35

A la mañana siguiente, se disculpó rápidamente con Chloé, sin entrar en detalles. En la oficina, era su jefa; era una mujer fuerte. Se limitó a decirle que todavía no se sentía capaz de salir. «Es una pena», dijo en voz baja su joven subalterna. Y eso fue todo. Había que pasar a otra cosa. Después de esa breve conversación con Chloé, Nathalie se quedó un momento en el pasillo y luego volvió a su despacho. Por fin vio su trabajo como de verdad era: carente del más mínimo interés.


Nunca se había apartado del todo del mundo sensual. Nunca había dejado verdaderamente de ser femenina, ni siquiera en los momentos en que quería morirse. Quizá lo hiciera como un homenaje a François, o quizá fuera simplemente la idea de que a veces basta maquillarse para parecer viva. Hacía tres años que su marido había muerto. Nathalie llevaba tres años desmenuzando su vida en el vacío. Le habían sugerido a menudo que se separara de los recuerdos. Tal vez fuera ésa la mejor manera de dejar de vivir en el pasado. Nathalie le daba vueltas a esa expresión: «separarse de los recuerdos». ¿Cómo se abandona un recuerdo? En lo que a los objetos respecta, había aceptado la idea. Ya no soportaba la presencia de aquellos que François hubiera tocado. Así que ya no le quedaba gran cosa, excepto una foto guardada en el cajón grande de su escritorio. Una foto que parecía perdida. La contemplaba a menudo, como si quisiera convencerse de que su relación había existido de verdad. En el cajón había también un pequeño espejo. Lo cogió para observarse, como lo haría un hombre que la viera por primera vez. Se levantó y se puso a andar de un extremo a otro de su despacho, con las manos en las caderas. La moqueta ahogaba el sonido de sus tacones de aguja. La moqueta asesina la sensualidad. Pero ¿quién narices habrá inventado la moqueta?

Загрузка...