La amenaza

Regresé al Salón.

– Las Hermanas Mayores -le susurré a Cortez, que estaba en la sala de atrás poniendo de nuevo la billetera de Morton en el bolsillo de su dueño-. Son las Hermanas Mayores del Aquelarre.

– No les abras la puerta.

– Me han visto.

Cortez maldijo en voz baja.

– Lo lamento -dije.

– No es culpa tuya. Hazlas esperar. Cuenta hasta cinco, déjales entrar y después distráelas durante algunos minutos. Pero mantenías en la entrada.

Corrí de vuelta a la entrada, abrí la cortina del costado y calculé que me llevaría un minuto abrir la puerta. Entonces anulé el hechizo de traba y el perimetral y perdí tanto tiempo abriendo la puerta que cualquiera diría que tenía por lo menos cincuenta cerraduras. Hice entrar a las Hermanas Mayores, pero al mismo tiempo les impedí que pasaran más.

– ¿Habéis conseguido pasar entre la muchedumbre? -pregunté-. Caramba, a nosotros nos costó…

– Tuvimos que venir por los bosques -dijo Victoria-. Una experiencia de lo más desagradable. Therese se rasgó la blusa.

– Teníamos que venir -intervino Therese-. ¿Es verdad? ¿Es cierto lo que dicen acerca del pobre Grantham?

– Hemos venido porque nos mentiste, Paige. Dijiste que no había un hechicero en la ciudad.

– Yo jamás dije…

– Pero lo diste a entender, dejándonos a todas vulnerables frente a cualquier ataque. Mira lo que ha sucedido. Ese hechicero hizo resucitar al señor Cary.

– No ése fue el nigromante. Los hechiceros no son capaces de devolverles la vida a los muertos.

– Lo cual nos hace sentir mucho mejor -dijo Victoria y en su cara apareció una mueca nada propia de una dama-. Hemos sido invadidas, Paige… No sólo por un semidemonio sino por un hechicero y un necrófilo…

– Nigromante -la corregí-. Un necrófilo es alguien que tiene relaciones sexuales con muertos. Los nigromantes no lo hacen… Al menos espero que no… Pensándolo mejor, no sigamos…

– ¡Paige Winterbourne! Ya he tenido suficiente de tu…

De pronto sonó un ruido seco. Algo cayó por el hueco de la escalera. Enseguida flotó hacia nosotras el susurro de Savannah:

– ¡Mierda! Lo siento, Lucas. Me resbalé.

Él la hizo callar, pero era demasiado tarde. Victoria me apartó con un empujón y se dirigió a la puerta del sótano. Corrí tras ella y me le puse a la par cuando estaba a un paso de las escaleras que daban al sótano. Me arrojé hacia adelante para cerrar la puerta, pero era demasiado tarde.

– ¿Qué demonios…?

– Por el amor de Dios -murmuró Therese, mirando por encima del hombro de Victoria-. Han matado a un hombre.

– No hemos matado a nadie -salté-. Ese hombre irrumpió en nuestra casa y… y yo…

– Hubo una lucha -intervino Cortez desde la base de la escalera-. Accidentalmente lo golpeé y quedó inconsciente. Lo estamos llevando al sótano, desde donde puede irse por la trampilla. Después de haber recibido un golpe en la cabeza, sin duda se sentirá desorientado y probablemente pensará que se cayó al entrar por ese camino. Como pueden ver, tenemos todo bajo control.

– ¿Bajo control? -Me gritó Victoria-. ¿Esto es lo que tú llamas tener todo bajo control, Paige? ¿Muertos que merodean en las funerarias? ¿Un hechicero en tu casa, arrastrando a un hombre medio muerto a tu sótano? Empezaste con una situación sencilla y cada día que pasa, no, con cada hora que pasa, no has hecho más que empeorarla.

– Victoria -dijo Therese y tomó el brazo de su amiga.

Victoria le sacudió la mano.

– No, es preciso que se lo diga. Le pedimos que dejara las cosas tranquilas…

– ¡Pero si yo no he hecho nada! -exclamé.

– Nos has desobedecido. Nos has desobedecido descaradamente, como lo vienes haciendo desde hace años. Por tu madre, Paige, te lo toleramos. Siguiendo sus deseos en el lecho de muerte, dejamos que te llevaras a la niña, aunque Dios sabe bien que no te confiaríamos ni un periquito.

– Ya es suficiente -dijo Cortez mientras subía por la escalera.

Le hice señas de que retrocediera y me giré hacia Victoria.

– Dime qué es lo que he hecho. Por favor. Dime en qué me equivoqué. Consulté un abogado, como tú me aconsejaste. Cooperé con la policía cuando Leah mató a ese abogado. Estuve sentada en la comisaría y respondí las preguntas de la policía y esperé recibir ayuda. Vuestra ayuda.

– No es tarea del Aquelarre ayudar a quienes atraen problemas sobre sí mismos. Tú te llevaste a la muchachita, sabiendo que esa mujer demonio iba tras ella, sabiendo que era la hija de Eve y, por consiguiente, no debía de estar en ningún lugar cerca del Aquelarre.

– Es misión del Aquelarre ayudar a todas las brujas. No hay ninguna que no pertenezca a esa organización.

– Es ahí donde te equivocas. -Victoria miró hacia Savannah, que se encontraba en la escalera, y después a mí-. Tienes veinticuatro horas para buscar una solución alternativa al cuidado de Savannah. Una solución permanente. Si no lo haces, nunca más serás bienvenida en el Aquelarre.

Me quedé estupefacta.

– ¿Qué has dicho?

– Ya me has oído, Paige. Soluciona esto ahora o serás expulsada del Aquelarre.

– No podéis expulsarme… ¡Yo soy la líder del Aquelarre!

Victoria se echó a reír.

– No, tú no eres…

– Victoria-repitió Therese-.Por favor.

– ¿Por favor, qué? ¿Quieres que continúe con esta farsa? Somos demasiado viejas para este juego, Therese. Deberíamos haberle puesto punto final el año pasado. Tú no eres la líder del Aquelarre, Paige. ¿Realmente crees que permitiríamos ser conducidas por una muchacha tan incompetente que convierte un sencillo recurso de custodia en una encarnizada cacería de brujas?

Cortez apareció junto a mi hombro.

– Por favor, váyanse. Ya.

– De lo contrario ¿qué hará? ¿Me derribará a golpes y me pondrá en el sótano junto a ese pobre hombre?

– No es a él a quien deberían temer -dijo una voz suave. Savannah subió por la escalera y le sonrió a Victoria-. ¿Quieres ver lo que mi madre me enseñó realmente?

Traté de hacerla callar con un movimiento de la cabeza, pero antes de que yo tuviera tiempo de decir algo, Victoria salió de la cocina con Therese pisándole los talones. Antes de llegar a la puerta de atrás, se volvió y me miró a los ojos.

– Ésta no es una simple amenaza, Paige. Encuentra un hogar para esa chiquilla y ordena todo esto… o no serás bien recibida en el Aquelarre.


* * *

¿Qué hice yo a continuación? ¿Retirarme a mi dormitorio, llorar un rato y preguntarme en qué momento mi vida se había arruinado de esa manera? Si bien esa tentación existía, no podía darme el lujo de compadecerme de mí misma. Tenía una multitud furiosa en el jardín de mi casa, un investigador paranormal inconsciente en la escalera del sótano y, en alguna parte allá afuera, un buen número de equipos de proyectos especiales de las Camarillas se dedicaban a arruinarme la vida. En el fondo, sabía que la amenaza de las Hermanas Mayores podía destruir la meta que yo me había fijado en la vida, el sueño de mi madre: conducir al Aquelarre a una nueva era. Pero ahora no podía preocuparme por eso. Realmente, no podía.

Fui a la cocina y comencé a escuchar los mensajes telefónicos. Pasé por dos antes de que Cortez apareciera detrás de mí, extendiera el brazo y oprimiera la tecla STOP.

– No necesitas escuchar eso -dijo.

– Pero es que sí lo necesito. Robert… O alguien… -La voz me temblaba tanto como las manos. Cerré los puños y traté de serenarme-. Tendría que escuchar esos mensajes. Tal vez alguno sea importante.

Él vaciló y luego asintió.

– Te prepararé un café.

– A ella le gusta más el té -dijo Savannah a mis espaldas-. Ven, te diré dónde está.

Él siguió a Savannah y yo me puse a escuchar de nuevo los mensajes.

La sexta llamada pertenecía a una voz conocida. Positiva.

– ¿Paige? Soy Elena. Jeremy leyó algo acerca de ti en el periódico. Me parece que estás metida en un buen lío. Ponte en contacto conmigo cuando puedas.

– ¿Puedo llamarla yo? -preguntó Savannah y bajó de la mesada, donde había estado sentada supervisando la forma en que Cortez preparaba el té.

– Será mejor que lo haga yo -respondí-. Puedes hablar con ella cuando yo haya acabado.

Fui a mi habitación, llamé a Elena y le expliqué todo lo que había sucedido. Me hizo bien desahogarme, hablar con alguien capaz de entenderme. Se ofreció a venir a ayudarme, y no puedo describir lo maravilloso que fue oírselo decir. Lamentablemente, tuve que rehusar.

Leah y Elena se conocían, pues ambas habían estado cautivas. Leah se hizo amiga de Elena y después la traicionó. Más tarde, cuando regresamos en busca de Savannah, Clayton, el amante de Elena, mató al amante de Leah, Isaac Katzen. Indudablemente, Leah seguía teniendo cuentas que ajustar con esa mujer lobo. Si Elena llegaba a presentarse aquí, era más que probable que Leah decidiera vengarse, y lo último que necesitaba cualquiera de nosotros en este momento era un ajuste de cuentas entre una mujer lobo y una semidemonio en pleno centro de East Falls.

Elena lo entendió, pero prometió quedarse cerca de casa durante algunos días. Si yo cambiaba de idea, sólo tenía que llamarla. No creo que supiera lo mucho que aprecié su gesto.

Antes de cortar la comunicación, le dije a Savannah que hablara y regresé a la cocina.

– ¿Sueles ponerle algo a tu té? -preguntó él.

– No, así está bien -respondí y tomé la taza-. Gracias.

– Tal vez deberías llamar a Robert. Yo me sentiría mejor si…

Un quejido procedente del sótano lo interrumpió. Morton estaba consciente. Al menos, yo confiaba en que se tratara de Morton, pero, viendo los acontecimientos de los últimos días, no me habría sorprendido nada que, al abrir la puerta del sótano, encontrara un zombie en descomposición subiendo por la escalera. Ninguno de nosotros se movió cuando sonaron pisadas. Al oír un golpe en la puerta del sótano, hasta Cortez dudó un momento antes de responder.

Cualquier esperanza de que Morton despertara y decidiera huir rápidamente de casa se desvaneció cuando siguió golpeando y gritando. Él estaba en la casa y, maldita sea, no pensaba abandonarla sin una pelea. Y Cortez se la proporcionó. No fue, desde luego, una pelea literal. No podía imaginarme a Cortez arremangándose la camisa y dándose golpes con alguien. Su fuerza residía en sus palabras, y al cabo de algunos asaltos verbales, Morton decidió irse entre disculpas, convencido de que realmente se había caído por la trampilla del sótano.


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