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Llamaron a la puerta. Discretamente, apenas se oyó. Nathalie se sobresaltó, como si esos últimos segundos le hubieran hecho creer que podía estar sola en el mundo. Dijo: «Adelante», y Markus entró. Era un compañero oriundo de Uppsala, una ciudad sueca que no le interesa a casi nadie. Hasta los habitantes de Uppsala [4] se sienten incómodos: el nombre de su ciudad suena casi como una disculpa. Suecia tiene la tasa de suicidios más alta del mundo. Una alternativa al suicidio es emigrar a Francia, eso es lo que debía de haber pensado Markus. El joven tenía un físico más bien desagradable, pero tampoco se puede decir que fuera feo. Tenía siempre una manera de vestir un poco especial: no se sabía si había sacado su ropa del trastero de casa de su abuelo, de la beneficencia o de una tienda de última moda. En conjunto, su aspecto era poco homogéneo.

– Vengo a verla por el expediente 114 -dijo. ¿Es que no bastaba su extraña apariencia, también tenía que decir frases tan estúpidas? Nathalie no tenía la menor gana de trabajar hoy. Era la primera vez desde hacía mucho tiempo. Se sentía como desesperada: casi podría haberse ido de vacaciones a Uppsala, con eso se dice todo. Observaba a Markus, que no se movía. Éste la miraba, embelesado. Para él, Nathalie representaba esa clase de feminidad inaccesible, a lo que venía a añadirse la fantasía que desarrollan algunos con respecto a todo superior jerárquico, a todo ser en una posición dominante. Nathalie decidió entonces caminar hacia él, caminar despacio, muy despacio. Casi habría dado tiempo a leer una novela mientras tanto. No parecía querer detenerse, tanto es así que de pronto se encontró muy cerca del rostro de Markus, tan cerca que sus narices se tocaron. El sueco ya no respiraba. ¿Qué quería de él? No le dio tiempo a seguir formulándose esa pregunta en su cabeza, pues Nathalie empezó a besarlo con frenesí. Un largo beso intenso, con esa intensidad propia de la adolescencia. Y, de pronto, dio un paso atrás: -Ya hablaremos más tarde del expediente 114. Abrió la puerta e invitó a Markus a salir de su despacho. Éste obedeció con dificultad. Se sentía como Amstrong en la Luna. Ese beso era un gran paso para su humanidad. Se quedó un momento inmóvil delante de la puerta del despacho. En cuanto a Nathalie, ya había olvidado por completo lo que acababa de ocurrir. Su acto no tenía ningún vínculo con la sucesión de los demás actos de su vida. Ese beso era la manifestación de una anarquía repentina en sus neuronas, lo que podría llamarse un acto gratuito.

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