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La desaparición de Nathalie alteró inmediatamente la dinámica de toda la planta. Tenía que presidir la reunión más importante de todo el trimestre. Se había marchado sin dejar la más mínima instrucción, sin avisar a nadie. Algunos protestaban por los pasillos, criticando su falta de profesionalidad. En pocos minutos, perdió muchísimos puntos: se impuso la hegemonía del presente sobre una reputación adquirida a lo largo de los años. Como todos conocían su vínculo con Markus, no dejaban de ir a verlo: «¿A lo mejor tú sabes dónde está?» Él tuvo que reconocer que no. Lo que casi equivalía a decir: «No, no tengo ningún vínculo especial con ella. No me pone al corriente de todos sus movimientos.» Era una pesadez tener que justificarse así. Con ese nuevo episodio, iba a perder el prestigio acumulado desde el día anterior. Era como si la gente recordara de pronto que tampoco era tan importante. Y todos se preguntaban incluso cómo habían llegado a pensar, por un momento siquiera, que pudiera ser íntimo de Natalie Portman.


Markus intentó llamarla varias veces. Sin resultado. Su teléfono estaba apagado. No podía concentrarse en el trabajo. Recorría nervioso su despacho de un extremo a otro. No era un recorrido muy largo, porque era un despacho muy pequeño. ¿Qué hacer? La confianza de esos últimos días se desmoronaba rápidamente. En su cabeza repasaba una y otra vez el almuerzo: «Lo importante es saber qué tomar de primero.» Recordaba haber dicho algo así. ¿Cómo se podía hablar así? La cosa estaba muy clara. No había estado a la altura. Y eso que Nathalie le había dicho claramente que estaba perdida, pero él, subido a su nube, sólo había sido capaz de ofrecerle frasecitas huecas. ¡Pulgarcito! Pero ¿en qué mundo vivía? Desde luego no en uno en el que las mujeres te dejan su dirección antes de salir huyendo. Todo era culpa suya y de nadie más. Hacía que las mujeres salieran corriendo. A lo mejor hasta se metía a monja. Hacía que las mujeres cogieran trenes y aviones para huir del aire que él respiraba. Le dolía. Le dolía haber actuado mal. El sentimiento amoroso es el que más culpabilidad provoca. Se puede llegar a pensar que uno tiene la culpa de todas las heridas del otro. Se puede llegar a pensar, siempre en esa locura, en un arrebato casi demiùrgico, que se es el núcleo mismo del corazón del otro. Que la vida se resume a unas válvulas pulmonares sin relación con el mundo exterior. El mundo de Markus era el de Nathalie. Era un mundo íntegro y totalitario, donde él era a la vez responsable de todo e insignificante.


Y, poco a poco, el mundo sencillo volvió a él. Lentamente, logró recuperar el control de su estado de ánimo; equilibrar el blanco y el negro. Se rememoró toda la ternura de los instantes que habían pasado juntos. Esa ternura del todo real que no podía borrarse de un plumazo. El miedo de perder a Nathalie lo había confundido. Lo que más lo angustiaba era su fragilidad, esa misma fragilidad que también podía ser su mayor atractivo. Tanta fragilidad al final acaba siendo una fortaleza. No sabía qué hacer, ya no quería trabajar, ya no pensaba en ese día de manera racional. Le apetecía hacer una locura, huir él también, coger un taxi y subirse al primer tren que pasara.

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