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Markus se fue del bar, abandonando a Nathalie. El momento, al volverse perfecto, le hizo huir. Nathalie no entendía su actitud. Se estaba divirtiendo, por eso ahora estaba enfadada con él. Sin saberlo, Markus había actuado de manera brillante. Había despertado a Nathalie. La había incitado a hacerse preguntas. Había dicho que quería besarla. ¿De modo que era sólo eso? ¿Le apetecía a ella? No, no lo creía. No lo encontraba especialmente… Pero eso no era tan importante… Por qué no… Le parecía que tenía algo… y además era divertido… Entonces ¿por qué se había marchado? Qué idiota. Lo había estropeado todo. Estaba muy irritada… Qué idiota, sí, qué idiota, seguía pensando, mientras los clientes del bar la miraban. A ella, una mujer muy hermosa abandonada por un tipo cualquiera. Nathalie no reparaba siquiera en esas miradas. Se quedó ahí, inmóvil en su irritación, frustrada por no haber dominado la situación, por no haber sabido retenerlo, ni comprenderlo. No debía echarse la culpa, no habría podido hacer nada. Era demasiado deseable como para que Markus pudiera permanecer junto a ella.


Una vez en casa, marcó su número de teléfono pero colgó antes de que se estableciera la llamada. Le hubiera gustado que él la llamara. Después de todo, la iniciativa de esa segunda cita la había tomado ella. Al menos podría haberle dado las gracias. Enviarle un mensaje. Nathalie estaba ahí, esperando delante de su teléfono, y era la primera vez en mucho tiempo que vivía eso: la espera. No podía dormir, así que se sirvió un poco de vino. Y puso música. Alain Souchon. Una canción que le gustaba escuchar con François. No podía creer que fuera capaz de escucharla, así, sin más, sin derrumbarse. Nathalie seguía dando vueltas por su salón, hasta bailaba un poco, dejando que la ebriedad la embargara con la energía de una promesa.

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