasta las nueve. Las calles estaban tranquilas y encontramos aparcamiento con facilidad, después de lo cual nos dirigimos al centro turístico: varias calles flanqueadas por árboles en las que estaba restringido el tráfico peatonal. Nos llevó menos de veinte minutos reunir todo lo que necesitábamos, tras lo cual volvimos a subirnos al coche de Margaret y nos dirigimos a la autopista.


* * *

– Todavía nos quedan dos horas -dije cuando giramos-. ¿Se os ocurre alguna idea? No podemos recoger el enebro hasta después de la medianoche.

– ¿Y para qué necesitamos enebro? -preguntó Savannah.

– Para que nos proteja contra la interferencia de espíritus malignos.

– Bueno, está bien. ¿Y cuándo conseguiremos la tierra de una tumba? Eso tiene que ser recogido justo a medianoche.

– Quizá tendremos la suerte de encontrar un enebro en el cementerio -apuntó Cortez.

– ¿En qué cementerio? -pregunté-. En la ceremonia no se dice nada acerca de tierra de una tumba, Savannah. Ya tenemos todo lo que necesitamos, excepto el enebro.

– Necesitamos tierra de una tumba.

– Savannah, conozco bien la ceremonia. Yo misma la pasé y sé que no hace falta tierra de una tumba.

– ¿Ah, sí? Pues mi madre me lo contó todo acerca de la ceremonia, y yo sé que se necesita tierra de una tumba.

– Lo que necesitas es tierra y punto. Tierra común y corriente recogida en cualquier momento y en cualquier lugar.

– No, yo necesito…

– ¿Puedo hacer una sugerencia? -Nos interrumpió Cortez-. Para evitar futuros problemas, os aconsejo que pongáis en común lo que sabéis cada una de vosotras sobre la ceremonia.

– ¿Qué? -dijo Savannah.

– Que comparéis notas -respondió él-. Un poco más adelante hay un cartel que indica aparcamiento. Detén el coche allí, Paige. Como has dicho, tenemos tiempo de sobra.

– Eso no forma parte de la ceremonia -afirmé mientras caminaba entre dos árboles y escuchaba a Savannah-. No podría ser.

– ¿Por qué? ¿Porque el Aquelarre lo dice? Esto es lo que mi madre me dijo que hiciera, Paige.

– Pero no es la ceremonia correcta.

Cortez carraspeó.

– ¿Otra sugerencia? Tal vez deberíamos tener en cuenta la posibilidad de que sea una variante de la ceremonia del Aquelarre.

– No lo es -insistí-. No puede serlo. Escuchad las palabras. Dicen… No, no importa.

– Aún controlo el latín, Paige -dijo Cortez-. Entiendo el pasaje adicional.

– Tal vez entiendas las palabras, pero no el significado.

– Sí que lo entiendo. Tengo algunos conocimientos de la mitología de las brujas. El pasaje adicional es una invocación a Hécate, la diosa griega de la hechicería, una deidad que el Aquelarre y la mayoría de las brujas modernas ya no reconocen. La invocación le pide a Hécate que le conceda a la bruja el poder de descargar su venganza contra sus enemigos y de liberarla de toda restricción de sus poderes. Ahora bien, con respecto a la capacidad de Hécate para conceder ese deseo, reconozco que atribuyo poca credibilidad a la existencia de tales deidades.

– A mí me pasa lo mismo. ¿De modo que lo que tú dices es que ese pasaje no tiene nada que ver, que no hay ningún daño en hacerlo?

Él permaneció un momento en silencio, reflexionando.

– No. Si bien yo dudo de la existencia de Hécate como tal, ambos debemos reconocer que existe alguna fuerza que nos da nuestro poder. -Miró a Savannah, quien se había sentado frente a una mesa para picnics-. ¿Podrías disculparnos, Savannah? Me gustaría hablar con Paige a solas.

Savannah asintió y, sin protestar, se dirigió a un columpio vacío que estaba en el otro extremo del parque. Definitivamente, tenía que aprender de Cortez cómo conseguía hacerlo.

– Ya te hablé acerca de la variación de la Camarilla con respecto a tu ceremonia -dijo Cortez cuando Savannah se hubo alejado-. ¿No es posible que existan otras variantes?

– Supongo que sí. Pero esto… Esto es… -Sacudí la cabeza-. Tal vez ese pasaje adicional no significa nada, quizá da lo mismo, pero no puedo correr ese riesgo. Estaría pidiendo que a Savannah le fuera concedido algo que no creo que ninguna bruja debería tener.

– Estarías pidiendo que le concedieran a Savannah poderes plenos, sin ninguna restricción. ¿Ésa es una habilidad que no crees que ninguna bruja debería tener?

– No tergiverses mis palabras. Yo me sometí a la ceremonia de mi madre y estoy muy bien.

– Sí, lo estás. Yo no digo que…

– Y no estoy pidiendo garantías. Savannah ya lanza hechizos con mucha más fuerza que yo. ¿Puedes imaginar lo peligrosa que podría ser con más poder?

– Eso no te lo voy a discutir. Tú eres la bruja, tú eres la única que puede realizar la ceremonia para ella. -Dio unos pasos hacia mí y apoyó las puntas de sus dedos en mi brazo-. Ve a hablar con ella, Paige. Debemos resolver esto antes de la medianoche.


Загрузка...