XVII

Cerca del estadio de béisbol y del parque de atracciones, en Bower Road, se encontraba aparcado un coche, cuyos asientos traseros estaban ocupados por dos hombres que permanecían a oscuras. Eran las cuatro de la madrugada del domingo, seis horas después de la reunión en la oficina de Lozini, y todavía no había amanecido. Las estrellas aparecían débiles y lejanas, la luna menguante era como un pequeño desgarrón en una bolsa de plástico por la que se deja ver azúcar. No había casas en esta parte de la ciudad, ni tránsito; nada se movía excepto el conductor del coche que daba pequeños paseos cerca de su automóvil, pateando piedras que apenas podía ver, mientras los dos hombres, en el coche, con los rostros ocultos en la oscuridad, hablaban.

– De modo que Al sabe lo que está pasando.

– Todavía no. Sabe que algo está pasando, pero no sabe qué.

– ¿Y el dinero?

– ¿El de la Isla Feliz?

– No, el dinero que hemos estado sacando. ¿Lo sabe?

– No. Cree que es un mal momento, eso es todo.

– ¿Qué es lo que sabe, entonces?

– Que tiene que andar con cuidado. Que no todo le está permitido.

– ¿Y tenemos que agradecérselo a esos tipos que han llegado?

– En gran medida.

– ¿Cómo se llaman?

– Se hacen llamar Parker y Green.

– ¿Cómo son?

– Green no vino a la reunión. Parker parece un tipo duro.

– ¿Qué clase de duro? ¿Autoritario?

– No habla mucho. Simplemente te hace desear permanecer alejado de él.

– Asústalo, cómpralo.

– Lo primero lo dudo. Y no creo que se le pueda comprar por menos de los setenta mil que vino a buscar.

– Lamento decirlo, pero me parece que tendremos que liquidarlos a los dos.

– ¡Dios mío! ¿Cómo a O’Hara?

– No fue idea mía. Lo hizo por su cuenta y me lo dijo después.

– No estuvo bien. Hasta ahora estábamos limpios; ni muertes ni violencia. Tarde o temprano tendrás que vértelas con algunos de ámbito nacional, Jack Fujon en Baltimore, Walters Karns en Los Ángeles. No tienen quejas de Al, y no te gustaría que las tuvieran de ti.

– Ya he hablado con algunos. No te preocupes por eso, déjalo de mi cuenta. Aceptarán los hechos.

– No les gustará que empecemos actuando como gánsters de los años veinte.

– ¿Qué quieres decir con gánsters? Yo soy un hombre de negocios.

– Hablo de O’Hara, por ejemplo.

– Ya te dije que no tuve nada que ver. Además, tengo entendido que no era una persona de fiar: habrían podido hacer que cantara. Ese Parker habría podido hacerlo.

– Podrías haber ordenado que lo mandaran de vacaciones durante un par de semanas. Lo cierto es que ya tenemos un muerto, y ahora hablas de otros dos.

– No existen. Parker y Green, ¿quiénes son? Lo llevamos a cabo, hacemos desaparecer los cuerpos y se termina el problema. Nadie los vio llegar, nadie los verá irse.

– No me gusta saber de esta clase de cosas.

– Querías una parte.

– Quería estar del lado del que ganara. No soy tonto. Pero si quieres muertos, no me hables a mí de eso, no es para eso para lo que estoy aquí.

– Tranquilízate. No fui a la reunión, eso es todo, no conozco a esos tipos. Te estaba preguntando tu opinión, eso es todo.

– Mi opinión es ésta: no quiero oír hablar de asesinatos.

– Está bien, está bien. Cálmate.

– Simplemente no quiero oír nada al respecto.

– Perfecto. Perfecto.

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