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No sobraba espacio. El alivio de ambos bastaba para llenar la habitación. Estaban felices de estar a solas. Markus miraba a Nathalie, y la vacilación que leía en sus ojos lo alteraba profundamente.

– Bueno, ¿qué hay de ese regalo? -le preguntó ella.

– Se lo doy, pero tiene que prometerme que no lo abrirá hasta que llegue a su casa.

– Trato hecho.

Markus le tendió un paquetito que Nathalie se guardó en el bolso. Se quedaron un momento así, un momento que dura todavía. Markus no se sentía obligado a hablar, a llenar el silencio. Estaban relajados, felices de volver a estar juntos. Al cabo de un ratito, Nathalie dijo:

– A lo mejor deberíamos volver a la fiesta. Va a parecer raro si no.

– Tiene razón.

Salieron del despacho y avanzaron por el pasillo. Cuando volvieron al lugar de la fiesta, se llevaron una sorpresa: ya no había nadie. Todo estaba terminado y recogido. Se preguntaron: ¿cuánto tiempo habían estado en el despacho?


Una vez en su casa, sentada en el sofá, Nathalie abrió el paquete. Descubrió un tubito dispensador de caramelos Pez. No daba crédito, porque ya no se vendían en Francia. Ese gesto la conmovía profundamente. Se puso el abrigo y volvió a salir. Paró un taxi con un movimiento del brazo (un gesto que de pronto le pareció muy simple).

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