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Nathalie y Markus se vieron para almorzar. Markus estaba cansado, pero no se le cerraban los ojos. Nathalie no podía creer que la cena hubiera durado toda la noche. ¿Quizá con él las cosas siempre fueran así? Quizá con él nada fuera previsible. Hubiera querido reírse de ello, pero no le gustaba demasiado lo que veía. Se sentía tensa, incómoda por la agitación que los rodeaba. Le recordaba la mezquindad de la gente después del entierro de François. Las manifestaciones de compasión, algo excesivas. Quizá fuera una locura, pero veía en ello como un vestigio del tiempo en que los franceses habían colaborado con los alemanes durante la ocupación. Al observar ciertas reacciones, Nathalie se decía: «Si hubiera de nuevo una guerra, todo sería exactamente igual.» Su sentimiento quizá fuera exagerado, pero la velocidad del rumor, aunada a una buena dosis de maldad, le inspiraba un asco en consonancia con ese periodo tan turbio de la historia de Francia.


No entendía por qué le interesaba tanto a la gente su relación con Markus. ¿Era por él? ¿Por la impresión que causaba? ¿Así es como se perciben las relaciones poco racionales? Pero es absurdo: ¿acaso hay algo más ilógico que una afinidad? A Nathalie todavía no se le había pasado el enfado provocado por su última conversación con Chloé. ¿Por quién se tomaban todos? Transformaba cada pequeña mirada en una agresión.

– Apenas si nos hemos besado, y tengo la impresión de que ahora todo el mundo me odia -le dijo a Markus.

– ¡Y a mí todo el mundo me adora!

– Para que veas…

– Nada, lo que hay que hacer es pasar de todo. Mira la carta. Eso sí es importante. ¿De primero qué quieres, la ensalada de endivias con roquefort o la sopa del día? Eso es lo único que cuenta.

Seguramente tenía razón. Pero aun así, Nathalie no conseguía relajarse. No entendía por qué reaccionaba de manera tan violenta. Quizá necesitara tiempo para comprender que todo estaba ligado al sentimiento que ya estaba naciendo en ella. Era una sensación vertiginosa que ella transformaba en agresividad. Contra todos, y sobre todo contra Charles:

– ¿Sabes?, cuanto más lo pienso más me parece que la reacción de Charles es una vergüenza.

– Yo creo que es que te quiere, nada más.

– No es una razón para comportarse así contigo.

– Cálmate, tampoco es tan grave.

– No puedo calmarme, no puedo…

Nathalie anunció que iría a ver a Charles después del almuerzo para decirle que se dejara de tanta tontería. Markus la vio tan decidida que prefirió no llevarle la contraria. Dejó que se instalara el silencio un ratito, y ella lo rompió reconociendo así:

– Perdona, es que estoy nerviosa…

– No tiene importancia. Y además, la actualidad evoluciona rápidamente, ¿sabes?… Dentro de dos días ya nadie hablará de nosotros… Acaba de llegar una secretaria nueva, y creo que a Berthier le gusta… Así que, ya ves…

– Eso no tiene mucho interés. A ése le gusta todo lo que lleve falda.

– Sí, es verdad. Pero en este caso es distinto. Te recuerdo que acaba de casarse con la contable… así que a mí me da que esto va a ser un culebrón, ya lo verás.

– Yo sobre todo lo que creo es que me siento perdida.

Nathalie pronunció esa frase de golpe y porrazo. Sin la más mínima transición. Instintivamente, Markus cogió un pedazo de pan y se puso a desmigarlo.

– ¿Qué haces? -le preguntó Nathalie.

– Pues como en el cuento de Pulgarcito. Si estás perdida, tienes que dejar miguitas de pan a tu paso. Así podrás encontrar el camino.

– ¿Y supongo que el camino me lleva hasta aquí… hasta ti?

– Sí. A no ser que tenga hambre y decida comerme las miguitas de pan mientras te espero.

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