Antes de cenar, Greta y Olivia decidieron darle su primera clase a Savannah. Nos llevaron a un bosquecillo que había un poco más allá de un granero abandonado. Leah y Friesen también vinieron, supuestamente para proteger a Savannah de cualquier amenaza externa, pero seguro que su fin era evitar cualquier plan de huida conjunto que yo pudiera haber urdido. No necesitaban haberse molestado. Mientras Savannah quisiera quedarse, yo permanecería allí junto a ella.
Greta comenzó con magia de brujas, pero era obvio que no tenía demasiado interés en el tema, y tan pronto como se aseguró de que Savannah sabía lo básico, siguió adelante.
– Ahora vamos a mostrarte algunas hechicerías -dijo Greta-. Desde luego, más adelante tendrás un tutor mejor para esto, pero me pareció que te gustaría ver una muestra de lo que aprenderás. Cuando regresemos a Los Ángeles podremos trabajar más en tus habilidades como bruja.
Olivia sonrió.
– De momento, nos divertiremos un rato.
A lo largo de la siguiente hora Greta y Olivia mostraron una media docena de hechizos. Uno era una variación del hechizo de niebla de Cortez. Otro disparaba un rayo de energía eléctrica de la mano de la persona que lo lanzaba. Un tercero conjuraba luces de colores. Obviamente lo estaban haciendo para su lucimiento personal, seleccionando hechizos que no eran más que fuegos artificiales. Magia de pacotilla, como diría Cortez. Yo habría querido estar en posición de menospreciarlas, pero lo cierto era que estaba impresionada.
Mientras seguían lanzando hechizos, no pude evitar pensar en todos sus usos posibles. El hechizo de niebla resultaría muy útil para las fugas, en particular, si se unía al hechizo de encubrimiento. El hechizo del rayo eléctrico me pareció una excelente variación del hechizo de la bola de fuego, algo más para agregar a mi repertorio de defensas no letales. Yo quería encontrar alguna falla, alguna vileza, pero no pude. Esa magia no tenía nada de malo. Aunque no era mejor que la magia que aparecía en los Manuales terciarios, tampoco era peor… al menos, no en el sentido de ser menos moral.
– ¿Podrías lanzar de nuevo el hechizo de niebla? -pregunté.
Greta sonrió.
– ¿Te gusta ése?
– Es interesante. Contiene componentes de viento y de fuego, esenciales en los hechizos de brujas, pero la construcción es muy diferente. La invocación a Bóreas es única. Supongo que ése es un vestigio de sus orígenes.
Greta y Olivia se quedaron mirándome como si yo hubiera hablado en griego, y en cierto modo así era, puesto que aquel hechizo era de origen griego. Tras un breve silencio, Olivia se echó a reír.
– Si quieres que te diga la verdad, Paige, no tenemos idea de qué es lo que dice. Nunca lo tradujimos.
– ¿No sabéis griego? -Preguntó Savannah-. Creí que todas las brujas tenían que saber griego. Y latín y hebreo. Por lo menos, lo suficiente para entender los hechizos.
– Nosotras no nos molestamos en esas tonterías -dijo Olivia-. Yo sé algo de latín de mis días de estudiante, pero no es importante. Los Manuales te dirán cuál es el efecto de los hechizos y tus tutores te explicarán cómo se pronuncian.
– ¿Te gustaría intentar lanzar alguno? -le preguntó Greta a Savannah.
– Por supuesto.
– ¿Cuál?
Savannah me sonrió.,
– Todos. Enseñadnos todos.
Esa noche, Nast ofreció una cena formal para su hija. Savannah recibió su primer vestido negro, dos tallas más pequeño en el largo y dos tallas más grande en el ancho, pero ella -fascinada- ni lo notó. También recibió su primer par de zapatos de tacón alto y su primer maquillaje, y Greta y Olivia se ocuparon de transformarla en una «pequeña princesa». Solo Nast y Sandford se unieron a nosotras para la cena, ambos de esmoquin. Confieso que no reconocí la mitad de las cosas que comí.
Después, Nast le regaló a Savannah un anillo con el emblema de la familia. A mí me dio un amuleto, un gesto que obviamente complació a Savannah y cuya intención era, estoy segura, precisamente ésa. Era un objeto bonito, pero no mágico, probablemente algo que había comprado esa tarde en una joyería de antigüedades de Boston.
A continuación, todos los de la casa, Sandford, las brujas, los guardias semidemonios y hasta la cocinera chamán, desfilaron ante nosotras con obsequios. Una vez, en un museo, vi un mural que mostraba a un faraón sentado en su trono, mientras un desfile de dignatarios extranjeros le ofrecía regalos exóticos. A eso mismo se pareció lo que allí sucedió. Y Savannah, como cualquier chiquilla normal de trece años, lo recibió deleitada.
Después de la cena nos retiramos a nuestra habitación. Eran sólo las ocho y media, pero estábamos rendidas de cansancio y de sueño.
– ¿Has visto lo que me ha regalado Greta? -Savannah tomó una daga de plata con incrustaciones de amatista de la pila de regalos que tenía sobre la cama-. Un nuevo atbame. ¿No es precioso? Apuesto a que es muy caro.
– Sí, mucho.
– ¿Puedo ver el amuleto que te ha dado Kristof?
Nast le había pedido a Savannah que lo llamara por su nombre de pila hasta que se sintiera lista para utilizar un término más propio de la relación que realmente les unía. Tuve que admitir que era una treta muy astuta.
Le dejé el collar a Savannah.
– Genial. Apuesto a que es una antigüedad.
– Seguro que lo es.
– Fue un gesto muy bonito de su parte, ¿no te parece? Comprarte algo.
Asentí.
Savannah bostezó y se desperezó sobre la cama.
– Estoy tan cansada. -Levantó la cabeza para mirarme-. ¿Crees que le habrán puesto algo a nuestra comida?
Tuve ganas de gritar «¡Sí! ¿No lo ves? ¿No lo entiendes? Los regalos, la fiesta… todo es una impostura». Pero lo cierto era que yo misma tampoco estaba segura de que fuera así. Sí, decir eso resultaría más que exagerado. Y evidentemente injusto, puesto que yo jamás podría competir con eso. Pero, ¿era una impostura? No lo sabía, así que decidí responder la pregunta de Savannah con la mayor franqueza.
– Creo que es probable que nos hayan dado algo para ayudarnos a dormir. No siento que sea algo más fuerte que un somnífero. Posiblemente fue raíz de valeriana, a juzgar por el sabor que deja en la boca.
– Bueno, no sé tú, pero yo me voy a acostar. Greta dijo que tendría una sorpresa para mí mañana.
– Seguro que sí -dije.
Alguien llamó a la puerta. Cuando yo dije que pasara, Olivia asomó la cabeza.
– ¿Paige? El señor Nast quisiera hablar contigo.
Savannah se quejó. i
– ¿No puede esperar hasta mañana? Estoy tan cansada.
– Él solo quiere hablar con Paige, querida. Yo me quedaré aquí a acompañarte mientras ella esté ausente.
Savannah se incorporó en la cama.
– Quiero ir con Paige.
Olivia sacudió la cabeza.
– Tu padre lo ha dejado bien claro: solamente Paige.
– Pero…
– Estaré bien -dije.
– Por supuesto que sí -afirmó Olivia-. Nada le sucederá, Savannah. Tu padre entiende cuánto has llegado a depender de ella. -Me miró-. El señor Nast está en el salón.
Asentí y salí.
Nadie me acompañó al piso de abajo. Pasé junto a Friesen y otro guardia semidemonio, al que llamaban Antón. Los dos me miraron de reojo pero no dieron señales de estar vigilándome. Sin embargo, yo sabía que lo estaban haciendo.
A pesar de mi decisión de quedarme con Savannah, debo reconocer que sentí una levísima tentación al pasar junto a la puerta de entrada. Más temprano no había pensado en huir. Ahora, sin embargo, al acercarme al salón, tuve que preguntarme qué querría Nast.
Sabía que Nast no tenía intenciones de llevarme a Los Ángeles. Mientras yo siguiera con vida, continuaría siendo una amenaza. Una amenaza menor, pero una amenaza al fin y al cabo. Una vez que hubiera servido a sus propósitos, me haría matar. La única pregunta era: ¿cuándo?
Al cruzar la puerta me pregunté si ya habría dejado de serle útil. Vacilé, pero sólo por un segundo. La influencia de Nast sobre Savannah no era aún lo suficientemente fuerte como para que se arriesgase a indisponerla contra él. Me quedaban por lo menos algunos días más… Tiempo suficiente para trazar un plan.
Cuando empujé la puerta del salón y la abrí, Nast se encontraba adentro, riendo, mientras Sandford le narraba una anécdota acerca de un chamán.
– Paige, pasa -dijo Nast-. Toma asiento.
Lo hice.
– ¿Te gustaría beber algo? ¿Oporto? ¿Vino rosado? ¿Coñac?
– Vino rosado. Gracias.
Sandford enarcó las cejas, como si le sorprendiera que yo aceptara un trago. Yo debía confiar en mi convicción de que todavía no me matarían y comportarme como si confiara en ellos.
Una vez que Sandford nos pasó a todos las copas con el vino, Nast se acomodó bien en su silla.
– Antes me preguntaste cómo nos habíamos enterado de lo de la menstruación de Savannah. Pensé que deberías saber la verdad, aunque la cena no me pareció el momento apropiado para hablar del tema. -Bebió un sorbo de vino y se tomó su tiempo antes de continuar-. No me andaré con rodeos, Paige. Nos lo dijo Victoria Alden.
La copa casi se me cayó de las manos.
– Me doy cuenta de que no querrás creerme -prosiguió-. Permíteme que te ofrezca una prueba de que he estado hablando con la señorita Alden. En cuanto a la ceremonia, el Aquelarre la desaprobó, pero tu madre lo hizo por ti. La señorita Alden cree que el martes por la noche te llevaste prestado el automóvil de Margaret Levine, no para obtener los ingredientes de ese té del que le hablaste a Margaret, sino para conseguir los materiales requeridos para la ceremonia.
Me puse de pie de un salto.
– ¿Qué le has hecho a Victoria?
– ¿Disculpa?
– Has dicho que Victoria te lo contó. Tú la forzaste a hablar, ¿no es así? Qué…
La risa de Sandford me frenó.
Nast sonrió.
– Conmovedor, ¿verdad? Cómo sale en defensa de su Hermana Mayor del Aquelarre, incluso después de que esa misma persona la expulsó del Aquelarre. Nosotros no hicimos daño a Victoria, Paige. Ni siquiera nos pusimos en contacto con ella. Fue ella la que nos llamó.
– No, ella no haría eso.
– Oh, pero es que sí lo hizo. Consiguió el número de Gabe de la oficina del señor Cary y después nos llamó y nos ofreció un trato: información a cambio de protección. Ella nos daría detalles cruciales acerca de Savannah si nosotros le prometíamos llevarnos a mi hija y abandonar la ciudad.
– ¡No! Ella jamás…
– ¿No me crees? -Nast tomó un teléfono móvil de la mesa que tenía junto a su brazo-. Llámala tú misma.
No hice ningún movimiento para coger el teléfono.
– ¿No? Permíteme, entonces.
Marcó un número, se llevó el teléfono al oído, dijo unas pocas palabras y me lo pasó. Yo le arranqué el teléfono de la mano.
– Dime que está mintiendo -dije.
– No, no lo hace -respondió Victoria-. Debo atender a los intereses del Aquelarre, Paige. No permitiré…
– Tú… ¿Tienes idea de lo que has hecho?
– He entregado a Savannah a su padre.
– No, se la has entregado a…
– A la Camarilla. Sí, me doy cuenta de eso. Lo sé todo acerca de ellos, a pesar de lo que dije el otro día. Savannah es la hija de un hechicero y de una bruja que hacía magia negra. Se merece ir donde irá. El mal engendra el mal.
– ¡No! -grité y arrojé el teléfono contra la chimenea.
– ¿Oyes ese estruendo, Gabe? -Preguntó Nast-. Es el sonido de las ilusiones que se hacen añicos. -Me miró-. Me pareció que debías saberlo, de modo que ahora tienes plena conciencia de la situación. Ya puedes irte.
Sin siquiera esperar a que yo me fuera, él se volvió hacia Sandford y reanudó la conversación entre ambos. Salí de la habitación hecha una furia.