LI

Parker adoptó todas las precauciones posibles al acercarse a la casa. Sabía que Handy, Dan Wycza y Fred Ducasse lo observaban, pero él no podía ni verlos ni oírlos. La casa parecía muerta, invisible; cuanto más se acercaba, menos alumbraban las luces de los coches del otro lado.

El resplandor de los faros no iluminaba toda la casa; había demasiadas habitaciones, demasiadas paredes entre la parte frontal y la parte de atrás. Ni siquiera se veía dónde estaban las ventanas, aunque, ocasionalmente, una ventana del piso de arriba se iluminaba un instante por un disparo de alguien que apuntaba a las sombras. Parker avanzaba, como habían acordado, hacia los ventanales, aunque a veces tropezaba con plantas. Aún así, eran los ventanales lo que quería; Calesian y Dulare habían estado allí, con otro hombre.

De pronto, de la derecha vino una repentina irrupción de disparos, cinco o seis, y el ruido de cristales rotos; Parker siguió su marcha, obligándose a no correr. La casa ya estaba muy cerca. La alcanzó y lo primero que tocó fue madera. El marco de algo. Su mano se movió a la izquierda, tocó un muro; a la derecha, un pequeño panel de cristal. Más cristal; los grandes ventanales.

Se abrían hacia adentro. Empujó ligeramente y la hoja cedió sin ruido. El frío del aire acondicionado le dio en el rostro. Parado a un lado del marco para no dibujar su silueta, Parker escuchó el interior de la estancia.

Nada. Al parecer había una puerta abierta al fondo y a través de ella llegaban ruidos de movimientos, voces, carreras, disparos; pero de esta habitación no venía nada.

Parker caminó sobre sus manos y sus rodillas. Tenía una pistola en la mano derecha, y en la izquierda, una pequeña linterna. Entró en el despacho, manteniéndose lo más al ras del suelo que podía, tanteando con la mano izquierda el suelo al avanzar. Una vez que atravesó el umbral, se dirigió a la izquierda, siempre a cuatro patas.

Su mano había tocado algo: ropa, una pierna. Siguió la longitud del cuerpo, consciente ahora del olor de la sangre, y cuando llegó a la cara encendió y apagó la linterna, produciendo un milisegundo de luz. Estudió el recuerdo de lo que había visto y reconoció la cara: Calesian. De modo que le había dado.

Y los otros habían salido. Se habían movido sin reflexionar y habían dejado esta entrada sin vigilancia.

No sería así por mucho tiempo. Dulare pensaría en ello y mandaría a alguien aquí. Parker se puso en pie, cruzó la estancia hacia el sitio de donde venían los ruidos y encontró la puerta. Una vez que la hubo cruzado, oyó los ruidos a la izquierda. En esa dirección vio un vago resplandor blanco azulado: los faros. Y dos cuerpos pesados venían corriendo y tropezando: eran los vigilantes de esa parte de la casa.

Las formas se detuvieron. Parker pudo verlos contra la luz pálida, pero para ellos él seguía oculto en la oscuridad total. Uno de ellos dijo en voz baja:

– No veo nada. ¿Dónde está ese maldito despacho?

– Espera un minuto. Encenderé una cerilla.

Parker les disparó a los dos, antes de que pudieran encender la cerilla y alterar su visión nocturna. Luego dio la vuelta hacia el otro lado, a lo largo de un corredor oscuro. En una casa de este tamaño, tenía que haber una escalera posterior; y si Grofield estaba vivo aún, Parker sabía que lo encontraría más arriba.

Una puerta. La abrió, dio un paso; por el suelo le pareció que era la cocina. Se detuvo y escuchó. ¿Una respiración? Con voz tranquila y confiada, Parker dijo:

– ¿Dónde estás?

– ¿Eh? Aquí, junto a la ventana.

Parker se movió en diagonal hacia la voz, hasta que vio el rectángulo de la ventana y la forma oscura contra él. La forma preguntó:

– ¿Te parece que vendrán también por este lado?

– Sí -contestó Parker, y disparó. Luego siguió a lo largo de la pared, encontró una puerta giratoria, no la cruzó, siguió por otra pared hasta encontrar otra puerta. Ésta se abría hacia la cocina, y del otro lado subía una estrecha escalera.

Estaba a medio camino cuando lo detuvo una respiración agitada y asustada. Parker esperó y sintió el roce de un maletín de cuero antes de tocar al hombre. Se había guardado la linterna en el bolsillo, y con la mano libre aferró la garganta del hombre.

– ¡Aaah!

Parker le hizo sentir la pistola. Le preguntó:

– ¿Dónde está Green? ¿Dónde está el rehén?

– Yo… ¡por Dios…! No tengo nada que ver con esto, soy un médico.

Parker lo apretó con más fuerza contra la pared.

– ¿Se ocupa de los dedos?

El hombre se estremeció. Su garganta se movía bajo los dedos de Parker, pero no dijo nada.

– ¿Dónde está Green? ¡Rápido!

– Arriba. La segunda puerta a la izquierda. Tiene que entender mi posición, no pude…

Parker apartó unos centímetros la pistola y disparó. Dejó caer el cuerpo por la escalera y siguió avanzando.

Arriba la oscuridad era completa. No había modo de definir el espacio, pero probablemente se encontraba en una especie de pasillo. Parker avanzó junto a la pared izquierda hasta una puerta abierta y después hasta otra cerrada. La abrió y vio el dormitorio iluminado por la luz de una cerilla que sostenía Buenadella; Grofield estaba en una cama, muerto o inconsciente.

Buenadella lo vio y arrojó la cerilla, tratando de ocultarse en la oscuridad. Pero caminó hasta quedar entre Parker y la ventana, ofreciendo una silueta tan visible como si estuviera bajo la luz del mediodía.

– ¡Adiós, Buenadella! -dijo Parker.

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