Válvula de seguridad

Es posible-concluyó el cuando terminé de hablarle de los Manuales.

– ¿Posible? ¿Acaso dices que mi razonamiento lógico tiene fallos?

– Jamás me atrevería. Sencillamente digo que tiene sentido y, por consiguiente, es posible. Las brujas que no pertenecen al Aquelarre han estado usando magia de hechiceros durante generaciones. Sería bueno que recuperen lo que es suyo.

Sonreí.

– ¿De veras lo crees? Supongo que sabes lo que significaría, ¿verdad? Estos hechizos podrían igualar el campo de juego.

– Como debería ser.

Me eché hacia atrás sobre los almohadones del sofá.

– ¿Éste es el mismo tipo que hizo un comentario acerca de las «limitaciones hereditarias» de los poderes de las brujas?

– Sabía que era la persona con la que creí que te sentirías más cómoda. He tratado con suficientes brujas como para no subestimar sus habilidades. No todos los hechiceros detestan a las brujas ni les tienen antipatía. Sin embargo, muchos sí lo hacen, incluso los que son considerados hombres decentes y morales.

– ¿Hechiceros decentes y morales?

– Eso no es un contrasentido. No todo hechicero es malvado. Decirlo sería como afirmar que toda bruja es débil y temerosa. Algo se transforma en un estereotipo cuando un porcentaje significativo de la población parece adaptarse a él. A diferencia de algunos estereotipos, el del hechicero moralmente corrupto es, lamentablemente, válido.

– Es que el poder absoluto corrompe.

– Exactamente. Quienes buscan el sueño del poder absoluto, como es el caso de muchos hechiceros, llegan a obsesionarse con ese objetivo.

– ¿De modo que tú no deseas tener mayores poderes?

Nuestras miradas se encontraron.

– Lo que yo deseo, como creo que también te sucede a ti, es un mayor conocimiento; el mejor repertorio posible de hechizos y el poder de hacer lo mejor que esté a mi alcance con ellos. Cuando digo que me alegra que tú hayas encontrado estos Manuales, debo reconocer que no puedo evitar verlo como una oportunidad de adquirir nuevos hechizos.

– No te culpo. Pero, ¿no crees que quizá estemos siendo ingenuos al creer que nuestra propia búsqueda de poder no llegará nunca a corrompernos?

– Tal vez.

– Ésa sí que es una buena respuesta.

– ¿No sería ingenuo de mi parte creer que jamás podría ser ingenuo?

– Suficiente -dije-. Me estás volviendo loca. Es hora de probar un nuevo hechizo.

Él se inclinó hacia adelante.;

– ¿Te importaría, bueno, tener público?

Sonreí.

– En absoluto.


* * *

Recogí mis libros y ambos bajamos al sótano.

Cuando dije que confiaba en aprender un nuevo hechizo quise decir exactamente eso: un nuevo hechizo. Por mucho que deseara probar los de todo el libro, el solo hecho de confiar en aprender nada más que uno podría ser esperar demasiado. Para poder lanzar un hechizo de un Manual de tercer nivel, primero debía dominar uno nuevo del segundo libro, y eso llevaría tiempo.

Conseguí desanimarme un poco más al insistir en proceder de manera lógica. Esa noche no sólo quería aprender algo nuevo sino poner a prueba mi teoría. ¿Era necesario aprender el hechizo secundario correspondiente antes de poder lanzar el terciario?

Para probarlo, elegí el hechizo de asfixia. Puesto que yo ya lo había practicado durante horas sin éxito, era la elección perfecta. Podría intentarlo después de aprender el hechizo secundario; confirmaría mi hipótesis. El hechizo asfixiante estaba clasificado como elemental, de aire, clase cinco. Un repaso del libro secundario me demostró que yo no había aprendido ningún hechizo de aire. Perfecto.

El hechizo correspondiente al hechizo secundario de aire era uno que provocaba hipo. Quizá en la escuela primaria eso habría sido divertido, pero para alguien de más de diez años de edad era un hechizo bastante tonto. Sin embargo, lógicamente tenía sentido; tanto el hipo como la asfixia eran interrupciones de la respiración. La primera vez que repasé estos Manuales ya había intentado ese hechizo, sólo por diversión, pero dejé de hacerlo antes de llegar a dominarlo. Si mi teoría era correcta, eso podría explicar por qué el hechizo asfixiante había exhibido algunos indicios de poder funcionar con el tiempo… porque yo había aprendido parcialmente el hechizo secundario.

Movida por un impulso, extraje mi Manual aprobado por el Aquelarre y lo hojeé hasta llegar a una página cerca del final: un hechizo para curar el hipo, que había aprendido años antes. Ése era un hechizo elemental de aire, clase cinco. El hechizo primario. Primero uno aprende a curar el hipo y después a provocarlo, y más adelante aprende a cortar por completo la respiración.

– ¿Te importa que te provoque hipo? -le pregunté a Cortez.

– ¿Qué?

– Hipo. Necesito que tengas hipo. ¿Me dejas?

– Es la primera vez que una mujer me ofrece algo así.

– Es un hechizo -expliqué-. No te preocupes. Conozco también uno que lo cura.

– Tendrás que enseñarme ése. El que cura, no el que lo provoca. Nunca tuve mucha suerte en mantener la respiración.

– ¿Ah, no? Entonces espera a ver el hechizo que voy a probar después.

Antes de que pudiera lanzar con éxito el hechizo del hipo, necesitaba practicarlo. Tener a Cortez allí no era una distracción, probablemente porque él era suficientemente considerado como para estar sentado detrás de mí, así que yo no tendría la sensación de estar actuando.

Después de veinte minutos de práctica y de hacer pequeños ajustes logré encontrar el ritmo justo, así que le pedí a Cortez que se moviera frente a mí. Cuando lo hizo, se puso de cara a la pared en lugar de mirarme directamente. Eso me facilitó las cosas. De hecho, el hechizo funcionó en el segundo intento. Después, por supuesto, tuve que hacerlo otra media docena de veces como prueba para estar segura de que me salía perfecto. Cuando me debatía acerca de si hacer o no otro intento, Cortez me proclamó experta en el hechizo del hipo y me rogó que le permitiera recuperar el aliento.

A continuación pasé al hechizo de asfixia. Empezaría siendo yo la destinataria de ese hechizo. Lucas ya había pasado por más que suficientes experimentos esa noche. Me llevó veinte minutos poder recitar el conjuro. No era un conjuro difícil. Era en latín, la lengua para lanzar hechizos con la que yo estaba más familiarizada. La demora se debió a un factor sencillo: los nervios. Tenía tantas esperanzas cifradas en ese hechizo que no hacía más que equivocarme. Traté de decirme que no era tan importante, que si fracasaba ya encontraría otra manera de superarlo, pero fue inútil. Yo sabía lo importante que era y no pude convencerme de lo contrario. Casi no me animaba a pronunciar las palabras por miedo a fallar, como si el hecho de equivocarme una sola vez haría que, de alguna manera, la magia se desvaneciera y no pudiera recuperarla jamás.

Después de cometer varios errores, decidí cambiar y comencé en la segunda línea. Al omitir la apertura no hacía más que garantizar el fracaso del hechizo, y eso me permitía concentrarme en la recitación. Después de haber intentado este hechizo muchas veces antes, rápidamente encontré el ritmo.

Las palabras fluyeron y las inflexiones y tonos se desplegaron de mi lengua. Un hechizo bien lanzado es auténtica música. No un canto o una canción; es la música del lenguaje puro, la música de Shakespeare o Byron. Si se vuelcan emoción y convicción en esas palabras, tendrá el poder de la ópera; sin siquiera entender las palabras, uno puede intuir su significado igualmente.

Cerré los ojos y puse mi corazón en el hechizo, lo derramé en cada pizca de deseo, frustración y ambición. Mi voz se elevó hasta que ya no pude sentir las palabras que brotaban de mi garganta, solo podía oírlas resonar alrededor de mí. Una y otra vez repetí el conjuro. Después oí que la primera línea fluía de manera espontánea. Las palabras iniciaron un crescendo y con la línea final el aliento voló de mis labios. Jadeé y casi me ahogué.

En cuanto recuperé el aliento, las palabras volvieron a brotar, como por voluntad propia. La ventana que estaba encima de mi cabeza se sacudió mientras yo recitaba el conjuro. Las ramas de los rosales se agitaron y con sus espinas rasparon los vidrios. Cuando las palabras terminaron, me quedé exhausta.

Una vez más empecé de nuevo. La trampilla se movió. Cuando el conjuro estaba a punto de acabar, la puerta se abrió de pronto. Una ráfaga de viento entró por ella y volcó los cestos con ropa recién lavada. Con la última palabra, mi aliento me fue extraído con tanta fuerza que caí hacia adelante y perdí el conocimiento.

Lo siguiente que supe fue que Cortez me sujetaba por los hombros.

– ¿Estás bien? -preguntó cuando mis ojos se abrieron.

Mis labios se curvaron en una lenta sonrisa.

– Creo que ha funcionado.

– No me cabe ninguna duda -contestó él al ver las pilas de ropa que nos rodeaban-. Ahora, después de haber probado que el hechizo funciona y que puedes lanzarlo con total éxito, ¿no te importaría permitir que yo hiciera un intento?

Le quité el Manual.

– No. Es mío.

Riendo, blandí en mi mano el Manual y lo puse fuera de su alcance. Él sonrió y trató de quitármelo, pero yo lo esquivé y estuve a punto de caer hacia atrás. Él se abalanzó hacia mí. Cuando su cara estuvo muy cerca de la mía se detuvo y parpadeó. Yo sabía lo que estaba pensando. Y sabía que no lo haría. De modo que lo hice yo.

Acerqué mi boca a la suya y lo besé.

Los ojos de Cortez se abrieron de par en par. Yo me eché a reír y con ello casi rompí el contacto entre nuestros labios, pero antes de que pudiera caer hacia atrás, él me estrujó contra su cuerpo y me sorprendió con la intensidad de su beso. A Cortez le faltaba algo de técnica, pero lo compensaba ampliamente con su fogosidad y su pasión. En ese beso sentí algo que me alteró, encendió fuego en todo mi cuerpo y revivió en mí toda clase de tópicos románticos de los que siempre me había reído. Todavía me duraba la embriaguez del éxito del hechizo, en la que ahora se infundía una nueva emoción y la euforia de sentir que la pasión había vuelto a mi vida. Me sentí mareada, aturdida, electrificada, invencible. Por primera vez en días, sentí que yo era todo lo que alguna vez creí ser.

Los dos nos dejamos caer sobre una pila de ropa recién lavada. Cortez rodó y me puso encima de él. Sus manos acariciaron mi cuello y trató de soltarme el cabello. Yo llevé las manos atrás y me lo desenredé. Cuando mi pelo cayó en libertad, Cortez lo enredó entre sus dedos y me besó apasionadamente. Después apartó una mano de mi pelo y chasqueó los dedos sobre nuestras cabezas. La luz se apagó. Murmuró unas pocas palabras contra mi boca y las velas apagadas de mi práctica de lanzamiento de hechizos se encendieron.

Mi risa vibró entre nuestros labios.

– Farolero.

Él se echó hacia atrás y arqueó las cejas.

– Se dice romántico. -Sus labios se curvaron en una sonrisa-. Y tal vez también farolero. Un poquito.

– Bueno, no lo hagas. Ésta es mi seducción.

– ¿Lo es?

– Yo he empezado, ¿no?

– Es verdad. Entonces te lo dejaré a ti.

Lancé el hechizo para apagar las velas y después, el que las volvía a encender. Cortez rió entre dientes y volvió a tenderme sobre él. Nos besamos durante varios minutos. Cuando empezó a tirar de mi blusa para sacármela de dentro de los vaqueros, yo sacudí la cabeza, me eché hacia atrás y paré el beso.

– Yo soy la que lleva la voz cantante, ¿recuerdas? -dije.

Envolví mis dedos en su camisa y lo obligué a incorporarse hasta que quedó sentado. Después rodeé sus caderas con mis piernas, me arrodillé y me fui moviendo y retorciendo hasta sentir su erección exactamente donde yo quería. Se le cortó la respiración. Yo sonreí y le quité las gafas.

– ¿Necesitas esto? -pregunté.

Él negó con la cabeza.

Las dejé a un lado y empecé a desabotonarle la camisa. Después de tres botones oprimí mis labios en su cuello, le hice cosquillas con la lengua y lo sentí tragar. Moví mis dedos al siguiente botón y se lo desabroché, después deslicé mi lengua hacia abajo, trazando círculos en su pecho. Entre cada botón que desabrochaba deslizaba mis dedos sobre su piel desnuda.

Cuando llegué al último botón me eché hacia atrás para quedar sentada sobre sus rodillas. Entonces me incliné hacia adelante y jugueteé con su ombligo con mis labios, y mi lengua fue descendiendo cada vez más hasta que le desabroché el botón del pantalón y lentamente le bajé la cremallera. Por encima de mi cabeza alcancé a oír su respiración áspera y entrecortada, y eso encendió aún más mi deseo.

Deslicé la lengua por encima de su ropa interior y luego dejé que se moviera por debajo de los calzoncillos. Después moví el cuerpo hacia adelante, mis labios de nuevo sobre su pecho, hasta que de nuevo quedé a horcajadas sobre él. Cuando estuvimos nuevamente a nivel de los ojos, él envolvió sus manos en mi pelo y atrajo mi boca sobre la suya. Sus manos se deslizaron debajo de mi blusa, pero yo volví a apartarlo y sonreí.

– Todavía no -dije.

Él abrió la boca, pero yo le puse un dedo sobre los labios, me moví hacia atrás y me puse de pie. Entonces di un paso atrás, le sonreí y me quité la blusa. Después los zapatos, luego los vaqueros, que cayeron formando un charquito de ropa junto a mis pies. Salí de ese pequeño charco y lo hice a un lado de un puntapié. Después me tomé mi tiempo con la ropa interior…

Cuando la dejé caer, Cortez se limitó a mirarme fijamente durante unos segundos. Después sonrió, se puso de pie de un salto y cubrió de un paso la distancia que nos separaba.

Yo me puse de puntillas para besarlo y casi nos caemos los dos. Como no recuperé del todo el equilibrio, me sujetó y nos hizo caer a ambos sobre la pila de ropa recién lavada. Le quité la camisa de los hombros y deslicé mis dedos a lo ancho y a lo largo de su espalda. Todavía tenía los pantalones puestos. Metí las manos en su bragueta y se los empujé hacia abajo, dejándole puestos los calzoncillos.

Él se quitó los pantalones de los pies con una sacudida, movió las manos debajo de mi trasero y me atrajo hacia sí. Entonces su mano derecha cambió de posición y, por el rabillo del ojo vi cómo la sacaba. Murmuró algo contra mis labios y el equipo estéreo de Savannah se encendió.

– Ejem -dije y me aparté-. Recuerda que es mi seducción.

– Considérame seducido.

Al bajar su boca hacia la mía, el canto suave de una banda musical llenó la habitación. Los ojos de Cortez se abrieron de la sorpresa y su mano volvió a hacer girar el sintonizador. Yo me eché a reír. Él pasó por una emisora de jazz, luego retrocedió y con otro movimiento llevó el volumen a un susurro.

– No está mal-admití.

Lancé el hechizo del viento, suavizando el énfasis en los lugares adecuados para que una brisa fresca nos hiciera cosquillas en la piel. Cortez me besó, después puso sus labios sobre mi mentón y mi cuello. Mientras me besaba el cuello murmuró algo y chasqueó los dedos. Las llamas de las velas se transformaron en cien fragmentos de luz. Reí por lo bajo y arqueé la espalda mientras sus labios aterrizaban en mis pechos. Me permití disfrutar de eso por un minuto, luego me aparté y me incorporé hasta quedar sentada, con las piernas rodeándole el pecho.

Susurré las palabras de un hechizo y una pequeña bola de fuego apareció en mi mano. La vista de Cortez pasó de ella a mí, inclinó la cabeza y en sus ojos apareció una pregunta. Sonreí y lancé un hechizo de humedad que apagó la bola y solo dejó mis dedos resplandecientes.

– Interesante -dijo-. Pero no veo…

Presioné mis dedos calientes contra su pecho. El jadeó. Fui arrastrando el calor por su pecho en forma descendente, después deslicé la mano debajo de sus calzoncillos y lo acaricié. Él gimió, cerró los ojos y se echó hacia atrás.

– ¿Lo ves ahora? -pregunté.

– Enséñame eso -pidió él con voz ronca.

Sonreí.

– Tal vez.

Le bajé los calzoncillos y deslicé una mano caliente debajo de sus testículos y se los acaricié, mientras con la otra le frotaba suavemente el pene. Él se arqueó hacia atrás, gimiendo. Yo continué, midiendo su respiración hasta oír justo el tempo adecuado, entonces paré, pero sin dejar de sostenerlo con fuerza.

– ¿Yo gano? -pregunté.

– Sí, Dios, sí. -Calló un momento, después se liberó de mi mano y abrió los ojos-. No.

– ¿Has cambiado de idea? -Pregunté con una sonrisa-. No hay problema. Tienes razón, a lo mejor no es tan buena idea. -Comencé a alejarme de él-. Deberíamos mantener lo nuestro en un nivel profesional. Después de todo…

Él se abalanzó sobre mí, me arrojó de espaldas al suelo y se tendió sobre mi cuerpo.

– Mi «No» quiso decir que no acepto la derrota. No todavía.

Se quitó los calzoncillos de una sacudida, después me tomó por las caderas. Rodamos, nos enredamos con la ropa blanca. Las sábanas suaves y el olor a limpio del limón nos rodearon. Mientras nos besábamos, sentí que los labios de Cortez se movían y al abrir los ojos vi que su mano formaba un arco sobre nosotros. Un leve repiqueteo brotó de la radio; después una niebla de luz color púrpura y azul se elevó del suelo.

– Dime que eso no es el koyut -murmuré contra su boca.

Él rió entre dientes y deslizó sus dedos entre mis muslos, provocándome. Me arqueé hacia atrás y cerré los ojos. Cuando los abrí, la niebla flotaba hacia nosotros. Primero me tocó un brazo y a través de él envió un hormigueo de energía. Jadeé. Cortez volvió a reír por lo bajo y metió sus dedos dentro de mí. La niebla nos envolvió. Cada rincón de mi cuerpo se estremeció y yo apreté mi cabeza contra las sábanas, deleitándome con lo que sentía.

– Eso es… -jadeé al cabo de algunos minutos-. Tienes que enseñarme eso.

Él sonrió, sacó sus dedos y se tendió encima de mí.

– Te enseñaré todo lo que quieras.


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