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Dejó tras de sí esa extraña escena de beso robado. Nathalie quiso volver a enfrascarse en su trabajo, pero al final decidió ir en su busca. Había sentido algo complicado de definir. A decir verdad, era la primera vez desde hacía tres años que alguien la agarraba así. La primera vez que no se comportaban con ella como si fuera algo frágil. Sí, era asombroso, pero le había turbado ese movimiento relámpago, de una virilidad casi brutal. Recorrió los pasillos de la empresa, preguntó a diestro y siniestro dónde estaba Markus, a todos los empleados con los que se cruzaba. Nadie lo sabía. No había vuelto a su despacho. Entonces pensó en la azotea del edificio. En esa época del año no iba nadie porque hacía mucho frío. Nathalie se dijo que ahí tenía que estar Markus. Era una intuición acertada. Estaba ahí, junto al antepecho de la pared, en una actitud muy tranquila. Hacía pequeños movimientos con los labios, seguramente soplaba. Casi parecía que fumara, pero sin cigarrillo. Nathalie se acercó a él en silencio:

– Yo también vengo a refugiarme aquí a veces. Para respirar un poco -dijo.

A Markus le sorprendió esa aparición. Nunca habría pensado que Nathalie fuera a buscarlo, después de lo que acababa de ocurrir.

– Va a coger frío -contestó-. Y ni siquiera tengo un abrigo que prestarle.

– Pues nada, cogeremos frío los dos. Al menos en eso no habrá diferencia entre nosotros.

– Qué graciosa.

– No, no soy graciosa. Y lo que hice no tiene ninguna gracia… pero bueno, caray, ¡tampoco es un crimen!

– Entonces es que no sabe usted nada de la sensualidad. Un beso suyo, y luego nada… Pues claro que es un crimen. En el reino de los corazones secos sería usted condenada.

– ¿En el reino de los corazones secos?… Nunca le había oído hablar así, Markus.

– No esperará usted que me ponga poético con el expediente 114.


*

El frío modificaba el rostro de ambos. Y agravaba cierta injusticia. Markus se tornaba ligeramente azul, por no decir lívido, mientras que Nathalie palidecía como una princesa neurasténica.


*

– Tal vez sea mejor que volvamos dentro -dijo ella.

– Sí… ¿qué hacemos entonces?

– Pero… pero bueno, ya está bien. No hay nada que hacer. Ya me he disculpado. No hay que hacer tanta historia de un simple incidente.

– ¿Y por qué no? A mí no me importaría leer una historia así.

– Bueno, ya basta, esto acaba aquí. Ni siquiera sé lo que estoy haciendo hablando en esta azotea con usted.

– De acuerdo, esto acaba aquí. Pero después de una cena.

– ¿Qué?

– Cenemos juntos. Y después le prometo que no hablaré más del asunto.

– No puedo.

– Me lo debe… Sólo una cena.

Algunas personas tienen la capacidad extraordinaria de pronunciar una frase como ésa. Una capacidad que impide al otro responder con una negativa. Nathalie sentía en la voz de Markus toda su capacidad de persuasión. Sabía que sería un error aceptar. Sabía que tenía que dar marcha atrás en ese momento, antes de que fuera demasiado tarde. Pero, delante de él, resultaba imposible decirle que no. Además, tenía tanto frío…

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