El fax estaba tirado en el suelo, justo donde mi máquina lo había escupido. Gracias a Dios la policía no había pasado por casa para realizar otro registro. Imaginen lo que habrían pensado si encontraban esto. «No, detective, en realidad no soy satanista. ¿Que por qué, entonces, estoy recibiendo faxes sobre Demonología? Bueno, es por esta nueva idea de diseño en la Web en la que estoy trabajando…». A partir de ahora tendré mucho más cuidado con respecto a lo que dejo tirado en casa.
Para encontrarle sentido a lo que Robert me dijo acerca de los Volos era preciso conocer algunos antecedentes de los demonios. Sobre la Demonología 101, por así decirlo.
Los demonios existen tanto en el mundo físico como en el espiritual. Están ordenados en jerarquías, según su grado de poder. Probablemente existe un demonio que rige a todos, alguien que realmente uno no desea invocar, pero sospecho que ese cargo cambia de manos, como gran parte de los liderazgos en nuestro mundo.
Entre los distintos niveles, desde cortesanos a archiduques, tenemos buenos demonios y malos demonios o, para utilizar la terminología correcta, eudemonios y cacodemonios. Cuando digo «buenos» demonios, o eudemonios, no me refiero a que corren de aquí para allá ayudando a la gente de nuestro mundo. A la mayoría de los demonios no les importamos un pepino. Por eudemonios me refiero a los que no buscan activamente arruinar el mundo humano.
Una descripción más exacta sería dividirlos en demonios caóticos y no caóticos. Los demonios caóticos o cacodemonios son, casi exclusivamente, de la clase que entra en contacto con el resto de nosotros. Un hechicero o bruja podría convocar a un eudemonio, pero de todos modos, la mayoría de nosotros conoce tan poco acerca de la demonología que no sería capaz de distinguir un eudemonio de un cacodemonio. Incluso si alguien afirmara ser un eudemonio, lo más probable sería que estuviera mintiendo. Alguien capaz de lanzar hechizos se mostraría suficientemente sensato como para no invocar absolutamente a ninguno.
Pasemos de los demonios a los semidemonios. Una de las formas predilectas de los cacodemonios de causar problemas en nuestro mundo consiste en engendrar hijos. Además, la parte sexual les fascina bastante. Para lograrlo, adoptan forma humana, porque ya han descubierto que ninguna mujer con menos de un litro de whisky en vena responde favorablemente a la seducción por parte de bestias monstruosas, cubiertas de escamas y con pezuñas.
Para ser sincera, debo reconocer que no sabemos cuál es la verdadera forma de un demonio, y que lo más probable es que no se parezca en absoluto al mítico monstruo con pezuñas y cuernos. Cuando entran en el mundo físico, toman cualquier forma que les permita lograr sus fines. ¿Quieren seducir a una mujer joven? Utilizan el disfraz de «muchachito muy apuesto y atractivo de veinte años». ¿Mi consejo a las chicas jóvenes a las que les gusta ligar con tipos en bares? Pues que los condones no sólo evitan las enfermedades venéreas.
Los semidemonios heredan el poder de sus padres. El poder de Adam es el fuego. El de Robert es un Tempestras, término que significa que fue engendrado por un demonio de tormenta, y por tanto, tiene cierto control sobre los elementos climáticos, como el viento y la lluvia. El grado de poder depende del rango que ocupa el demonio dentro de la jerarquía. Tomemos, por ejemplo, a los llamados demonios del fuego. Un ígneo sólo puede causar quemaduras de primer grado. Un Aduro puede provocar quemaduras y, además, encender objetos inflamables. Un Exustio, como Adam, no sólo puede quemar y encender, sino también incinerar. El número de demonios decrece por nivel. Hay probablemente una docena de demonios ígneos allá afuera engendrando bebés. Pero hay sólo un Exustio, y ello significa que lo más probable es que Adam sólo tenga dos o tres «vastagos» en el mundo.
Pasemos entonces a Leah. Ella es una Voló, que representa la categoría superior de un demonio telequinético. Al igual que Adam, es una rareza, engendrada por un demonio singular del más alto rango. La diferencia es que Adam, a los veinticuatro años, hace muy poco que aprendió a usar sus poderes en plenitud. Como sucede con los especializados en lanzar hechizos, el aprendizaje lleva su tiempo. Aunque Adam era capaz de infligir quemaduras cuando tenía doce años, tardó otros doce en poder incinerar. Lo más probable es que Leah, a los treinta y un años, haya estado en total posesión de su poder durante por lo menos cinco años, algo que le ha permitido tiempo más que suficiente de práctica.
La muerte de Cary era una buena prueba de lo que Leah podía hacer, y constituía, además, el único ejemplo que yo tenía de sus poderes. Sí, nos habíamos encontrado con ella el año pasado y muchos objetos habían volado por los aires, pero hubo un problema. Yo no sólo no había presenciado nada de primera mano, sino que hubo un hechicero involucrado, o sea, que era difícil saber dónde terminaban las contribuciones de él al caos y dónde comenzaban las de Leah.
Las investigaciones de Robert indicaban que un Voló podía impulsar un objeto tan grande como un automóvil, aunque la precisión, la distancia y la velocidad disminuyen a medida que el peso del objeto aumenta. Por ejemplo, podría desplazar un coche que estuviera aparcado alrededor de medio metro. En cambio, podría arrojar un objeto tan pequeño como un libro a través de una habitación con suficiente fuerza como para decapitar a una persona. Los Volos tampoco necesitan ver lo que están moviendo. Si pueden lograr una imagen visual de una habitación cercana gracias a la memoria, son capaces de desplazar objetos que se encuentran dentro de ella.
¿Por qué Leah no me había matado? No lo sé. Quizá la Camarilla se lo estaba impidiendo. Cortez dijo que preferían usar métodos legales para resolver disputas, minimizando de esta manera el riesgo de quedar expuestos. Así que es probable que confiaran en hacerse con Savannah en una batalla legal, aunque ello no impidiera que Leah utilizara otros métodos si esa táctica fracasaba.
Por perturbador que me resultara el informe de Robert, se limitaba a confirmar lo que ya intuía y esperaba, basándome en mi trato con Leah hasta la fecha. Sin embargo, él había descubierto dos datos que reforzaron mi optimismo: dos posibles métodos de desbaratar los planes de Leah. No, nada que ver con cruces ni agua bendita; esas cosas sólo funcionan en los cuentos de hadas.
En primer lugar, las investigaciones de Robert indicaban que, a diferencia de los semidemonios Exustio como Adam, los poderes de los Volos se iban a pique cuando se enfurecían. Si se enfadan en exceso, se ponen demasiado nerviosos para concentrarse. Psicología básica, en realidad.
En segundo lugar, todos los Volos presentaban un indicio, una peculiaridad física reveladora que precedía a su ataque. Podía ser algo tan discreto como un parpadeo o tan obvio como una hemorragia nasal, pero todos hacían algo antes de iniciar el ataque. Aunque claro, eso significaba que uno debía provocarlos una serie de veces antes de descubrir esa peculiaridad.
Al despertar, me obligué a espiar por las cortinas. La calle estaba vacía. Qué alivio. Me duché, me vestí y luego desperté a Savannah para el desayuno. Cuando terminamos, llamé por teléfono a su colegio y dejé un mensaje diciendo que no asistiría ese día a clase, pero que más tarde pasaríamos por allí para averiguar cuáles eran sus tareas escolares.
Después hice otra llamada. Al tercer timbre, contestó.
– Lucas Cortez.
– Soy yo… Paige. Creo que… -tragué fuerte e hice otro intento-. Me gustaría probar. Quiero contratarlo.
– Me alegra oírlo. -Su teléfono móvil comenzó a zumbar, como si él se estuviera moviendo-. ¿Puedo sugerirle que nos reunamos esta mañana? Me gustaría establecer un plan concreto de acción lo antes posible.
– Por supuesto. ¿Desea venir a casa?
– Si a usted le parece bien, creo que eso nos brindaría mayor privacidad.
– De acuerdo.
– Digamos… ¿a las diez y media?
Estuve de acuerdo y corté la comunicación. Al hacerlo sentí un enorme alivio. Todo iba a salir bien. Había hecho lo correcto. De eso estaba segura.
A las nueve y media Savannah y yo estábamos trabajando; yo en mi estudio y ella en la mesa de la cocina. A las diez menos cuarto abandoné toda esperanza de poder hacer algo y centré mi atención en el correo electrónico.
Mi bandeja de entrada se había llenado durante el fin de semana; el noventa y cinco por ciento de los mensajes provenían de direcciones que no reconocí. Eso me pasa por llevar un negocio y tener en las Páginas Amarillas mi dirección de correo electrónico, mi número de teléfono particular y mi número de fax. Creé una carpeta titulada «El infierno: primera semana», revisé la lista de remitentes y, si no reconocía el nombre, pasaba el mensaje a esa carpeta sin leerlo. Habría preferido borrarlos, pero el sentido común me dijo que no debía hacerlo. Si algún maníaco entraba por la fuerza en mi casa y degollaba a esta «hija de puta adoradora de Satanás» mientras dormía, tal vez la policía encontraría el nombre de mi asesino enterrado en esa pila de basura electrónica.
Hice otro tanto con los faxes: un repaso rápido de la primera página y, si contenía las palabras «entrevista» u «ojala te quemes en el infierno», los metía en una carpeta y después la colocaba bajo la letra /, de infierno… Cuando terminé de clasificar todo me sentí muy orgullosa por haber podido manejar la situación con tanta calma y eficiencia. Más de dos docenas de faxes y mensajes electrónicos me condenaban a la perdición eterna, a pesar de lo cual mis manos casi no habían temblado.
Después cometí el error increíblemente estúpido de buscar en Internet las referencias a mi historia. Me dije que necesitaba saber qué había allí sobre el tema, qué se estaba diciendo. Después de leer el primer titular -«Ritos satánicos practicados por una bruja cerca de Salem»-, me di cuenta de que no era una gran idea. Pero tenía que seguir. De los tres artículos que examiné, dos mencionaban el rumor acerca del «bebé de Boston desaparecido», uno decía que yo había sido vista merodeando alrededor de la sociedad humana local, dos me acusaban de ser miembro de algún club satánico de Boston y los tres aseguraban que yo había sido encontrada en el lugar del asesinato de Cary «cubierta de sangre». Después de eso, decidí que la ignorancia era una bendición, y apagué mi ordenador.
Las diez y cuarto. Era hora de poner al fuego agua para servirle un café a Cortez. Cuando medía el café para ponerlo en el filtro, sonó el teléfono. Miré el display: número privado. ¿Contestar o no contestar? Decidí esto último, pero pulsé el botón «Hablar» por si llegaba a oír una voz amiga.
– Señora Winterbourne, soy Julie de Seguros Bay.
¿Seguros? Acaso estaba asegurada en una compañía llamada…; no, Seguros Bay era un nuevo cliente. Cuando la voz continuó, oprimí el botón «hablar», pero la máquina siguió adelante.
– … cancelar nuestra orden. Dada la, bueno, publicidad, hemos decidido que es lo mejor. Por favor envíenos la factura por cualquier trabajo que haya realizado hasta la fecha.
– Hola -dije-. ¡Hola!
Demasiado tarde, ya había colgado. Acababa de perder el contrato. Cerré los ojos, respiré hondo y sentí una punzada. ¿Por qué no había imaginado esto, que mi negocio podía quedar dañado por la publicidad? Pero no debía preocuparme por eso. Si ellos no querían mis servicios, que se fueran al diablo. ¡Como si yo tuviera problemas para encontrar clientes! Una o dos veces por semana debía rechazar alguno porque mi carpeta de clientes estaba llena. Además, sí, bueno, es verdad que podía perder algunos contratos, pero también era posible que ganara otros.
Mientras esperaba a que el café estuviera listo, decidí recorrer lentamente el resto de mis mensajes telefónicos. Como para demostrarme que yo tenía razón, tres llamadas más tarde encontré este mensaje: «Hola, soy Brock Summers, de Boston. Pertenezco al Grupo Percepción de Nueva Inglaterra, y nos encantaría encargarle que hiciera algo por nuestra página web…
Tal vez el viejo dicho era cierto: no hay nada mejor que una mala publicidad.
– … ya tenemos una página web -continuó el señor Summers-, pero estamos muy interesados en que usted haga algunas mejoras. He visto su trabajo y conozco a varias personas en su campo a quienes también les interesaría…
Esto era bueno. Realmente bueno.
– … por favor revise nuestra actual página web en www. exorcismosrus.com. Se escribe exorcismosrus, así, en una sola palabra. Hacemos sesiones espiritistas, exterminación de espíritus burlones y ruidosos, exorcismos, desde luego…
Golpeé la tecla «borrar» y me dejé caer en una silla de la cocina.
– ¿Qué pasa, Paige?
Savannah se encontraba de pie junto a la puerta de la cocina, con unos prismáticos en la mano y una mirada preocupada en los ojos. Miró por encima de su hombro en dirección a la ventana del frente.
– Permíteme adivinar: tenemos nuevos adornos en el jardín.
Ella no sonrió.
– No, no es eso… Bueno, sí, los tenemos, pero hace rato que están ahí. Estuve mirando para comprobar cuántos eran. Entonces, hace algunos minutos, me pareció ver una mujer pelirroja de pie en la calle, así que busqué los prismáticos para asegurarme.
Me levanté de la silla de un salto.
– Leah.
Savannah asintió y jugueteó con los prismáticos.
– La estaba observando…
– No te preocupes, querida. Robert me envió anoche por fax algunas notas sobre los Volos, y si ella se encuentra a más de veinte metros de aquí, está demasiado lejos para hacernos daño. Algo bueno de tener ese gentío ahí permanentemente es que no se atreverá a acercarse más.
– Bueno, no es… No es eso. -Volvió a mirar hacia la ventana y entrecerró los ojos como si tratara de ver a Leah a distancia-. Yo estaba mirándola… Y un coche se acercó. Ella bajó a la carretera y el conductor detuvo el coche y… -Savannah me pasó los prismáticos-. Creo que debes ver esto. Lo verás mejor desde mi cuarto.
Entré en la habitación de Savannah y miré por la ventana. Había una fila de por lo menos media docena de coches en nuestra calle, pero mi mirada se dirigió enseguida al que se encontraba aparcado justo a cinco casas. Al ver el pequeño vehículo blanco de cuatro puertas, contuve la respiración. Me dije que estaba equivocada.
Que era un coche bastante común. Pero incluso cuando levanté los prismáticos hacia mis ojos, supe lo que iba a ver.
Había dos personas en el asiento delantero del coche. Leah ocupaba la butaca del acompañante, y en la del conductor estaba Lucas Cortez.
– Quizá existe una explicación -murmuró Savannah.
– Si es así, la pienso obtener ahora mismo.
Caminé deprisa a la cocina, levanté el teléfono inalámbrico y oprimí la tecla de rellamada. La línea se conectó con el teléfono móvil de Cortez, quien respondió al tercer repique.
– Lucas Cortez.
– Hola, soy yo, Paige -saludé, obligándome a decirlo con un tono de forzada frivolidad-. ¿Existe alguna posibilidad de que pueda comprarme un poco de nata camino hacia aquí? En una esquina de la ruta hay un supermercado. ¿Ya ha llegado allí?
– No, todavía no. Voy con un poco de retraso.
La mentira le salió fácil, sin un instante de vacilación. El muy hijo de puta. Hijo de puta mentiroso. Apreté el teléfono con fuerza.
– ¿Prefiere nata de guisar o para montar, o mitad y mitad? -preguntó.
– Mitad y mitad -logré decir.
Levanté los prismáticos. Todavía estaba allí. Junto a él, Leah se reclinaba contra la puerta del acompañante.
Proseguí.
– Ah, y tenga cuidado cuando llegue aquí. Hay mucha gente alrededor de casa. No recoja a ningún autoestopista, por si acaso.
Ahora, una pausa. Una vacilación breve, pero vacilación al fin.
– Sí, por supuesto.
– En especial, no suba a su coche a las semidemonios pelirrojas -dije-. Son las peores.
Una pausa prolongada, como si estuviera sopesando la posibilidad de que se tratara de una broma.
– Puedo explicarlo-dijo por último. ›
– Oh, sí. Estoy segura de que puede hacerlo.
Y colgué.