Una estrategia brillante, cuatro siglos demasiado tarde

Abriel Sandford era un hechicero. Lo supe en cuanto lo miré a los ojos; un reconocimiento visceral e inmediato. Ésta es una peculiaridad específica de nuestras razas. Sólo necesitamos mirarnos a los ojos para que una bruja reconozca a un hechicero y un hechicero reconozca a una bruja.

Las brujas son siempre mujeres y los hechiceros, hombres, pero los hechiceros no son el equivalente masculino de las brujas. Somos dos razas separadas, con diferentes poderes que, no obstante, tienen elementos en común. Los hechiceros puede lanzar hechizos de brujas, pero con una potencia reducida, del mismo modo en que nuestra capacidad para utilizar embrujos de hechiceros es parcial.

Nadie sabe cuándo se originaron los hechiceros y las brujas ni cuál surgió en primer lugar. Al igual que la mayoría de las razas sobrenaturales, han estado aquí desde los inicios de la historia, comenzando con un puñado de personas «dotadas» que se convirtieron en una raza como tal, todavía lo suficientemente poco numerosa como para ocultarse del mundo de los humanos, pero bastantes para formar su propia microsociedad.

Las referencias más tempranas acerca de las brujas auténticas demuestran que se las valoraba por sus habilidades curativas y mágicas, pero en la Europa medieval las mujeres con esos poderes eran vistas con creciente recelo. Al mismo tiempo, el valor de los hechiceros comenzó a incrementarse cuando los aristócratas competían por tener sus propios «magos» privados. Las brujas no necesitaban lanzar hechizos con pronósticos meteorológicos para saber de qué lado soplaba el viento y crearon para ellas un papel nuevo en ese nuevo orden mundial.

Hasta ese momento, los hechiceros sólo podían lanzar hechizos sencillos utilizando movimientos de las manos. Las brujas les enseñaron a aumentar su poder añadiendo otros elementos para ese fin: conjuros, pócimas, objetos mágicos, etcétera. A cambio de esas enseñanzas, las brujas les pidieron a los hechiceros que se unieran a ellas en una alianza ventajosa para ambos. Si un noble quería que le ayudaran a derrotar a sus enemigos, consultaba a un hechicero, quien transmitía ese deseo a las brujas. Juntos, efectuaban los hechizos apropiados. Después, el hechicero regresaba junto al caballero y cobraba su recompensa. A su vez, el hechicero aseguraría el sostén económico de las brujas y las protegería con su dinero y su posición social. El sistema funcionó durante siglos. Los hechiceros ganaron poder tanto en el mundo de los humanos como en el sobrenatural, al tiempo que las brujas ganaron seguridad, protección e ingresos seguros.

Entonces llegó la Inquisición.

Los hechiceros fueron uno de los primeros blancos de la Inquisición en Europa. ¿Cuál fue su reacción? Nos traicionaron. ¿Los inquisidores querían herejes? Los hechiceros les dieron brujas. Libres de las restricciones morales impuestas por los Aquelarres, los hechiceros se dedicaron a una magia más poderosa y más oscura. Mientras las brujas morían quemadas en la hoguera, los hechiceros hicieron lo que mejor sabían: volverse más ricos y poderosos.

Hoy, los hechiceros han llegado a ser algunos de los hombres más importantes del mundo. Políticos, abogados, empresarios…; revisad las filas de cualquier profesión conocida en busca de codicia, ambición y una típica falta de escrúpulos y encontraréis un conjunto de hechiceros. ¿Y las brujas? Mujeres comunes y corrientes que viven existencias comunes y corrientes, casi todas temen tanto ser perseguidas que nunca se animaron a aprender un hechizo que mate algo más grande que un pulgón.

– Era previsible -murmuré lo suficientemente fuerte como para que Sandford lo oyera.

Si entendió lo que yo quería decir, no lo demostró; se limitó a tenderme la mano y a sonreír. Decliné ambas cosas con una mirada gélida, pasé junto a él y entré en la sala de reuniones. En su interior se encontraba sentada una mujer pelirroja de estatura media, delgada, de alrededor de treinta años, con un magnífico bronceado y una sonrisa evidentemente preparada. Leah O'Donnell.

Sandford movió una mano en mi dirección.

– Te presento a la muy estimada líder del Aquelarre Norteamericano.

– Paige -dijo Leah y se puso de pie-. ¡Qué aspecto tan saludable tienes! -exclamó después de escrutar cada uno de mis kilos de más.

– ¿No se te ocurre ningún otro insulto para mí? -pregunté-. Si es así, desahógate ya mismo porque detestaría que esta noche estuvieras en la cama, insomne, pensando en todos los improperios que te tragaste.

Leah se dejó caer en su asiento.

– Oh, vamos -continué-. Adelante. Ni siquiera me vengaré. Las réplicas ingeniosas nunca han sido mi estilo.

– ¿Y cuál es tu estilo, Paige? -Preguntó Leah y señaló mi vestido-. Laura Ashley, supongo. Realmente, qué apropiado… para una bruja.

– En realidad -intervino Sandford-, por lo que tengo entendido, la mayoría de las brujas del Aquelarre prefieren los pantalones de poliéster. Azules, para que hagan juego con el tinte de su pelo.

– ¿Quieres tomarte algunos minutos para pensar en algo más ingenioso? Yo puedo esperar.

– Vayamos al grano de una vez -exclamó Leah-. Tengo cosas que hacer, lugares a los que ir, vidas que arruinar. -Mostró los dientes en una sonrisa y se balanceó hacia atrás en su silla.

Yo puse los ojos en blanco, me senté y me dirigí a Sandford.

– Leah tiene razón, terminemos con esto de una buena vez. Es sencillo. No obtendrás la custodia de Savannah. Al organizar esta absurda reunión para la custodia, lo único que has conseguido es alertarme. Si te has creído que podrías asustarme con papeles falsos te has equivocado de bruja.

– Pero es que no son falsos -anunció Sandford.

– Aja. ¿En qué va a basar su argumentación? ¿En mi edad? Leah no es mucho mayor que yo. ¿Que no estoy emparentada con Savannah? Tampoco lo está Leah. Yo tengo un negocio próspero, una casa sin ninguna hipoteca, antecedentes sólidos de servicio comunitario y, lo que es más importante, la bendición del único familiar vivo de Savannah.

En los labios de Sandford se dibujó una sonrisa.

– ¿Está segura?

– Sí, estoy segura. ¿Ése es su plan? ¿Persuadir a Margaret Levine de que renuncie a la custodia?

– No, lo que quiero decir es si está segura de que la señorita Levine es el único familiar vivo de Savannah. El hecho de que su madre haya muerto no convierte a Savannah en una huérfana.

Me llevó un segundo entender lo que quería decir.

– ¿Su padre? Savannah ni siquiera sabe quién es. Oh, déjeme adivinar. De alguna manera se las ha ingeniado para encontrarlo y convencerlo de que se pusiera de parte de Leah. ¿Cuánto le ha costado? -Sacudí la cabeza… -No importa. Inténtelo. Seguirán contando mis ventajas contra las carencias de Leah, una batalla que estoy dispuesta a librar en cualquier momento.

– ¿Quién dijo que soy yo la que quiere obtener la custodia? -Preguntó Leah desde el otro extremo de la mesa-. ¿Lo dijiste tú, Gabe?

– Desde luego que no. Es obvio que Paige saca conclusiones equivocadas. Aquí dice textualmente… -Levantó su copia de la carta que me había enviado y simuló estar preocupado, algo tan poco creíble como si se hubiera golpeado la frente con la mano. -No puedo creerlo. Esa nueva secretaria que tengo… Le dije que incluyera tu nombre como testigo. ¿Y qué hace ella entonces? Te anota como la demandante. Increíble.

Los dos sacudieron la cabeza y después permanecieron en silencio.

– ¿Entonces quién es la parte demandante? -pregunté.

– El padre de Savannah, por supuesto -respondió Sandford-. Kristof Nast.

No reaccioné, Leah se inclinó hacia Sandford y le dijo en un susurro teatral:

– No creo que sepa de quién se trata.

Los ojos de Sandford se abrieron de par en par.

– ¿Es posible? ¿La líder del poderosísimo Aquelarre Norteamericano no conoce a Kristof Nast?

Debajo de la mesa, me clavé los dedos en los muslos para obligar a mi lengua a no pronunciar palabra.

– Es el heredero de la Camarilla Nast -continuó Sandford-. Sabe lo que es una Camarilla, ¿verdad que sí, bruja?

– He oído hablar de ellas, sí.

– ¿Ha oído hablar de ellas? -Sandford se echó a reír. -Las Camarillas son corporaciones de miles de millones de dólares con intereses internacionales. Son el logro supremo de los hechiceros, y Paige «ha oído hablar de ellas».

– Este tal Nast, ¿es un hechicero?

– Naturalmente.

– Entonces no puede ser el padre de Savannah, ¿no?

Sandford asintió.

– Reconozco que es difícil entender cómo un hechicero, en particular uno de la talla del señor Nast, pudo rebajarse a acostarse con una bruja. Sin embargo, debemos recordar que Eve era una joven muy atractiva y terriblemente ambiciosa, razón por la cual resulta comprensible que hubiera seducido al señor Nast, a pesar de la repugnancia de semejante unión.

– No olvides -intervino Leah- que Eve no era sólo una bruja. Era también un semidemonio. Alguien realmente sobrenatural.

– ¿En serio? -dije-. ¿Un ser sobrenatural que no puede transmitirle sus poderes a sus hijos? Más una aberración que una raza, ¿no les parece? -Antes de que Leah pudiera contestarme, miré a Sandford. -Sí, coincido con que me resulta imposible pensar en que cualquier bruja se acueste con un hechicero mientras haya alguien más con un pito sobre el planeta, pero aparte de eso, existe también una imposibilidad biológica. Un hechicero sólo engendra hijos varones. Una bruja sólo tiene hijas. ¿Cómo podían entonces reproducirse? Es totalmente imposible.

– ¿Eso es una ley? -preguntó Sandford.

– Desde luego que lo es -afirmó Leah-. Paige lo sabe absolutamente todo. Estudió en Harvard.

Sandford soltó una risotada de desprecio.

– La universidad más sobrevalorada del país, y ahora hasta admiten a brujas. Cuánto se han rebajado.

– A usted no lo aceptaron, ¿verdad? -dije-. No sabe cuánto lo lamento. Sin embargo, si encuentra una prueba de que una bruja y un hechicero pueden tener hijos juntos, por favor, envíemela por fax a mi casa. De lo contrario, daré por sentado que tengo razón.

– El señor Nast es el padre de Savannah -afirmó Sandford-. Y ahora que su madre ya no está entre nosotros, él quiere asegurarse de que tenga la clase de poder que se merece, la clase de poder que Eve habría querido para ella.

– Buen argumento -dije-. Me gustaría que se animara a presentarlo en un juzgado.

– No tendremos necesidad de hacerlo -repuso Sandford-. Usted renunciará a la custodia de Savannah mucho antes de que lleguemos a ese punto.

– ¿Y cómo se proponen lograrlo?

Leah sonrió.

– Con hechicería.

– ¿Qué?

– O nos das a Savannah o le diremos al mundo lo que en realidad eres.

– ¿Quieres decir…? -No pude evitar echarme a reír. ¿Planeas acusarme de practicar la brujería? Ése sí que es un gran plan. O lo habría sido hace cuatrocientos años. ¿Brujería? ¿A quién le importa? Suena muy viejo, la verdad.

– ¿Está segura de que es así? -preguntó Sandford.

– La práctica de la hechicería es una religión aceptada por el Estado. No pueden discriminarme por mis creencias religiosas. Debería haber hecho sus deberes, abogado.

– Claro que los hice.

Sonrió y, después, los dos abandonaron la sala.


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