Librarnos de las asistentes sociales resultó facilísimo. Después de ese espectáculo, estaban impacientes por correr a su oficina y presentar su informe. Traté de que se quedaran y realizaran una entrevista completa -ahora que Savannah estaba tan complaciente-, pero ninguna de las dos quiso saber nada más.
Minutos después se habían ido. Cortez no había hecho nada para ayudarme a persuadirlas de que se quedaran. Tan pronto se fueron, nos condujo al salón, nos indicó que nos sentáramos en el sofá y comenzó a pasearse de aquí para allá. No era una buena señal.
– ¿Estás completamente segura? -le preguntó a Savannah.
– ¿Acerca de que Paige es una buena tutora? Por supuesto que sí. Por eso lo dije, pero no creo que me estuvieran escuchando. Le expliqué a la rubia que yo quería seguir viviendo aquí, pero ella pegó un salto hacia atrás como si yo tuviera mononucleosis o algo por el estilo.
– No me refiero a eso -dijo Cortez-. Tu menstruación, ¿estás segura de que te ha llegado?
– Sí, claro. Las chicas no solemos sangrar sin ninguna razón.
– Tiene sentido -dije-. Ella no se ha sentido demasiado bien últimamente… A eso hay que sumarle sus cambios de humor.
– ¿Qué cambios de humor? -preguntó Savannah.
– No es nada, querida. Está todo bien. Me siento muy feliz por ti. Los dos estamos felices.
Cortez no parecía nada feliz. Estaba agitado; no es una descripción precisa cuando se aplica a la mayoría de las personas, pero en Cortez era equivalente a un colapso nervioso.
– ¿Estás enterada de lo de la ceremonia? -preguntó.
– Precisamente iba a hablar con Paige acerca de eso -contestó ella-. ¿Y cómo es que tú sabes lo de la ceremonia, hechicero?
Lo dijo con una sonrisa, pero él no le prestó atención y me miró.
– Sí -asentí-. Conozco la ceremonia de la menstruación.
– ¿Estás enterada de lo que implican sus posibles variaciones? -preguntó él.
– ¿Variaciones?
– Lo tomo como un no. -Fue hasta la ventana y volvió. Después se detuvo, se pasó una mano por el pelo, se colocó bien las gafas y se serenó. Antes de continuar, se instaló en el sillón, frente a nosotras-. Os mencioné antes que el interés de la Camarilla Nast en Savannah está muy relacionado con secuestrarla a una edad temprana. Eso tiene sus razones, y muy buenas, por cierto. Si a una bruja se la captura antes de que comience a menstruar, es mucho más fácil de manejar.
– Lavado de cerebro -dije.
– Reclutar, persuadir, lavado de cerebro, llámalo como quieras. Una bruja que no ha alcanzado la pubertad es la candidata ideal. Eso, en sí mismo, no es sorprendente, por tratarse de una edad muy vulnerable, como cualquiera con algunos conocimientos de la psicología de los jóvenes puede decirte.
Savannah resopló.
Cortez continuó:
– Sin embargo, en el caso de una bruja, hay algo más que eso. Al variar la ceremonia de la menstruación es posible asegurarse lealtad.
– Esclavizarla, quieres decir.
– No, no. El hecho de alterar la ceremonia puede imponer ciertas limitaciones a los poderes de una bruja, algo que luego puede emplearse para persuadirla de permanecer junto a la Camarilla. No es fácil de explicar. Existen matices e implicaciones que yo no entiendo del todo. El quid de la cuestión es éste: se altera la ceremonia y se obtiene una recluta ideal. Pero si la ceremonia se mantiene inalterable no hay nada que hacer.
– ¿De modo que si conseguimos celebrar la ceremonia sin ningún cambio ellos ya no querrán a Savannah? Eso no tiene nada de malo, abogado.
– Salvo por dos pequeños inconvenientes. Primero, si descubren que Savannah ha llegado a la menstruación, harán todo lo que esté a su alcance para secuestrarla antes de la octava noche.
– ¿Cómo podrían averiguarlo? -preguntó Savannah.
– Por los chamanes-dije-. Tienen chamanes, ¿no?
Cortez asintió.
– Los de la Camarilla tienen de todo.
– Un chamán puede diagnosticar enfermedades y también sabría si has madurado hasta el punto de tener la primera menstruación. Lo único que un chamán tiene que hacer es tocarte. Bastaría con que te empujara en medio de una multitud. Ellos deben de haber hecho que alguien te investigara antes de empezar con todo esto.
– ¿Me estás diciendo que tengo que quedarme encerrada aquí adentro durante una semana? Bromeas, ¿verdad? Ya sabes que la semana que viene es mi graduación. Siempre y cuando me permitan graduarme después de todo esto.
– Lo harán -afirmó Cortez-. Yo me aseguraré de que así sea. No obstante, nuestra principal preocupación será impedir que la Camarilla Nast se entere de tus buenas noticias. Paige, ¿esta casa está protegida contra las proyecciones astrales?
– Siempre.
– Entonces tenemos el segundo inconveniente. Una vez que Savannah haya completado la ceremonia inalterada, ellos ya no la querrán. Sin embargo, dada la reputación de su madre y el problema que les causó a las Camarillas, los Nast no se limitarán a darse por vencidos. Si no pueden tener a Savannah, se asegurarán de que nadie más pueda tenerla.
– Lo que quieres decir es que me matarán -dijo ella.
– Savannah no necesita oír esto.
– Pues a mí me parece que sí, Paige.
– Bueno, disiento. Savannah, vete a tu cuarto, por favor.
– Él tiene razón, Paige -dijo ella, muy serena-. Yo necesito oír esto.
– Necesita saber exactamente cuál es el peligro al que se enfrenta -explicó Cortez-. Debemos protegerla hasta después de la ceremonia, y entonces decirles que su oportunidad ha pasado.
– ¿Qué? -exclamé-. Pero si ellos saben eso la matarán. Tú mismo lo has dicho.
– No. Lo que yo dije fue que podrían matarla si creyeran que ha completado la ceremonia inalterada. Sin embargo, si la octava noche pasara sin una ceremonia, los poderes de Savannah se verían irrevocablemente debilitados. Por consiguiente, ella no representaría ninguna amenaza.
– No pienso saltarme la ceremonia -afirmó ella.
– No lo harás -dije yo-. Sólo tenemos que convencerlos de que sí te la saltaste.
Durante tres horas trabajamos en nuestro plan; compartimos información, presentamos ideas, redactamos listas… Las listas de Cortez, desde luego. Savannah permaneció con nosotros durante la primera hora, hasta que decidió que las conjugaciones verbales le resultaban más divertidas.
Teníamos una semana por delante… Era un período demasiado largo para permanecer encerrados en la casa. Debatimos las ventajas de quedarnos en ella frente a las de encontrar un lugar seguro para toda la semana. Después de barajar distintas opciones, convinimos en que nos quedaríamos en casa hasta tener noticias de los pasos que daban los de la Camarilla Nast. Ellos se habían tomado mucho trabajo para convertir mi vida en un infierno, y Cortez sospechaba que era posible que ahora sencillamente se echaran atrás y aguardaran a que yo me derrumbara. Si huíamos, seguramente nos seguirían. Por ahora parecía mejor esperar y ver qué sucedía durante uno o dos días.
Aunque la ceremonia de Savannah no tendría lugar hasta dentro de ocho días, había algunas cosas que debían hacerse la primera noche, como por ejemplo recoger el enebro. Eso significaba que debíamos salir de casa. Asimismo, el libro de la ceremonia se guardaba en la casa de Margaret, y Cortez aceptó que yo necesitaba repasarlo lo antes posible, así que sumamos eso a nuestra lista de tareas para la noche. Hasta entonces, sólo nos restaba esperar.
Después del almuerzo, mientras Cortez hacía algunas llamadas de tipo legal relacionadas con la visita de las del Departamento de Servicios Sociales, yo decidí despejarme practicando algunos hechizos. Saqué los Manuales de mi mochila y los puse en otro bolso que escondí en el segundo compartimiento debajo del suelo de mi dormitorio. Llegaba a la entrada cuando alguien llamó a la puerta principal.
Retrocedí y volví a poner la mochila en su escondite. Cuando llegué a la entrada, Cortez ya desactivaba sus hechizos trabapuertas. Cuando traté de abrir, le hice señas.
– Ya la tengo.
Él vaciló un momento y luego se puso detrás de mí cuando yo abrí la puerta. Eran dos policías del Estado. Probablemente los había visto antes -el destacamento del condado no era numeroso-, pero ya había superado el punto de molestarme en vincular nombres con caras.
– ¿Sí? -pregunté a través de la puerta mosquitera.
El agente de más edad dio un paso adelante pero no hizo ningún intento de abrir la puerta ni de exigir que lo dejáramos pasar. Tal vez disfrutaba de tener un público más amplio. Lamentablemente para él, la mayor parte del gentío y los equipos de televisión ya no estaban, aunque los muchachos con las videocámaras habían regresado.
– El municipio de la ciudad nos pidió que escoltáramos a estas buenas personas a su puerta.
Dio un paso atrás. Un hombre y una mujer, a los que yo conocía sólo vagamente, dieron un paso adelante.
– Los concejales Bennett y Phillips -presentó el hombre, sin indicar quién era quién-. Nos gustaría comunicarle… -Hizo una pausa, carraspeó y luego levantó la voz para beneficio de los grupos que presenciaban la situación… -Nos gustaría comunicarles una petición del Ayuntamiento de la ciudad de East Falls. -Hizo una pausa de efecto-. El municipio ha decidido, con gran magnanimidad, despojarla de esta propiedad por un valor de mercado justo.
– Despo… ¿ha dicho usted despojarme…?
– Por un valor de mercado justo -repitió él con voz un poco más alta. Miró en todas direcciones para estar seguro de que tenía la total atención de su público-. Además de los gastos de mudanza. Es más, estimaremos el valor de su casa tal como estaba antes de que sufriera ningún daño.
– ¿Por qué directamente no me cubren de alquitrán y de plumas?
– Tenemos una petición. Una petición firmada por más del cincuenta por ciento de la población votante de East Falls. Solicitan que usted, a la luz de los recientes sucesos, considere la posibilidad de mudarse de aquí, y con sus firmas avalan el generoso ofrecimiento de la ciudad.
La mujer desplegó un rollo de papel y, como si se tratara de una especie de bando medieval, dejó que el extremo cayera al suelo. En él vi docenas de nombres, nombres de personas que yo conocía: vecinos, dueños de tiendas, personas con las que yo había trabajado en cenas de beneficencia en Navidad, padres de chicos que asistían a la misma escuela que Savannah, incluso maestras que le habían enseñado… Todos pedían que me mudara. Que me fuera.
Tomé la lista, la rasgué por la mitad y arrojé la otra mitad en las manos de los concejales.
– Llévenle esto al municipio y díganles dónde se pueden meter su generosa oferta. Mejor aún, díganles a todos los que figuran en esta lista que será mejor que se acostumbren a verme, porque no pienso irme de aquí.
Y di un portazo.
Me quedé un momento de pie entre el salón y la entrada, inmóvil allí como sujeta por un hechizo. No hacía más que ver esa lista y repetir mentalmente los nombres. Gente que yo conocía. Gente que creí que me conocía. Desde luego, no me conocían bien. Pero yo no era una desconocida. Había ayudado en cada evento escolar y de caridad. Les había comprado dulces a cada boy scout. Había donado mi tiempo, mi dinero, mis esfuerzos, cualquier cosa que hiciera falta, dondequiera que hiciera falta, todo porque sabía lo crucial que era para el futuro de Savannah que yo me integrara en East Falls. Y, ahora, ellos pasaban todo eso por alto y me daban la espalda. No sólo eso sino que me echaban de la ciudad.
Sí, lo que había sucedido en East Falls era terrible: el atroz descubrimiento del altar satánico y sus gatos mutilados, el abominable horror de la muerte y el funeral de Cary. Yo no culpaba a la ciudad por no correr en mi ayuda con comida y condolencias. Todos se sentían confundidos, todos tenían miedo. Pero hacer un juicio tan flagrante, decir «no te queremos aquí», un rechazo así dolía mucho más que cualquier epíteto gritado por un desconocido.
Cuando finalmente logré salir de mi trance, atravesé la habitación y me desplomé en el sofá. Savannah se sentó junto a mí y me puso una mano sobre la rodilla.
– No los necesitamos, Paige. Si ellos no nos quieren aquí, que se vayan al carajo, podemos tomar su dinero y conseguir un lugar mejor. A ti te gusta Boston, ¿no? Siempre dijiste que era allí donde querrías que viviéramos, y no en este basural de mala muerte. Nos mudaremos allí. Las Hermanas Mayores no podrán quejarse. Es culpa de la ciudad, no nuestra.
– Yo no me iré.
– Pero, Paige…
– Tiene razón, Savannah -intervino Cortez-. A estas alturas, sería como confesarse culpable. Cuando esto termine, Paige puede reconsiderar la oferta si le apetece. Hasta entonces, no podemos tener en cuenta esa posibilidad. -Su voz se suavizó-. Ellos están equivocados, Paige. Tú lo sabes y sabes también que no te mereces esto. No les des la satisfacción de permitirles que te trastornen.
Cerré los ojos y me los tapé con las manos, deteniendo así las lágrimas incipientes.
– Llevas razón. Tenemos trabajo que hacer.
– No hay nada que debamos hacer ahora mismo -dijo Cortez-. Te sugiero que descanses.
– Iré a practicar mis hechizos. ›
Cortez asintió.
– Lo entiendo. Quizá yo podría… -Se frenó en seco-. Sí, es una buena idea. Practicar hechizos te ayudará a no pensar en otras cosas.
– ¿Qué era lo que ibas a decir?
Cogió su agenda de la mesa baja.
– Había un par de hechizos… que pensé que… Bueno, quizá más adelante, cuando hayamos hecho más llamadas y tú hayas tenido un poco de tiempo para ti… Si no tienes inconveniente, hay algunos hechizos de brujas acerca de los cuales me gustaría hacerte algunas preguntas.
Hojeó su agenda, la vista fija en cada página, como si no estuviera aguardando una respuesta. No pude evitar sonreírme. Ese hombre podía manejar con una autoconfianza implacable a policías homicidas, a reporteros sedientos de sangre y a muertos que caminaban, pero bastaba que la conversación cambiara a algo tan remotamente personal como pedirme que habláramos de hechizos para que, de pronto, pareciera tan aturdido y confundido como un escolar.
– Te enseñaré los míos si tú me enseñas los tuyos -dije-. Hechizo por hechizo, eso sí me parece justo. ¿Trato hecho?
Levantó la vista de su agenda con una expresión cómplice en los labios.
– Trato hecho.
– Haz tus llamadas, entonces, y dame una hora para despejarme. Después hablaremos.
Él estuvo de acuerdo y yo me dirigí al piso inferior.
Transcurrió una hora. Una hora de prácticas, una hora de fracasos. ¿Es que no había en el mundo alguna fuerza benévola que recompensara la perseverancia y las buenas intenciones? Si un ser así existía, ¿no podía bajar ahora la vista y observarme, compadecerse de mí y decir: «Démosle aunque sea una recompensa miserable a esa pobre criatura?».
Un buen hechizo de muerte para proteger a Savannah… Eso era todo lo que yo pedía. Bueno, de acuerdo, si existía alguna fuerza benévola allá arriba, probablemente no estaría dispuesta a darle a nadie el poder de matar. Pero yo necesitaba saber cómo hacerlo. ¿No podía quienquiera que fuera el ser supremo que gobernaba la brujería realizar una cosa así? Sí, ya lo sé. Si una entidad así existía, probablemente ya me estaría diciendo muerto de la risa: «¡Esos hechizos no funcionan, tontita!».
– Esos hechizos no funcionan -susurró una voz junto a mi oído.
Pegué un salto y casi caí de rodillas. Savannah espió mi Manual.
– Bueno, en realidad no funcionan, ¿no es así? -dijo-. Aparte de los pocos que conseguiste que tuvieran efecto, el resto fracasó, ¿verdad?
– ¿Tú los has probado?
Ella se dejó caer junto a mí.
– No. Nunca consigo descubrir dónde escondes los Manuales. Pero sé que los estás practicando para tu diario, ¿recuerdas? Me preguntaba si debería decirte que no funcionan, pero supuse que no me escucharías. Lucas cree que debería decírtelo, para que no sigas perdiendo el tiempo.
Eso me dolió, me fastidiaba enormemente la sola idea de que Savannah hubiera hablado con un desconocido de cosas que no quería hablar conmigo. Sin embargo debía reconocer que ella tenía razón. Yo no la habría escuchado. No quería oír nada que tuviera que ver con sus antecedentes, con su madre. Eso debía cambiar.
– ¿Por qué crees que no tendrán efecto?
– No es que lo piense; lo sé.
– Muy bien, entonces, ¿por qué sabes que no tendrán efecto?
– Porque es magia de brujas.
– ¿Y qué tiene de malo la magia de brujas? No hay nada…
– ¿Ves? Le dije a Lucas que reaccionarías así.
Volví a arrodillarme.
– Lo siento, Savannah. Por favor, continúa.
Ella sonrió.
– Vaya, eso me gusta más.
– No te acostumbres demasiado. Ahora habla.
– Ningunos de los hechizos fuertes de brujas funcionan porque les faltan las partes centrales. Por eso tanto mi madre como otras brujas, brujas que no pertenecían al Aquelarre, usan magia de hechiceros, por la fuerza que tienen esos hechizos.
– ¿Ellas usan magia de hechiceros?
– ¿No lo sabías?
– Mmmmm, bueno, yo… -Me costó pronunciar esas palabras-. No, no lo sabía.
– Sí, claro, todos los hechizos realmente poderosos son magia de hechiceros. Lo único que nosotras podemos hacer son cosas simples de brujas, como los hechizos del Aquelarre, además de algunos otros, pero para los hechizos fuertes necesitamos usar magia de hechiceros. Ése es el problema, ¿entiendes? Mi madre solía enfadarse mucho por eso. Culpaba al Aquelarre de haber perdido la parte central de los hechizos. Al menos, ellas dijeron que la habían perdido, pero mamá siempre pensó que la habían tirado. Dijo que eso estaba muy mal, porque les negaba a las brujas…
Savannah no siguió cuando Cortez apareció junto a la puerta.
– Lamento interrumpir. -Sus labios se movían como si estuviera reprimiendo una sonrisa-. Parece que tenemos una nueva situación justo al fondo de la casa… No quisiera importunar tu práctica, Paige, pero se me ocurrió que tal vez te vendría bien un descanso.
– Aguarda un segundo -dije-. Savannah me estaba contando algo importante.
– Eso puede esperar -dijo ella y se puso de pie de un salto-. ¿Qué pasa afuera?
– Creo que una descripción verbal no le haría justicia -fue la respuesta de Cortez, quien sonrió.
Savannah salió y se dirigió a la escalera.