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Las butacas del teatro son tan estrechas… Markus estaba francamente incómodo. Se lamentaba de tener las piernas largas, algo absolutamente estéril [8]. Por no hablar de otro hecho que acentuaba su tortura: no hay nada peor que estar sentado al lado de una mujer a la que uno se muere de ganas de mirar. El espectáculo estaba a su izquierda, y no sobre el escenario. Y, de hecho, ¿qué veía? No le interesaba gran cosa. ¡Sobre todo porque era una obra sueca! ¿Lo habría hecho aposta Nathalie? Un autor que había estudiado en Uppsala, además. Era como ir a cenar a casa de sus padres. Estaba demasiado distraído para entender nada de la intriga. Seguro que luego hablarían de la obra, y él quedaría como un idiota. ¿Cómo no se había dado cuenta de eso antes? Tenía que concentrarse a toda costa y preparar algún que otro comentario inteligente.


Al final de la función, se sorprendió al darse cuenta de que estaba muy emocionado. Era casi un sentimiento de filiación sueca, de orgullo patrio. Nathalie también parecía feliz. Pero con el teatro no es* fácil saber: a veces la gente parece feliz por la sencilla razón de que el calvario termina por fin. Una vez fuera, Markus quiso lanzarse a exponer la teoría que había elaborado durante la última parte de la obra, pero Nathalie interrumpió la conversación:

– Creo que ahora deberíamos tratar de relajarnos un poco.

Markus pensó en sus piernas anquilosadas, pero Nathalie precisó:

– Vamos a tomar una copa. De modo que a eso se refería con relajarse un poco.

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