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Desde que había vuelto Nathalie, Charles estaba de buen humor. A veces hasta disfrutaba con sus clases de sueco. Entre ellos se había tejido algo parecido a la confianza y el respeto. Nathalie era consciente de la suerte que tenía de estar a las órdenes de un hombre tan amable y solícito con ella. Pero ya no era tan ciega como antes; ahora ya se daba perfecta cuenta de que se sentía atraído por ella. Le permitía hacer alusiones, más o menos sutiles. Él no iba nunca demasiado lejos, pues ella imponía una distancia que se le antojaba insuperable. Nathalie no entraba en su juego, por la sencilla razón de que no podía jugar. No tenía fuerzas para hacerlo. Conservaba toda su energía para el trabajo. Charles había tratado numerosas veces de invitarla a cenar, intentos estériles que ella rechazaba con un silencio. Era incapaz de salir, sencillamente. Y menos aún con un hombre. Le parecía absurdo, pues si tenía el valor de aguantar el tipo durante todo el día, de concentrarse en expedientes sin importancia, ¿por qué no se permitía momentos de tregua? Seguramente tenía que ver con el concepto de placer. No se sentía con derecho a hacer nada que pudiera considerarse ligero. Así eran las cosas. No era capaz. Y ni siquiera estaba segura de poder volver a serlo algún día.


Esa noche, todo sería distinto. Nathalie había accedido por fin, e iban a cenar juntos. Charles se había sacado de la manga un argumento de peso: había que celebrar su ascenso. Porque en efecto, había obtenido un ascenso muy bueno, y de ahora en adelante dirigiría un grupo compuesto por seis personas. Si bien su progresión profesional estaba del todo justificada por su competencia, Nathalie no podía por menos que preguntarse si no había logrado ese ascenso a fuerza de suscitar compasión. En un primer momento quiso rechazarlo, pero era complicado no aceptar un ascenso. Después, al constatar la insistencia de Charles en organizar esa velada, se preguntó si no había acelerado su progresión profesional con el único objetivo de conseguir una cena a solas. Todo era posible, de nada servía devanarse los sesos para tratar de comprender. Nathalie se limitó a decirse que tenía razón, y que seguramente era una buena ocasión para obligarse a salir un poco. Quizá pudiera recuperar así una especie de soltura nocturna.

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