La despedida

A pesar que el hermano de Cortez le advirió que no involucrase a nadie más, Sandford contaba, al menos, con un aliado: el semidemonio Friesen. No habían pasado aún treinta minutos desde que Sandford me había dejado sola, cuando Friesen entró en la habitación. Sin decir una palabra, me cargó sobre sus hombros. Me sacó de la habitación y cruzamos el sótano hasta una trampilla muy parecida a la que yo tenía en casa, la abrió y me empujó por ella.

Caí en un jardín cubierto de maleza. Después de haber pasado tanto tiempo en penumbra, el resplandor del sol me hizo daño en los ojos. Traté de librarme de mis ataduras, pero los nudos estaban muy ajustados. Friesen pasó también por la puerta, me levantó sin prestar atención a mis forcejeos y se dirigió al granero. Una vez dentro, nos esperaba una furgoneta de reparto. También Sandford. Cuando Friesen me llevó hacia la furgoneta, Sandford cerró su teléfono móvil.

– Hecho -dijo Sandford-. Estará en la cabaña en dos horas.

Friesen asintió. Conmigo todavía sobre su hombro, abrió la puerta de atrás de la furgoneta, me depositó adentro boca arriba y después dio un paso atrás. Su mirada me recorrió lentamente y se detuvo en mi pecho y en mis piernas desnudas.

– Cierra la puerta y pongámonos en marcha -dijo Sandford-, antes de que alguien se dé cuenta de que ella ya no está.

Friesen volvió a recorrerme de nuevo con la mirada y después miró a Sandford.

– Estaba pensando… Vas a mandarle a Lucas Cortez un vídeo, ¿no es así? ¿De su muerte? ¿Por qué no… ya sabes… le doy yo un poco antes? -Su mirada volvió a mí y en sus ojos advertí un brillo de lujuria-. Yo lo haría por ti.

– ¿Harías qué? -Sandford pescó la mirada que Friesen me estaba dirigiendo y sus labios se curvaron-. Una violación no forma parte del trato, y tampoco lo será. Limítate a llevarla a la cabaña y deje que el profesional haga su trabajo.

– Qué desperdicio, ¿no te parece?

– Ni lo sueñes. -Sandford comenzó a volverse, pero antes frunció el entrecejo hacia Friesen, que seguía mirándome como si yo fuera una cena gratis. Sacudió la cabeza y levantó las manos. -Qué demonios, haz lo que quieras… pero hazlo lejos de la casa y antes de llevarla a la cabana, ¿de acuerdo? Tienes dos horas. Ahora muévete.

Friesen sonrió y cerró la puerta de atrás de la furgoneta.


* * *

En cuanto nos alejamos de la casa comencé a contar. Tenía que salir de allí antes de que Friesen llegara a una distancia que le permitiera aparcar y, a juzgar por las miradas que me había estado lanzando, no iba a esperar más de lo necesario.

Cuando llegué a cien decidí que ya estábamos fuera de la vista de la casa, así que cerré los ojos y me concentré en lanzarle mentalmente a Friesen el hechizo de asfixia. No sucedió nada, lo cual no era sorprendente puesto que yo no podía hablar. Sin embargo, cuando estábamos en la casa, alguien había lanzado una bola de fuego. El hechizo procedía de mis Manuales secretos, de modo que tenía que haber sido yo, aunque no estaba nada segura con respecto a cómo lo había logrado. ¿Acaso mi furia de alguna manera se había manifestado en un hechizo no intencional? Esperaba que así fuera, como esperaba poder hacerlo de nuevo, sólo que esta vez eligiendo qué hechizo lanzar.

La furgoneta redujo la marcha y después se detuvo a un lado del camino. ¿Ya? No podíamos haber recorrido más de ochocientos metros desde la casa. Friesen puso la palanca de cambios en punto muerto. Después giró, se soltó el cinturón de seguridad y logró pasar entre los asientos delanteros. Luché contra el impulso de forcejear y, en cambio, me concentré en un hechizo mental. No sucedió nada.

Friesen se irguió sobre mí. Yo retrocedí todo lo que pude por el suelo.

– No todavía, preciosa -dijo él y se agachó sobre mí-. Aún no tienes nada que temer. Sólo voy a mirar un poco mejor la mercancía.

Cuando comenzó a desabotonarme la blusa, yo me giré, pero no pude moverme lo suficiente para dificultarle las cosas. El me abrió la blusa y sonrió.

– Rojo -dijo, con la mirada fija en mi sujetador-. Negro está bien, y blanco es bonito, pero no hay nada como una chica que usa un sujetador rojo. -Deslizó un dedo por mi pecho-. Apuesto a que es seda. Una chica que realmente sabe cómo vestirse.

Mientras toqueteaba el broche de mi sujetador, yo cerré los ojos y me concentré en lanzar un hechizo, cualquiera, el que fuera. Mi sostén se abrió. Friesen inspiró profundamente.

Abrí los ojos y traté de apartarme retorciendo todo el cuerpo. Él bajó la mano en dirección a mis pechos, pero se detuvo antes de que sus dedos me tocaran. Sostuvo la mano allí por un momento, y después la cerró en un puño y retrocedió.

– No todavía -murmuró-. Prolonguemos un poco más la diversión.

Me cogió de las caderas. Yo intenté darle una patada, pero él me tumbó de lado para que quedara de cara a la parte de adelante de la furgoneta. Después bajó la mano y me levantó la falda hasta la cintura. Me retorcí y luché, tratando de alejarme, pero eso sólo lo hizo sonreír más.

– Seda roja. -Se rio por lo bajo mientras me tocaba las bragas-. Hacen juego, claro. Pobre Lucas. El muchacho nunca supo qué lo golpeó. Tú sí que sabías lo que estabas haciendo, querida. Un pasaje de primera clase hacia la buena vida… aunque para ello tuvieras que acostarte con ese desalmado. -Sonrió y deslizó un dedo por la parte interior de mi muslo-. Si es inevitable que te vayas, lo menos que puedo hacer yo es darte una buena despedida.

Volvió a mirarme y después se incorporó y regresó al asiento del conductor. Cuando la furgoneta volvió a entrar en el camino, él corrigió la posición del espejo retrovisor para poder verme.

– Así está mejor. No podía pedir una vista mejor.

Mi miedo se cristalizó en una furia ciega, asesina.

La furgoneta giró hacia el arcén. Friesen lanzó un insulto. Mi cabeza se sacudió y golpeó sobre el suelo metálico. Algo se me incrustó en el cuero cabelludo cuando Friesen consiguió volver a poner la furgoneta en el camino.

– Maldición -dijo al mirar por el espejo y se rio entre dientes-. Eres una distracción mayor de lo que había pensado.

El corte que me había hecho me latía. Al girar la cabeza vi el borde de un saliente metálico en un lado de la furgoneta. Me contorsioné hasta que la mordaza quedó alineada con esa saliente de metal. Entonces levanté la cabeza y traté de enganchar el borde en la tela. La furgoneta se sacudió con un bache y el metal me abrió un tajo en la mejilla.

La mirada de Friesen volvió a centrarse en el espejo. Yo me detuve y esperé hasta que dejó de mirarme y enfocó su atención nuevamente en el volante. Deslicé otra vez la mejilla contra la tira metálica. Esta vez la mordaza se enganchó.

Corrí la tela hacia abajo sobre mi labio superior. En ese momento la furgoneta volvió a moverse y el nudo de la mordaza se soltó. Fui moviendo la mandíbula lo suficiente para liberar mi boca y poder, al menos, farfullar. Lancé entonces el hechizo de asfixia. Friesen tosió. Yo permanecí inmóvil.

Él volvió a mirarme por el espejo y sonrió.

– Me parece que me falta un poco de aire. Debe de ser culpa de esas bragas rojas. Veamos si puedo encontrar un lugar donde detener el vehículo.

Cuando miró en otra dirección, volví a lanzar el hechizo. Nada. Rápidamente lo repetí. Él tosió y luego resolló. La furgoneta viró bruscamente. Friesen trató de mantenerla en la carretara, mientras jadeaba durante lo que a mí me pareció una eternidad. Al fin, el vehículo se salió del camino y rodó en el campo.

El lado derecho se hundió en el agua de una zanja. Por un momento la furgoneta siguió avanzando dando tumbos, patinando lentamente hacia la zanja. De pronto, el mundo comenzó a girar a mí alrededor. Salí volando del suelo, me golpeé contra uno de los laterales de la furgoneta y me di contra el techo. Seguí bamboleándome dentro del vehículo hasta no saber qué era lo de arriba y qué lo de abajo. Entonces, todo se detuvo.

Cuando levanté la cabeza, los asientos estaban sobre mi cabeza. La furgoneta se había detenido boca abajo. Me moví y traté de apoyarme en la espalda. El vehículo tembló y crujió hasta quedarse finalmente inmóvil.

Miré en todas direcciones en busca de algo que se hubiera roto y que fuera afilado. La ventana más próxima se había hecho añicos, pero su cristal de seguridad había quedado del todo inservible para mis fines. Miré por encima de mi cabeza. Una de las butacas se había roto y de ella asomaba una barra metálica que me pareció útil. Me llevó unos veinte minutos y una dosis más que abultada de maldiciones, pero finalmente pude cortar las ataduras que me ligaban las manos. Me desaté las de las piernas y salí de la furgoneta por la ventana rota.

Friesen todavía estaba sujeto por el cinturón de seguridad y colgaba boca abajo. Tenía un corte en la cabeza y sus ojos estaban cerrados. Me acerqué a él lentamente y vi que estaba inconsciente pero vivo. Aunque estuve tentada de hacerle algo más doloroso a ese hijo de puta, no lo hice. Con dejarlo allí inconsciente me bastaba.

Pasé los siguientes minutos registrando a Friesen y el interior de la furgoneta en busca de un teléfono móvil. Por supuesto, no hallé ninguno. Eso habría sido demasiado fácil. Finalmente, me di por vencida y sellé las puertas con los hechizos de cerrojo más fuertes que tenía.

Mientras me abrochaba el sujetador y me abotonaba la blusa paseé la vista por el lugar. La furgoneta había aterrizado en un campo. Cuando llegué al camino me detuve un momento para orientarme. Debía tomar una decisión: ¿regresar a la casa o tratar de conseguir ayuda? Parecía una elección obvia, ¿no? Tampoco soy estúpida. Seguramente debería darme cuenta de que lo más sensato era buscar algo que me proporcionara una mayor seguridad, lograr la ayuda de alguien fuerte y después volver a buscar a Savannah. Pero no podía hacer eso. En ese momento sabía bien dónde encontrarla. Si intentaba conseguir ayuda, puede que ella no estuviera allí a mi regreso. Sí, era una locura, pero tenía que volver a la casa.

Me interné en los campos, fuera de la vista de la carretera, e inicié la larga caminata de regreso. ¿Qué debía hacer cuando llegara allí? No lo sabía. Si podía rescatar a Savannah, lo haría. Tenía que reconocer que era poco probable que pudiera lograrlo sola. Si no era capaz de hacerlo, tal vez podría enviarle un mensaje, decirle que había vuelto. En el peor de los casos podría evaluar la situación, ir en busca de ayuda y después volver deprisa para vigilar a Savannah desde lejos.

Debimos de haber avanzado por lo menos cinco kilómetros en la furgoneta. Por suerte, Friesen sólo había doblado una vez y los caminos estaban tan lejos unos de otros que me resultaría fácil adivinar dónde girar.

Al cabo de un kilómetro y medio recorriendo los campos a pie, oí a lo lejos el sonido de un motor y me quedé petrificada. Aunque estaba demasiado lejos del camino como para ser vista, me agazapé y aguardé a que el vehículo pasara. Cuando el coche salió de mi campo de visión, me incorporé y reanudé mi caminata.

Había avanzado alrededor de otro kilómetro y medio cuando el silencio fue interrumpido por las lejanas notas de un grito. Me dejé caer sobre la tierra. Los campos estaban en silencio. Aguardé otro minuto, pero cuando se hizo la calma, me puse en pie y comencé a avanzar, sólo que ahora con más lentitud.

Después de caminar otros cien metros vi un grupo de árboles que rodeaban lo que parecía ser una casa blanca de dos plantas. Antes de que pudiera romper a correr, oí voces. Me tiré al suelo de nuevo y permanecí inmóvil entre las altas hierbas.

– ¡Yo no pienso volver a entrar allí! -gritó Sandford con voz estridente.

– Si yo te lo digo, lo harás -respondió Nast, con absoluta frialdad.

– No, no lo haré. A partir de este momento, ya no pertenezco a tu maldita organización. ¡Me marcho! ¿Entiendes? ¡Me voy!

– Tienes un contrato.

– ¿Quieres que te diga dónde puedes meterte ese contrato? No pienso entrar en esa casa. Ella es tu hija. Sácala tú de allí.

Se sucedieron deprisa un aullido y un ruido sordo. Después, de nuevo el silencio. Avancé unos centímetros hasta poder ver a los dos hombres a través de los árboles. Se encontraban en el parque lateral. Sandford, agazapado en tierra, con sangre brotándole a borbotones de la nariz y de la boca. Nast, de pie a algunos pasos, con los brazos cruzados, aguardando.

– Por favor, Kris, sé razonable -pidió Sandford-. Me estás pidiendo que arriesgue la vida por una bruja.

– Te estoy pidiendo que ayudes a mi hija.

– ¿Cuánto hace que la conoces? Me pediste que me tomara esta tarea como un favor especial, y lo hice. Ahora todo se ha ido al diablo, pero yo sigo contigo, ¿no es así?

– Serás bien recompensado por esa lealtad tuya, Gabriel. Saca a Savannah de esa casa y te merecerás una bonificación de seis cifras.

Sandford se secó una mano ensangrentada en la camisa. Después miró a Nast.

– Una bonificación además de la vicepresidencia. Con una oficina en el piso doce.

– Una oficina en el piso doce… Y olvidaré quién se supone que debería haber estado vigilando a la bruja cuando ella se hizo humo.

Sandford logró ponerse de pie y asintió.

– Hecho.

– La quiero ilesa. Sin un rasguño. ¿Entendido?

Sandford asintió nuevamente y fue hacia la puerta principal. Yo esperé hasta que quedó fuera de mi vista; después corrí a los bosques y rodeé la casa hasta quedar en el lado opuesto.


Загрузка...