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Entonces el director de recursos humanos lo llamó a su despacho. Decididamente, todo el mundo quería verlo. Acudió a la cita sin una sombra de temor. Ya se había librado de su miedo a la autoridad. Desde hacía varios días, todo era pura comedia. El señor Bonivent lo recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Markus pensó enseguida: esa sonrisa es un crimen. Lo esencial en un director de recursos humanos es que parezca que se implica en la carrera de un empleado como si se tratara de su propia vida. Markus constató que el tal señor Bonivent se merecía su puesto:

– Ah, señor Lundell… cuánto me alegro de verlo. Hace ya un tiempo que sigo de cerca su trayectoria en la empresa, ¿sabe?…

– ¿En serio? -contestó Markus, convencido (con razón) de que ese hombre acababa de descubrir su existencia.

– Por supuesto… Cada trayectoria es importante para mí… y tengo que reconocer que siento verdadero afecto por usted. Por esa forma suya de ser siempre tan discreto, de no pedir nunca nada. Es muy sencillo, si no fuera porque soy muy concienzudo, perfectamente podría no haberme percatado siquiera de su presencia en el seno de esta empresa…

– Ah…

– Es usted el empleado que todo directivo sueña con tener.

– Es usted muy amable. ¿Puede decirme por qué quería verme?

– ¡Ah, eso es típico de usted! ¡La eficacia, siempre la eficacia! ¡Nada de perder tiempo! ¡Ojalá todo el mundo fuera como usted!

– ¿Y bien?

– Bueno… voy a exponerle la situación con toda franqueza: la dirección quiere ofrecerle un puesto de director de grupo. Con un aumento de sueldo importante, por supuesto. Es usted un elemento esencial en el reposicionamiento estratégico de nuestra empresa… Y tengo que decir que esta promoción me alegra mucho… pues hace ya tiempo que la respaldo activamente.

– Gracias… No sé qué decir.

– Así que, por supuesto, le facilitaremos todos los trámites administrativos para su traslado.

– ¿Mi traslado?

– Sí. El puesto es en Estocolmo. ¡En su país!

– No pienso volver a Suecia bajo ningún concepto. Prefiero irme al paro antes que volver a Suecia.

– Pero…

– No hay pero que valga.

– Pues yo creo que sí, me parece que no tiene usted elección.

Markus no se tomó la molestia de contestar y se marchó del despacho sin decir una palabra.

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