XL

Faran se despertó con un leve murmullo de voces. Se sentía incómodo, y un terrible dolor de cabeza le impedía recordar dónde estaba y qué estaba haciendo. Intentó recobrar la calma y cambiar de postura, pero de inmediato comprendió que sus muñecas estaban atadas bajo su cuerpo, y pronto su mente reaccionó.

¡Parker! El muy hijo de puta lo había secuestrado la noche anterior, en el momento en que cerraba el club. Allí de pie en la calle, con frialdad y tranquilidad, sin prisas, le había atado las muñecas, tapado la cabeza con una especie de bolsa, luego lo había hecho caminar hasta un coche y lo había traído aquí, donde fuera que estuviese.

Al menos sabía que era un edificio de apartamentos. Habían hecho un recorrido en coche, pero no tan largo como para haber salido de la ciudad, y antes de que el automóvil se detuviese habían bajado por una especie de declive. Un edificio de apartamentos con un garaje en el sótano. Y un ascensor, en el que subieron juntos, él con la cabeza siempre dentro de la bolsa y la mano del silencioso Parker en su brazo. Tras caminar por un pasillo, pudo oír el ruido de una llave en una cerradura. Había sido metido en el apartamento, la puerta se había cerrado, le había quitado la bolsa.

El apartamento fue una sorpresa. Faran esperaba un cuarto ruinoso, pero era otra cosa. Era un agradable apartamento de clase media, con un sofá, sillas, televisión y lámparas y mesas. Cortinas verdes cubrían las ventanas en la pared de enfrente. Los suelos estaban cubiertos por alfombras, que en sus extremos dejaban ver fragmentos de un suelo de madera oscura.

Cerca de la puerta de entrada estaba el comedor con una mesa ovalada y cuatro sillas en un rincón. Parker y Faran se sentaron allí, cogieron lápiz y papel que había sobre la mesa y comenzaron las preguntas. Al principio Faran no quiso responder, y esperó amenazas y quizá golpes, pero Parker no hizo nada de eso. Se limitó a sacar una pequeña caja blanca de uno de sus bolsillos y la puso sobre la mesa donde Faran pudiera ver el dedo. Después repitió las preguntas, y, con una breve vacilación, Faran comenzó a responder.

Las preguntas continuaron hasta que amaneció. Faran estaba tan exhausto que apenas si podía mantener vertical la cabeza y los ojos abiertos. Pero Parker insistía, quería saber más, preguntaba detalles, lo escribía todo en hojas y más hojas de papel. Hacía dibujos y esquemas, e insistía en que Fran los estudiase y le dijese si estaban equivocados los detalles. ¿Qué clase de ventana es ésta? ¿Cuánta gente trabaja en esta oficina? ¿En qué horario está abierta?

Cuando hubieron terminado, Faran cayó dormido sobre la mesa mientras Parker releía todas las notas para asegurarse de que no faltaba nada que necesitase saber. Luego Parker lo había abofeteado, le había tirado del pelo hasta despertarlo y le hizo caminar hasta el dormitorio, donde lo había encerrado en el armario. Era lo bastante amplio como para poder apoyar la espalda contra la pared y estirar las piernas, y así fue como se durmió, hasta media tarde. Al menos él pensó que era la media tarde, puesto que no había visto el sol a través de las cortinas cerradas esa mañana, pero sí lo vio cuando Parker abrió el armario y lo dejó salir.

Obviamente, Parker había dormido en la cama y parecía descansado y firme. Faran se sentía arrugado, agarrotado y torpe, y su estómago volvía a actuar. No pudo impedir soltar gases todo el tiempo, aun después de que Parker lo hubiera desatado y le hubiera permitido ir al baño. Durante la hora que siguió, Faran no volvió a ser atado, pero por el modo en que lo miraba Parker supo que era mejor no tratar de hacer nada. Los dos habían comido en silencio de unas latas de conserva que había en la cocina, y luego Parker le había permitido que se sentara en la sala durante una hora más o menos. Miraron la televisión, y a Faran le pareció que Parker no prestaba atención al programa. Era como si en realidad no estuviese viendo la televisión, sino concentrado en sus pensamientos y le resultara más cómodo pensar con las sombras fluctuantes y las voces chillonas del aparato de televisión.

Cuando sonó el timbre, Parker apagó la televisión, volvió atar las muñecas de Faran y lo llevó al dormitorio. Allí señaló la cara de Faran y le dijo:

– Sus dientes de delante, ¿son auténticos?

– Los de arriba sí.

Parker señaló la ventana.

– Si cuando vuelva ha levantado la persiana, se los arrancaré uno a uno.

Faran se limitó a asentir con la cabeza. No quería siquiera abrir la boca para decir nada.

Parker salió y él se sentó en la cama. Poco a poco la ventana se fue oscureciendo. De vez en cuando se oía el sonido del timbre, y un rato después oyó muchas voces masculinas. Era difícil de creer, pero no podía ser otra cosa: Parker estaba preparándose para iniciar una guerra. Se suponía que era un solitario, un huérfano sin contactos, pero resultaba que había traído gente de algún lado, y no había duda de que pensaba iniciar una guerra contra Dutch, Calesian y Ernie Dulare. Especialmente, Ernie Dulare, que era el más vulnerable al tipo de guerra que al parecer pretendía iniciar Parker.

Si Ernie, Dutch y Calesian llegaban a descubrir de dónde había obtenido Parker la información, Faran sabía que lo matarían. No habría preguntas, no pensarían que ahora estaban en el mundo de los negocios; simplemente lo matarían.

A menos que Parker los matara antes a ellos.

Y al poco rato de pensar ya no sabía de qué lado estaba.

En algún momento de ese intervalo, con la mente llena de pensamientos confusos, había vuelto a dormirse, retorcido en la cama con las muñecas atadas tras la espalda, y ahora volvía a estar despierto, escuchaba el sonido de las voces en la sala y se preguntaba qué sucedería y qué haría con él Parker cuando todo pasara.

La puerta del dormitorio se abrió y la luz amarilla que entró lo hizo parpadear. Comprendió que el sonido metálico de la llave en la cerradura era lo que le había sacado del medio sueño en que se encontraba. Se sentó, parpadeando rápidamente, tratando de habituar cuanto antes sus ojos a la luz, y vio la silueta negra de alguien que entraba en el cuarto, y pensó: «Ahora me mata, ya no soy útil».

Parker cruzó el cuarto hacia él y lo cogió por el brazo.

– Vamos, Faran. Hay gente que quiere verlo.

– ¿Qué? ¿Qué?

– Camine.

– Estaba dormido… -Se aclaró la garganta, tosió, volvió a aclararse la garganta. Estaba comenzando a despertarse, al menos un poco. Puso un pie delante del otro, apremiado por la mano de Parker que sostenía un brazo, y caminó vacilando hacia la sala.

La gente que había allí lo acabó de despertar. Debía de haber una docena de hombres, de entre veinte y cincuenta años, y de estaturas que variaban desde los más pequeños y flacos hasta enormes y musculosos, pero todos ellos tenían el mismo aspecto frío y autosuficiente, lo clasificaron, lo juzgaron, y él se quedó allí, parpadeando y mojándose los labios, aterrorizado, tan asustado como un pájaro en una cueva de serpientes.

Y el montón de pistolas en la mesa junto a la puerta de la entrada no contribuyó a superar su ansiedad.

Parker estaba en pie a su lado, y tuvo que darle dos veces la orden antes de que Faran la oyese.

– Díganos su nombre.

– Mi n… ¿Qué? Mi nombre. -Se apresuró a obedecer-. Faran. Frank Faran.

– ¿Cómo se gana la vida, Frank?

El uso de su nombre debería de haberlo tranquilizado, pero la fría impersonalidad con que fue pronunciado tuvo el efecto contrario. Luchando por mantener la calma, tratando de mantenerse en un estado que le permitiese responder a cualquier pregunta que le hicieran, dijo:

– Administro el New York Room. Es un… un local nocturno. -La palabra «nocturno» resonó en sus oídos como algo tonto e infantil, y se horrorizó al comprender que estaba ruborizado.

Parker seguía con las preguntas.

– ¿Qué más hace, Frank?

– Bueno, todavía…, antes me ocupaba bastante de la administración sindical, todavía tengo un puesto menor.

– ¿Sindicatos locales?

– Sí, eh… Sí, exacto.

– ¿Sindicatos de enamorados?

– Bueno…, en general, eh, tenemos un buen nivel de entendimiento…

– ¿En qué más está metido, Frank?

Faran trató de pensar en algo más, pero no encontró nada.

– Nada -dijo-. Eso es todo.

– No está pensando, Frank. -Había una leve amenaza resonando en las palabras. La docena de tipos sentados en el sofá y las sillas seguían mirándolo. Parker preguntó:

– ¿Para quién trabaja, Frank?

– Oh, para el señor Lozini. Quiero decir, trabajaba, pero está muerto. Supongo que ahora es, eh, Dutch Buenadella o Ernie Dulare. O los dos.

Parker señaló con un dedo y Faran vio sobre la mesa, en medio de la sala, un montón de papeles: los planes y notas que Parker había hecho la noche anterior durante la sesión de preguntas y respuestas.

– Usted me dijo todo eso, ¿no es cierto, Frank? -preguntó Parker.

– Sí -afirmó Faran-. Sí, exacto.

– Y eso es la pura verdad, ¿no es cierto Frank?

Faran trató de hacer una broma, de reírse, de lograr algo de contacto humano.

– No pienso mentirle -dijo.

No hubo ningún cambio en las caras que lo miraban, salvo que uno de ellos dijo:

– ¿Cómo podemos estar seguros de él?

– Porque él sabe -contestó Parker- que no lo dejaremos ir hasta que hayamos comprobado todo lo que nos dijo. Y sabe que si me ha mentido lo mataremos. ¿No es cierto, Frank?

Faran asintió con la cabeza. No se atrevía a hablar.

Hubo un momento de silencio. No miró a los ojos de ninguno, sino a los espacios entre ellos, pero sintió que todos lo miraban sin pestañear. La garganta le dolía como si hubiera estado gritando a voz en grito durante media hora.

Parker habló con serenidad.

– ¿Quiere modificar algo de lo que me dijo, Frank?

Faran negó con la cabeza y, al mismo tiempo, trataba de recordar todo lo que había dicho. ¿Habría cometido algún error? No, no era posible. Parker le había hecho repetir cada detalle una y otra vez.

– Le dije la verdad -aseguró-. Se lo juro.

Faran se volvió hacia Parker y vio que éste miraba a la docena de hombres, esperando que ellos dijeran si estaban satisfechos o no. Faran no podía mirar de nuevo hacia el frente. Tenía que seguir mirando a Parker. Su mejilla izquierda, la que daba hacia los hombres, le dolía como si le estuviesen clavando alfileres.

Uno de ellos dijo finalmente:

– Está bien. Ahora veamos el plan.

Parker asintió.

– ¿Alguno quiere preguntarle algo a Frank?

Ninguno de ellos lo hizo. Faran se sintió agradecido por eso y también cuando escuchó que Parker decía:

– Está bien Frank, volvamos.

Los dos fueron hacia el dormitorio. Faran entró y Parker se quedó en el umbral. Faran se volvió y le dijo:

– Puede confiar en mí, Parker. No le causaré ningún problema.

– Está bien, Frank -contestó Parker. Apagó la luz y cerró la puerta del dormitorio.

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