Magia de pacotilla

Corrí por el pasillo vacío. A mis espaldas aún podía oír los gritos de los que se encontraban atrapados con los cadáveres. Otras voces sonaron por el pasillo, al parecer procedentes de dos direcciones, sonaban diferentes en su tono pero no menos aterrorizadas. Miré en ambos sentidos, pero sólo vi puertas y varias salas adyacentes.

Un resplandor tenue brillaba a lo lejos a mi derecha, miré hacia él y vi una multitud de personas, todas apretujadas contra una puerta cerrada, que gritaban y la golpeaban. Esto me pareció extraño y me hizo preguntarme por qué mi propio pasillo se encontraba vacío; de todos modos, seguí adelante. Al doblar por una esquina mi salvación apareció a la vista: una puerta de salida con una cortina negra por cuyos bordes se filtraba la luz del sol.

Corrí hacia la puerta y cuando estaba a tres metros de ella una luz color carmesí apareció en mi camino. Por un instante esa tenue nube roja y negra se retorció y palpitó. Después explotó y se convirtió en una boca abierta con colmillos que se abalanzó hacia mi cuello.

Grité, me di la vuelta y choqué con un cuerpo. Cuando volví a gritar, unas manos me agarraron los hombros. Me puse a aporrear y a patear al dueño de esas manos, pero mi atacante me sostuvo con más fuerza.

– Está bien, Paige. Shhh… No pasa nada.

El hecho de haber reconocido esa voz le ganó la partida al pánico que sentía, y al levantar la vista vi a Cortez. Por un segundo sentí un alivio tremendo. Hasta que recordé su traición. Cuando traté de apartarme de él noté que le faltaban las gafas. De hecho, su atuendo de abogado de tres al cuarto había sido sustituido por unos pantalones color caqui, una chaqueta de cuero y una camisa Ralph Lauren: una vestimenta mucho más adecuada para un joven abogado de una Camarilla. ¿Cómo me había dejado engañar con tanta facilidad?

– Oh, Dios… Savannah -musité.

Me liberé de él y me lancé hacia la puerta. El perrodemonio volvió a la vida y se abalanzó sobre mí. Giré sobre mis talones y empujé fuerte a Cortez, tratando de pasar junto a él y correr en dirección opuesta. Él me agarró de la cintura y me levantó por el aire.

– Savannah está por aquí, Paige. Tienes que atravesar eso.

Y empezó a empujarme hacia los colmillos de la bestia. Yo le clavé las uñas, lo arañé, lo pateé, lo golpeé. Mis uñas chocaron con algo y él jadeó y aflojó su presión lo suficiente para que yo me soltara. Me arrojé hacia adelante, pero él volvió a sujetarme y me rodeó el pecho con los brazos.

– Maldita seas, Paige, ¡escúchame! ¡Savannah está detrás! Allí no hay nada… No es más que una alucinación.

– No es una alucina…

Me hizo girar para enfrentar la bestiademonio. Había desaparecido.

– ¡Maldición, ten cuidado! -gruñó cuando le clavé el codo en el estómago.

Sujetándome con un brazo, agitó la mano en el aire delante de nosotros. La nube de humo rojo volvió y se transformó en un imponente par de mandíbulas que gruñían. Luché con fuerza renovada, pero Cortez se las ingenió para no soltarme y obligarme a mirar. El humo se retorció y se transformó en algo que parecía un dragón, con colmillos, lengua bífida y ojos de los que brotaba fuego. Entonces el dragón desapareció y se convirtió una vez más en el perrodemonio, que babeaba y se agitaba como si estuviera sujeto por una correa muy corta.

– Es una alucinación -dijo él-. Un conjuro. Magia de pacotilla. Gabriel Sandford los instaló en todas las salidas. Mira, Savannah está a salvo y nos espera…

Lo empujé y corrí en la dirección opuesta. Delante de mí, una forma emergió de un pasillo. No reduje la marcha, sólo extendí las manos, lista para hacer a un lado a esa persona. Entonces giró hacia mí. Era un hombre, desnudo, cuya piel pálida resplandecía en esa tenue luz. Le faltaba la parte superior de la cabeza. Tenía el torso cortado en forma de Y, desde los hombros hasta el pecho y la pelvis. Alcanzaba a verle las costillas rotas. Cuando dio un paso adelante algo cayó de su pecho y golpeó el suelo. Sus labios se entreabrieron y me miró. Yo lancé un grito.

Cortez cerró las manos alrededor de mi cintura. Me levantó por el aire y me arrastró hacia la entrada. Cuando llegamos al lugar donde habíamos forcejeado antes, el dragón reapareció. Cerré los ojos y luché con más fuerza.

Segundos después sentí una corriente de aire y, al abrir los ojos, vi que Cortez abría la puerta de salida. Detrás de nosotros, el perrodemonio babeaba y mostraba los dientes hacia la nada. Cortez me alzó y ambos cruzamos la puerta. Sólo cuando estuvimos en el aparcamiento me bajó al suelo.

– Si miras hacia allá -dijo, jadeando-, verás a Savannah en tu automóvil.

Cuando mis pies tocaron el suelo lo empujé y paseé la vista por el aparcamiento del hospital. Vi mi coche… Pero no había nadie adentro.

– ¡Maldición! -Gritó él y miró en todas direcciones mientras se secaba la sangre en las heridas que yo le había hecho en la mejilla-. ¿Dónde demonios está Savannah?

– Juro que si la has hecho algún daño…

– Allí está -dijo él y se alejó un poco-. ¡Savannah! Te dije que te quedaras en el coche.

– ¿Y creíste que te obedecería? -le replicó Savannah desde detrás de mí-. Lanzaste un hechizo para trabar las puertas, hechicero. Eh, Paige, ven aquí. Tienes que ver esto.

Y echó a correr. Salí tras ella, seguida por Cortez. Al doblar la esquina la vimos junto a otra puerta. Antes de que yo pudiera impedírselo, desapareció en el interior. Logré sujetar la puerta antes de que se cerrara. Savannah se encontraba dentro de pie, dándonos la espalda.

– Mirad-dijo.

Sacudió la mano delante de ella. Por un segundo, nada sucedió. Después, una serie de partículas grises flotaron desde todas direcciones hasta formar una pelota sobre la cabeza de Savannah. Me preparé para toparme con otra bestia amenazadora. En cambio, el polvo gris se transformó en la cara de una mujer, y luego trozos de ella comenzaron a desprenderse y a caer y a revelar una calavera sonriente. La boca se abrió en una risa silenciosa y el cráneo giró tres veces y luego se esfumó.

– Fabuloso, ¿no? -Se sorprendió Savannah-. Es cosa de hechiceros. ¿Tú puedes hacer eso, Lucas?

– Ésa es magia de pacotilla -respondió él, resollando mientras recuperaba el aliento.

Ella le sonrió.

– No puedes, ¿verdad? Te apuesto a que yo sí podría. -Volvió a mover la mano y a provocar el hechizo-. Es genial. Uno se acerca a la puerta y se materializa. Está en todas las puertas. Deberías ver a todos los policías que hay ahí. -Me miró por primera vez-. No tienes buen aspecto, Paige. ¿Te sientes bien?

– Leah… Sandford -logré decir, todavía sumida en el pánico-. Debemos irnos. Antes de que ellos…

– Ellos se fueron hace rato -dijo Savannah-. Cuando yo conseguí salir vi a Leah, y estaba a punto de echar a correr cuando Lucas me sujetó. Le propiné un buen golpe y… -Calló y señaló los arañazos que él tenía en la cara-. Eh, ¿yo te hice eso?

– No, creo que ésa fue Paige. El moratón de tu golpe todavía no ha tenido tiempo de aparecer. Ahora, como Savannah intenta contarte, Leah y Sandford se fueron…

– Sí, así es -continuó Savannah-. De modo que Lucas me atrapa y yo lucho con él, y entonces Leah nos manda volando por el aire. Pero antes de que consiga acercarse a mí, ese otro tipo, supongo que Sandford, la detiene, le dice algo y los dos se van.

– ¿Así? ¿Sin más? -le pregunté a Cortez-. Qué oportuno, ¿no?

– No, espera -me interrumpió Savannah-. Ésa es la mejor parte. Como sabrás, ellos no pueden tocar a Lucas porque él es…

– Ahora no, Savannah -dijo Cortez.

– Pero debes decírselo, o no podrá entenderlo.

– Sí -les interrumpí-, tienes que decírmelo.

– Debo suponer que no llamaste a Robert.

– No está en la ciudad. Y quiero oírlo de tus labios. Ya mismo.

Cortez sacudió la cabeza.

– Me temo que querrás que te dé una explicación detallada, para lo cual no hay tiempo en este momento. Sin embargo, te lo explicaré tan pronto como estemos a salvo y lejos de este lugar.

– Eh, Paige -dijo Savannah-. ¿Has visto la bicicleta de Lucas?

Ella echó a correr y dobló la esquina antes de que yo pudiera impedírselo. Cuando llegué junto a ella, la encontré acurrucada, no junto a una bicicleta sino a una motocicleta.

– Es una Scout -explicó-. Una Indian Scout. Una reliquia. ¿De qué año dijiste que era?

– De 1926 -respondió Cortez-. Pero ahora debemos irnos, Savannah.

– Es una pieza de colección -comentó Savannah-. Una pieza realmente única.

– Y supongo que también bastante cara, ¿no? -Dije y miré a Cortez-. Igual que esa camisa de marca. Algo muy exclusivo para un abogado que busca trabajo.

– Yo mismo reparé la moto. En cuanto a la ropa, un traje y una corbata no son precisamente la vestimenta apropiada para montar en moto. Mi guardarropa contiene una cantidad limitada de ropa deportiva, que, en su gran mayoría, ha sido regalo de mi familia, que tiene más presupuesto y gusto que yo. Ahora deberíamos…

– Yo no pienso ir a ninguna parte -afirmé.

Cortez hizo un ruido que se pareció mucho a un gruñido de frustración.

– Paige, éste no es momento para…

– No estoy siendo difícil. Simplemente, no me parece una buena idea huir de aquí. La gente que está ahí dentro me ha visto. Se lo dirán a la policía, que me perseguirá y se preguntará por qué me fui.

Él dudó un momento y después asintió.

– Tienes razón. Sugeriría entonces que buscáramos un agente de policía para que presentes tu declaración.

– Primero pienso sacar a esa gente de ahí antes de que a alguien le dé un infarto.

Savannah puso los ojos en blanco.

– Oh, por favor. ¿A quién le importa esa gente? Ellos no te ayudarían a ti. Díselo, Lucas.

– Paige tiene razón. Creo que sí deberíamos sacarlos de allí.

– No me digas que tú también opinas lo mismo -refunfuñó Savannah-. Oh, Dios, estoy rodeada.

Le hice una señal para que se callara y fuimos hacia la puerta de atrás.


* * *

No les haré un relato minuto a minuto de lo que sucedió a continuación. Entre Cortez y yo logramos anular todos los hechizos de Sandford, o sea que desbloqueamos las puertas y neutralizamos las ilusiones ópticas.

En cuanto a Cary y a los otros muertos vivientes, sencillamente dejaron de caminar. Cuando todo el mundo ya había escapado y las autoridades entraron en el edificio, los conjuros de los nigromantes habían dejado de tener efecto. Al menos, eso fue lo que Cortez explicó. Como ya dije, yo no sé nada acerca de levantar a los muertos. Cualquier nigromante puede hacerlo, pero yo no conocía a ninguno que se atreviera. Los nigromantes que trato utilizan su poder sólo para comunicarse con los espíritus. Devolverle el alma a un cuerpo muerto está contra todo código moral en el mundo sobrenatural.

En el caos que había en el exterior de la funeraria, me llevó veinte minutos encontrar un agente de policía, quien insistió en que debía acompañarlo a la comisaría para presentar mi declaración.

Como es natural, la policía pensó que yo había desempeñado un papel en todo lo sucedido. Pero no sabían qué había sucedido. Sí, claro, habían oído distintas versiones; todos los testigos contaban su historia balbuceando cosas acerca de muertos que caminaban y hablaban. Pero cuando la policía entró en el edificio, sólo encontró una serie de cadáveres tendidos en el piso. Horripilante, sí, pero no era una prueba de que hubiera ocurrido nada sobrenatural.

Cuando presenté mi declaración, repetí solo las partes más creíbles: que me habían convocado mediante un engaño en la funeraria y me obligaron a cruzar en el pasillo atestado de familiares. Después se apagaron las luces. Alguien me empujó hacia la sala del velatorio y atrancó la puerta. Había escuchado gritos de la gente pero casi no pude ver nada en esa oscuridad. Muy pronto encontré el camino hacia un pasillo posterior y conseguí escapar. Reconocí que, mientras lo hacía me topé con una imagen truculenta que bloqueaba la entrada, pero que pasé a través de ella sin ningún incidente y supuse que debía de tratarse de un holograma.

Por último, aturdidos por la incredulidad y por una sobrecarga de información, los policías me dejaron ir. Mi relato tenía sentido y se veía respaldado por el de los testigos, salvo en el hecho de que yo no había visto levantarse a los muertos. No sin cierta reticencia, me dejaron libre.


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