Markus había caminado por el borde del precipicio, con una sensación de viento bajo sus pasos.
Cuando volvió a su casa, aquella noche, lo seguían asaltando imágenes dolorosas. ¿Quizá todo estuviera ligado a Strindberg? Seguramente es más prudente evitar enfrentarse a las angustias de los compatriotas de uno. La belleza del momento, la belleza de Nathalie, todo eso lo había percibido como una orilla postrera: la del desastre. La belleza estaba ahí, delante de él, mirándolo fijamente a los ojos, como una anticipación de lo trágico. Ése y no otro era el tema de Muerte en Venecia, con esta frase central: «Aquel que contempla la belleza está predestinado a morir.» De modo que sí, Markus podía parecer grandilocuente; e incluso estúpido por haber salido huyendo. Pero hay que haber vivido años y años en la nada para comprender cómo de pronto se puede sentir miedo ante una simple posibilidad.
Markus no la llamó. Nathalie, a quien le había gustado su lado país del Este, se iba a sorprender al descubrirlo de nuevo hierático en su Suecia. Ya no había la más mínima partícula polaca en él. Markus había decidido cerrarse, no volver a jugar más con el fuego femenino. Sí, ésas eran las palabras que revoloteaban en su cabeza. Y la primera consecuencia fue la siguiente: decidió que ya no la miraría más a los ojos.
A la mañana siguiente, al llegar a la oficina, Nathalie se cruzó con Chloé. Está bien, para qué seguir ocultando que la joven era también propensa a hacerse la encontradiza. Por ello, a menudo recorría los pasillos de un extremo a otro sólo para cruzarse con su jefa. [9] Como una verdadera portera, sin la más mínima elegancia del erizo, Chloé trataría de arrancarle alguna confidencia:
– Ah, hola, Nathalie. ¿Está usted bien?
– Sí, estoy bien. Sólo un poco cansada.
– ¿Por la obra de teatro de anoche? ¿Es que fue muy larga?
– No, no especialmente…
Chloé notó que sería difícil enterarse de más pero, por suerte, un acontecimiento lo iba a hacer todo más fácil. Markus avanzaba hacia ellas, y él también parecía encontrarse en un estado algo anormal. La joven se las apañó para que se detuviera:
– Ah, hola, Markus, ¿estás bien?
– Pues sí… ¿y tú?
– Tirando.
Markus contestó evitando mirar a sus interlocutoras. Ello daba una impresión muy extraña, como de estar hablando con alguien con prisa. Y era extraño precisamente porque Markus no parecía tener ninguna prisa.
– ¿Estás bien? ¿Te duele el cuello?
– No… no… estoy bien… Bueno, tengo que irme.
Y se fue, dejando a las dos mujeres pasmadas.
Chloé pensó enseguida: Se muere del corte… eso significa entonces que seguro que se han acostado… no veo otra explicación… ¿Por qué la habrá ignorado si no? Chloé le dedicó una sonrisa de oreja a oreja a Nathalie:
– ¿Puedo hacerle una pregunta? Ayer, al teatro, ¿fue usted con Markus?
– Eso no es asunto suyo.
– Muy bien… es sólo que pensaba que usted y yo compartíamos cosas. Yo a usted se lo cuento todo.
– Pero yo no tengo nada que contar. Bueno, será mejor que nos pongamos a trabajar.
Nathalie se había mostrado seca. No le había gustado la intromisión que Chloé se había permitido. Se le veía a la legua en la mirada la avidez en la búsqueda del chismorreo. Chloé, incómoda, balbuceó que organizaba una copa por su cumpleaños al día siguiente. Nathalie contestó con una vaga señal que daba a entender vagamente que sí. Pero ya no estaba segura de querer ir.
Más tarde, en su despacho, volvería a pensar en lo poco sutil que se había mostrado Chloé. Durante meses, Nathalie había vivido con rumores a su paso. Observaciones discretas para saber cómo estaba, cómo lograba tirar para adelante, lo que hacía, la manera en que se entregaba a su trabajo. Esa vigilancia, por amable y solícita que fuera, la había sentido como un peso. Por aquel entonces, le hubiera gustado que nadie la mirara. Paradójicamente, las manifestaciones permanentes de afecto le habían hecho las cosas más difíciles. Conservaba un amargo recuerdo de esa época en que había atraído la atención de todos. Entonces, al pensar otra vez en el comentario de Chloé, comprendió que debía ser discreta y no mencionar nunca nada de su relación con Markus. Pero ¿acaso era una relación? Desde que François había muerto, había perdido todos sus puntos de referencia. Se sentía como si hubiera vuelto a la adolescencia. Sentía que todo lo que sabía del amor había sido saqueado. Su corazón latía sobre un montón de ruinas. No entendía la actitud de Markus, ni tampoco esa manera que tenía de no mirarla. Qué tontería. ¿O es que estaba loco? Una locura leve era más que probable. Nathalie no pensaba: hay que amar de verdad a una mujer para no querer verla. No, no pensaba eso. Sencillamente, cada vez estaba más confundida.