NOTA

Gas Letal es una obra de ficción histórica. A los fines del argumento, a veces me he tomado pequeñas libertades con los hechos y las épocas, pero no tanto como para tergiversar las verdades históricas esenciales.


No existió un campo de concentración llamado Totenhausen en Mecklemburgo. Pero existieron demasiados campos como ese en Alemania y Polonia. Los experimentos médicos del doctor Clauberg están debidamente documentados. Las experiencias relacionadas con la meningitis son ficticias, pero ni se acercan al horror de ciertos experimentos realizados por los nazis.


La Cruz Victoria, la más alta condecoración militar británica, ha sido otorgada a un solo ciudadano extranjero: un "guerrero norteamericano desconocido". Que yo sepa, no existe una "lista secreta" como la mencionada en el primer capítulo. Un civil extranjero que realizara una misión similar a la relatada aquí habría recibido la Cruz Jorge, desconocida por la mayoría de los norteamericanos.


El castillo de Achnacarry existe; de allí salieron algunos de los grandes héroes anónimos de la Segunda Guerra Mundial. El jefe de la escuela de comandos era el coronel Charles Vaughan, a quien corresponde en buena medida el mérito por las hazañas de sus discípulos, entre ellos los Rangers del ejército norteamericano. Sir Donald Walter Cameron era el Laird de Achnacarry durante la guerra y padre del actual laird, Sir Donald Hamish Cameron, quien se destacó en combate con los Exploradores de Lovat. Introduje al coronel Vaughan y a Sir Donald padre como personajes de mi novela con el mayor respeto y admiración.


Los gases neurotóxicos descritos en Gas Letal eran y son reales. Los alemanes inventaron el Tabun en 1936, el Sarin en 1938 y el Soman en 1944. Aun hoy, estos últimos son los gases bélicos más temidos. Para el fin de la guerra los nazis habían producido más de siete mil toneladas de Sarin. La historia oficial dice que nunca se llegó a producir el Soman en gran escala; sin embargo, el manto de secreto que cayó sobre estos compuestos después de la rendición nazi nos impide conocer los hechos con certeza.


Creo que Adolf Hitler, un hombre dispuesto a destruir Alemania antes que capitular, sólo se hubiera abstenido de recurrir a un arma potencialmente decisiva como el Soman por razones muy poderosas. Me complace creer que los Aliados, y Winston Churchill en particular, poseían el ánimo y el coraje para ordenar una misión como la que relata Gas Letal. Los noruegos realizaron una "misión suicida" similar con ayuda del SOE contra una fábrica de agua pesada en su país en 1943. Esa onerosa incursión privó a Adolf Hitler de las armas nucleares.


La reacción -o indiferencia- de los Aliados ante los informes sobre lo que sucedía en los campos de concentración nazis sigue siendo uno de los capítulos más negros de la Segunda Guerra Mundial. Martin Gilbert lo describe exhaustivamente en Auschwitz and the Allies.


Todos debemos nuestra libertad a hombres y mujeres a quienes jamás conoceremos. Ciertos libros relatan algunas de sus hazañas: Skis Against the Atom, de Knut Haukelid; The Holocaust y Churchill, de Martin Gilbert; Castle Commando, de Donald Gilchrist; Moon Squadron, de Jerrard Tickell; A Man Called Intrepid, de William Stevenson; The Glory and the Dream, de William Manchester.


Por último, quiero pedir a los lectores jóvenes que comprendan que cincuenta años no es mucho tiempo.

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