Al día siguiente, Markus llegó al trabajo con un estado de ánimo muy diferente. No comprendía por qué se había comportado de tan extraña manera. A quién se le ocurría ir y venir sin tregua por un pasillo. El beso lo había alterado mucho, y hay que decir también que últimamente su vida afectiva había sido especialmente tranquila, pero no era razón para mostrarse tan pueril. Debería haber conservado la calma. Seguía queriendo que Nathalie le diera una explicación, pero ya no trataría de cruzarse con ella haciéndose el encontradizo. Sencillamente iría a verla a su despacho.
Llamó con decisión a la puerta. Ella dijo «adelante», y él obedeció sin vacilar. Entonces se encontró cara a cara con un gran problema: Nathalie había ido a la peluquería. Markus siempre había sido muy sensible al cabello. Y tenía ante sí un espectáculo desconcertante: ahora el de Nathalie era completamente liso. De una belleza que quitaba el hipo. Si se lo hubiera recogido, como lo hacía a veces, todo habría sido más sencillo. Pero ante tamaña manifestación capilar, Markus sintió que le faltaba el habla.
– Sí, Markus, ¿qué quería?
Interrumpió sus divagaciones, y al fin pronunció la primera frase que se le ocurrió:
– Me gusta mucho su pelo.
– Gracias, es muy amable.
– No, de verdad: me maravilla.
A Nathalie le sorprendió esa declaración matinal. No sabía si debía sonreír o sentirse incómoda.
– Sí, bueno, ¿y aparte?
– ¿No habrá venido a verme sólo para hablarme de mi pelo?
– No… No…
– ¿Para qué entonces? Le escucho.
– Markus, ¿está usted aquí?
– Sí…
– ¿Y bien?
– Quería saber por qué me besó.
El recuerdo del beso volvió a su memoria, en primer plano. ¿Cómo había podido olvidarlo? Cada instante se recomponía, y Nathalie no pudo contener una mueca de asco. ¿Estaba loca? En los últimos tres años no se había acercado a ningún hombre, ni siquiera había pensado interesarse por nadie, y ahora, de buenas a primeras, había besado a ese colega insignificante. Dicho colega esperaba una respuesta, lo cual era perfectamente comprensible. El tiempo pasaba. Tenía que decir algo.
– No lo sé -confesó en voz baja Nathalie.
Markus había querido una respuesta, un rechazo incluso, pero desde luego no es nada.
– ¿No lo sabe?
– No, no lo sé.
– No puede dejarme así. Tiene que darme una explicación.
No había nada que decir.
Ese beso era como el arte moderno.