Después, me desembaracé de las sábanas y de los brazos de Cortez y me puse de pie. Él levantó la cabeza y frunció el entrecejo.
– Aguarda -le dije.
Me dirigí a la fresca bodega y tomé una botella de vino. Cuando regresé, Cortez seguía envuelto en las sábanas limpias y me observaba.
– ¿Está bien? -pregunté, sosteniendo en alto la botella.
– ¿Mmmm? -Parpadeó y después miró la botella. -Ah, sí. Vino. Muy bien. Fantástico.
Reí.
– Supongo que me sentiría insultada si lo que mirabas era el vino.
Él sonrió, con una sonrisa lenta y perezosa que provocó algo en el interior de mi cuerpo.
– Supongo que todavía estoy en estado de shock.
– No me digas que soy la primera señorita en apuros que te ha seducido en tu vida.
– Puedo decir que tú eres la primera mujer que alguna vez ha tratado de seducirme mientras yo trabajaba o no en un caso. -Extendió un brazo en busca de la botella-. ¿Necesitas un sacacorchos?
– Desde luego que no, soy una bruja. -Pronuncié algunas palabras y el corcho salió volando-. Supongo que no sabes conjurar copas.
– Lo siento.
– La cocina queda tan lejos. ¿Realmente necesitamos copas?
– Para nada.
Él abrazó mi cintura y me sentó sobre sus rodillas. Y cada uno tomó un sorbo de la botella.
– Lamento lo de tu motocicleta -dije.
– ¿Mi…? Ah, sí. No es nada. Tenía seguro.
– Aún así lo lamento. Sé que reemplazarla no será lo mismo, si tú la restauraste y todo eso.
– ¿Si yo la restauré?
– No quise decir…
Él rió entre dientes.
– No necesitas explicarte. Tengo plena conciencia de que no doy el tipo de experto en mecánica, ¿no? Si quieres que te sea franco, fuera de esa afición tan concreta, mis habilidades mecánicas son prácticamente nulas.
– Sabes «puentear» coches.
Otra risita.
– Sí, supongo que eso también cuenta. Con respecto a las motocicletas, uno de los novios de mi madre me inició en eso de restaurarlas cuando yo tenía la edad de Savannah. Al principio lo hice con la esperanza de que fuera algo que le conferiría cierto nivel a mi vida social.
– ¿Esperabas que te ayudaría a ligarte chicas? ¿Fue así?
– En absoluto. Así que enseguida pasé del tema. O eso creí, aunque debo admitir que parte de mi motivación en decidir llevar la motocicleta a la funeraria fue un deseo semiconsciente de resultar más atractivo.
– Me dejó muy impresionada.
Volvió a tumbarse sobre las sábanas y se echó a reír, sorprendiéndome.
– Oh, sí, me di cuenta. Estabas muy impresionada. Casi tan impresionada como cuando descubriste que yo era el hijo del infame CEO de la Camarilla.
– El heredero del infame CEO de la Camarilla.
Lo dije como una broma, pero noté que el humor desaparecía de su mirada. Asintió y tomó la botella de vino.
– Lo siento -me disculpé-. Cambiemos de tema. Dime, ¿dónde vives?
– Primero volvamos al tema del heredero. Es verdad y no es un tema que yo desee evitar. Quiero ser honesto contigo, Paige. Quiero… -Vaciló-. Mi padre tiene muy buenas razones para nombrarme su heredero, razones que no tienen nada que ver conmigo y sí con la política de la sucesión y con mantener a raya a mis hermanos mayores.
– ¿Una decisión puramente estratégica? No puedo creerlo.
– Mi padre ha sufrido algunas desilusiones con respecto a la naturaleza de mi rebelión. Se equivoca. Yo jamás seré el empleado ni el líder de ninguna Camarilla. Tampoco soy tan ingenuo como para tomar las riendas del liderazgo con la esperanza de reformar la Camarilla y transformarla en un negocio legítimo.
– ¿En serio…? -Sacudí la cabeza-. Lo siento, no fue mi intención inmiscuirme en…
– Pero es que no es inmiscuirte, Paige. Me preocuparía mucho más que no te importara. Pregunta lo que quieras. Te lo ruego.
– Acerca de la recompensa. ¿Es verdad? Quiero decir, si tú estás en peligro…
– No lo estoy. O si lo estoy, es una situación permanente y nada que afecte las circunstancias presentes. Nadie de la organización Nast se atrevería a reclamar semejante recompensa. Permíteme decir, primero, que Leah tiene una tendencia a confundir los hechos. La esposa de mi padre y mis tres medio hermanos, no todos tienen contratos sobre mí. Lo último que supe es que sólo Delores y mi hermano mayor estaban ofreciendo recompensas. Carlos, el menor de los hijos de Delores lo hizo en algún momento, pero recientes deudas lo obligaron a retirar ese ofrecimiento. En cuanto a William, él jamás trató de contratar a nadie para que me matara… Probablemente, porque no tiene la sutileza suficiente para que algo así se le ocurra.
– ¿Hablas en serio?
– ¿Acerca de William? Lamentablemente, sí. Es inteligente, pero carece de iniciativa.
Le di un golpe en la espalda.
– Ja, ja. Tú sabes a qué me refería. ¿Hablas en serio al decir que tus hermanos le pusieron precio a tu cabeza?
– Bastante, aunque no te sugeriría que se lo mencionaras a mi padre. Él está muy convencido de que aclaró este asunto hace años. Matar al heredero bastardo está prohibido. Cualquier miembro de la familia al que se lo pesque intentándolo será severamente castigado. Él trató de amenazarlos con la muerte, pero no funcionó, así que lo cambió al peor destino posible: ser desheredado.
– Por lo visto, vuestro concepto de la familia disfuncional alcanza unas dimensiones alucinantes, ¿no?
– Los Cortez siempre hemos desarrollado al máximo nuestras potencialidades.
Volvimos a pasarnos la botella.
– Me preguntaste dónde vivo -dijo él.
– Así es.
– Creo que la expresión estándar para mi situación es «no tengo domicilio fijo». Desde que me licencié no he permanecido en un mismo lugar el tiempo suficiente para alquilar un apartamento. Mi trabajo, legal o de otra naturaleza, me mantiene en movimiento. Con mis actividades es obvio que soy incompatible con un trabajo fijo en un estudio jurídico. En cambio, hago trabajos legales a destajo para sobrenaturales.
– Abogado para los paranormales.
– Es casi tan malo como ser «superhéroe», ¿no? Lo cierto es que me proporciona lo suficiente para vivir, ni más ni menos. Lo que es más importante aún, me da la oportunidad de hacer lo que realmente quiero.
– ¿Salvar el mundo?
– Algo acerca de lo que estoy seguro tú no sabes nada en absoluto.
– Eh, yo no quiero salvar todo el mundo sino sólo mi rinconcito.
Él se echó a reír y me ciñó con más fuerza. Nos besamos durante algunos minutos más y luego yo me aparté de mala gana.
– Quiero saber más -dije- acerca de ti, de lo que haces. Pero supongo que deberíamos dormir un poco.
– Probablemente. Si estos últimos dos días son un adelanto de lo que se nos viene encima, necesitaremos descansar. -Extendió el brazo, recogió sus gafas y me miró-. ¿Hay alguna posibilidad de que esta noche no durmamos en cuartos separados? Sé que la presencia de Savannah te preocupa…
– Eso es algo que se soluciona fácilmente con uno o dos hechizos de cerrojo.
Por la mañana, al despertar me encontré sola. Al principio pensé que Cortez se había escabullido del cuarto por la noche y regresado al sofá, lo cual sería una mala señal. Pero al estirarme noté que su lado de la cama todavía estaba tibio.
Miré el reloj. ¿Las once de la mañana? No me despertaba tan tarde desde que estaba en la universidad. Con razón Cortez ya estaba levantado.
Salí de la cama, todavía un poco adormilada, me puse el kimono y fui al baño. La puerta estaba entreabierta, así que le di un empujón… y se incrustó contra Cortez, que estaba inclinado sobre el lavabo, afeitándose.
– Lo siento -dijo.
– ¿Por qué? ¿Por estar de pie cerca de una puerta?
Una leve sonrisa.
– Por dejar la puerta abierta, haciendo que creyeras que no había nadie adentro. -Con la mano indicó el espejo, que estaba empañado por la ducha-. Abrí la puerta para que se aireara un poco. No pude encontrar el…
Accioné un interruptor del otro lado de la puerta y un ruido inundó el cuarto de baño.
– Ah, el ventilador -dijo.
– La llave no está en el lugar más indicado. Estaré en mi habitación. Golpea cuando termines.
Antes de que pudiera alejarme, me agarró del brazo, me arrastró al interior del baño y cerró la puerta. Después me atrajo hacia sí y me besó. Bueno, eso sí que alivió mi torpeza de «la mañana después».
Le devolví el beso y le rodeé el cuello con las manos. Gotas de pelo húmedo cosquillearon mis dedos y el olor a limpio del jabón me llenó la nariz. Cuando mi lengua se introdujo en su boca sentí sabor a menta. Dentífrico.
Di un salto hacia atrás y me di en la boca con una mano.
– Tengo que cepillarme los dientes. -En el espejo, vi que tenía el pelo espantosamente encrespado, con un estilo que sólo podía describirse como «brujeril»-. ¡Mierda! ¡Mi pelo!
Cortez se enredó un puñado alrededor de la muñeca y se inclinó para besarne el cuello.
– Adoro tu pelo. •
– Que es más de lo que puedes decir de mi aliento.
Cuando extendí el brazo para tomar la pasta de dientes, él me hizo girar.
– Tu aliento es perfecto.
Como para demostrarlo volvió a besarme, esta vez con un beso más profundo, me levantó sobre el lavabo y se apretó contra mí. Yo deslicé mis dedos debajo de su camisa abierta para quitársela de los hombros, pero él me frenó.
– Si no me equivoco, ésta es mi seducción -dijo-. No es que desee evitar que tomes la iniciativa en el futuro. Ni evitar que me desvistas o te desvistas, sobre todo en la… encantadora forma que empleaste anoche, pero…
– ¿Me estás seduciendo o sólo vamos a debatir sobre el tema?
Él sonrió.
– Podría hacerlo, si lo deseas, sólo que en términos quizá más adecuados a la situación.
– Tentador -dije-. Muy tentador. Si a mí no me preocupara la posibilidad de que Savannah se despertara…
– Tienes mucha razón. Ya tendremos más adelante tiempo para hablar.
Su boca descendió sobre la mía mientras me desataba el cinturón. Deslizó las manos dentro de mi kimono y fue levantándolas lentamente por mis caderas hasta rodearme los pechos. Cuando sus pulgares encontraron mis pezones arqueé la espalda y gemí.
Algo golpeó la puerta con la fuerza suficiente como para que los dos pegáramos un salto y yo cayera en sus brazos.
– ¿Hay alguien adentro? -preguntó Savannah entre golpe y golpe.
Cortez me miró y yo le hice señas de que contestara.
– Estoy yo -dijo él.
– ¿Te falta mucho?
– Mmmm, sí, me temo que sí, Savannah. Acabo de empezar.
– Oh, vaya -gruñó ella.
La puerta crujió y a continuación se oyó el sonido de algo que raspaba y luego un golpe seco cuando ella se desplomó al suelo. Aguardamos otro minuto. Savannah no sólo no se alejó sino que sus sonidos de impaciencia aumentaron en frecuencia y volumen.
Cortez se inclinó hacia mi oído.
– ¿Estás segura de que quieres quedarte con ella?
Sonreí, sacudí la cabeza y le hice señas hacia la puerta.
– ¿Y qué me dices de ti? -dijo moviendo sólo los labios.
Me deslicé del lavabo, me coloqué en un rincón junto al inodoro y lancé un hechizo de encubrimiento. Cortez asintió y luego abrió la puerta.
– ¡Por fin! -Exclamó Savannah-. No sé si sabes que aquí tenemos solamente un baño.
El pasó junto a ella sin decirle una palabra y sus pisadas resonaron en el pasillo.
– Parece que esta mañana hemos amanecido cascarrabias -le gritó ella.
Savannah cerró la puerta y procedió a dedicarse a sus asuntos urgentes. Esos asuntos, al revés de lo que cabría suponer, no tenían nada que ver con el inodoro. Primero se cepilló el pelo… con mi cepillo. Después se probó un nuevo lápiz de labios… mío. Luego se puso a revisar los cajones y sacó mi conjunto oculto -y caro- de champú y acondicionador, productos que, les prevengo, estaban diseñados para pelo crespo. Por último, cogió mi perfume y se lo pulverizó como si se tratara de un ambientador. Tuve que morderme los labios para no gritar.
A continuación, se dio una ducha. Cuando Savannah comenzó a desvestirse yo aparté la vista lo más lejos posible. Al cabo de varios minutos en esa posición, mis ojos comenzaron a llorar. Cuando finalmente no tuve más remedio que mirar hacia atrás, ella estaba allí de pie frente al espejo, mirándose y frunciendo el entrecejo. Yo volví a apartar la vista.
– Bueno, ahora soy una mujer -le murmuró a su reflejo-. Apresúrate y haz algo. -Soltó una risotada-. Vaya estafa.
Con eso, se acercó a la bañera y se metió debajo de la ducha. Cuando el agua comenzó a caer salí de mi escondite, corrí hacia la puerta, me detuve, di un paso atrás, me enjuagué la boca y me fui.
Después de vestirme, al entrar en la cocina encontré a Cortez revisando el contenido de la nevera. Levantó la vista cuando yo entré, miró detrás de mí en busca de Savannah y después me abrazó y me besó.
– Supongo que es el último de este día -dijo y después me olisqueó-. Hueles bien.
– No intencionadamente -murmuré-. Mamá siempre decía que nunca hay que usar el hechizo de encubrimiento para espiar a otra persona porque se corre el peligro de ver algo que uno no quiere ver. Pues bien, acabo de enterarme de por qué mi champú y mi perfume desaparecen con tanta rapidez. Y ahora sé por qué mis amistades siempre se quejan de que sus hijas usan todas sus cosas. Abrí la puerta de la nevera-. ¿Adquiriste esta costumbre en tu infancia?
– No -respondió él mientras yo rebuscaba en su interior casi vacío-. Igual que tú, yo soy hijo único.
Hice una pausa, confundida. Sabía que tenía tres hermanos mayores… Oh, esperad. Recordé que Leah comentó algo acerca de su nacimiento, que él era… Las palabras no venían a mi mente. Oh, conocía algunas: ilegítimo, concebido fuera del matrimonio, a las que se sumaba la palabra que empieza con «b» y que yo no pensaba mencionar aunque Cortez mismo la empleara. Todo sonaba tan negativo, tan arcaico. Tal vez los términos eran arcaicos porque no había ninguna necesidad de realizar esa designación. Si un chico es concebido durante una aventura extramatrimonial, el peso de cualquier juicio adverso cae sobre los padres, no sobre el hijo. En el siglo XXI deberíamos ser suficientemente sensatos como para entenderlo. Sin embargo, por la forma en que Leah lo había sacado a relucir, una púa arrojada al azar, supe que no era algo que el resto del mundo de las Camarillas permitiría que Cortez olvidara.
– No hay mucho ahí adentro -dijo él, mirando ahí sobre mi hombro-. Si los huevos todavía están buenos, podría preparar una tortilla. Sí, sé que hice una ayer, pero mi repertorio es muy limitado. Es eso o, quizá, un huevo duro, aunque se sabe que he llegado a hervirlos tanto como para convertirlos en pelotas de golf.
– Ya has hecho suficiente. Yo prepararé el desayuno. ¿Huevos, bollos o tostadas? -Miré el pan, cuyos bordes ya mostraban signos de descomposición-. Mejor olvida las tostadas.
– Lo que dé menos trabajo.
– Bollos -pidió Savannah al entrar en la cocina.
– Entonces tú pon la mesa y yo me ocupo.