98

Charles ya no era en absoluto el hombre que había pasado la noche con Markus. A media mañana se había recuperado del todo y se arrepentía de su actitud. Se preguntaba también por qué había perdido los papeles de esa manera al descubrir a ese sueco. Quizá no fuera Charles un hombre muy realizado, tenía distintas angustias, pero no era motivo para reaccionar así. Y sobre todo ante testigos. Se sentía avergonzado. Ello lo iba a llevar a la violencia. De la misma manera que un amante puede mostrarse agresivo después de una actuación sexual poco gloriosa. Sentía que lo embargaban poco a poco todas las partículas de la lucha. Se puso a hacer unas flexiones pero, en ese preciso instante, entró Nathalie en su despacho. Charles se levantó del suelo:

– Podrías haber llamado a la puerta -le dijo en tono seco.

Nathalie avanzó hacia él, de la misma manera que había avanzado hacia Markus para besarlo. Pero esta vez fue para darle una bofetada.

– Hala, ya está hecho.

– ¡Pero bueno, ¿tú qué te has creído?! Te puedo echar por esto.

Charles se tocaba la cara. Y repitió su amenaza temblando.

– Y yo puedo acusarte de acoso. ¿Quieres que te enseñe los e-mails que me has enviado?

– Pero ¿por qué me hablas así? Yo siempre he sido respetuoso con tu vida.

– Sí, claro, venga ya… Sólo querías acostarte conmigo.

– Francamente, no te entiendo.

– Yo lo que no entiendo es lo que has ido a hacer con Markus.

– ¡Como si no tuviera derecho a cenar con un empleado!

– ¡Sí, bueno, pues ya basta! ¿Entendido? -gritó ella.


A Nathalie, decirle eso a Charles le sentó de gloria, y le habría gustado cantarle las cuarenta un poco más. Su reacción era excesiva. Al defender así su territorio con Markus, traicionaba su turbación. Esa turbación que nunca había sido capaz de definir. El diccionario Larousse termina ahí donde empieza el corazón. Y quizá fuera por eso por lo que Charles había dejado de leer definiciones al volver Nathalie a la empresa. No había nada que decir, bastaba con dejar que hablaran por sí solas las reacciones primitivas.


Cuando estaba a punto de salir del despacho, Charles declaró:

– He cenado con él porque quería conocerlo… saber cómo habías podido elegir a un hombre tan feo, tan insignificante. Puedo entender que me rechaces, pero esto, perdona que te diga, esto no lo entenderé nunca…

– ¡Cállate!

– Si crees que voy a dejar que esto quede así estás muy equivocada. Acabo de hablar con los accionistas por teléfono. De un momento a otro, tu querido Markus va a recibir una propuesta muy importante. Una propuesta que sería suicida rechazar. La única pequeña pega es que el puesto es en Estocolmo. Pero con la pasta que le van a pagar, me parece que su vacilación será sólo pasajera.

– Eres patético. Sobre todo porque nada me impide presentar mi dimisión para irme con él.

– ¡No puedes hacer eso! ¡Te lo prohíbo!

– Qué pena me das, de verdad…

– ¡Y tampoco se lo puedes hacer a François!

Nathalie lo miró fijamente. Charles quiso disculparse al instante, sabía que había ido demasiado lejos. Pero ya no podía moverse. Ella tampoco. Esa última frase los paralizó a los dos. Nathalie salió por fin del despacho de Charles, despacio, sin decir una palabra. Éste se quedó solo, con la certeza de haberla perdido para siempre. Avanzó hacia la ventana para contemplar el vacío, con una inmensa tentación.

Загрузка...