Calesian disparó una segunda vez por encima de la cabeza del hombre que caía, hacia el otro tipo que venía detrás. Pero era un blanco más difícil, pues aún estaba en la semipenumbra del interior y disponía de unos segundos para empezar a ocultarse. Sin mirar, supo que había fallado, de modo que corrió hacia la puerta abierta, inclinándose y moviéndose en zigzag, tratando de no ser un blanco fácil en ningún momento.
Había venido aquí directamente después de la conversación telefónica con Buenadella, sólo para tener una idea de quiénes lo visitaban. Calesian había llegado por la parte de atrás, había cruzado varios patios bien cuidados, había tenido que esquivar a un gran danés, y una vez aquí, se había dirigido directamente a la puerta del jardín que conducía al estudio de Buenadella. Casi había empezado a abrirla cuando oyó voces dentro y quiso oír quién hablaba con Buenadella antes de presentarse.
Había espacios entre las cortinas anaranjadas que cubrían los ventanales; Calesian se había inclinado a mirar y cuando vio a Parker inmediatamente retrocedió y se ocultó entre las plantas para pensar en lo que estaba pasando.
Pues bien, Parker también había percibido algo, creo, a diferencia de Lozini, había ido directamente al cabecilla. ¿Había venido porque quería saber si Buenadella era el hombre que organizaba el relevo del jefe, o porque ya lo sabía?
De cualquier modo, lo cierto es que ya estaban allí dentro, hablando; Parker quería su dinero, no un montón de cadáveres, así que no mataría a Buenadella. Por otra parte, a Calesian no le convenía entrar en ese momento. Sería mejor esperar a que él saliera.
Eso fue lo que hizo. Salvo que Parker no estaba solo allí dentro; el otro, Green, también estaba presente, aunque cuando Calesian espió entre las cortinas no pudo verlo. Y ésa era la razón de que Calesian hubiera cometido un error.
Si hubiera sabido que Parker y Green estaban juntos, se habría mantenido oculto hasta que ambos hombres salieran completamente de la casa a la luz del día. Era rápido y hábil, se entrenaba todos los días con la pistola en el sótano de la comisaría y no dudaba de que habría podido salir y matar a los dos antes de que ellos pudieran sacar sus armas. Aunque fueran tan rápidos como los «cowboys» de las películas.
Pero no sabía que Green estaba dentro. De modo que se abrió la puerta, salió un hombre y Calesian salió de su escondite para matarlo y terminar con él de una vez por todas. Y fue en ese momento, cuando mantenía el brazo en la postura de tirador, el codo contra el cuerpo y todo el brazo y la mano y el arma apuntando al corazón del hombre, cuando vio al segundo tipo que venía tras el primero, y comprendió el error.
Y eran rápidos. Los dos se movieron cuando él apretó el gatillo para su primer disparo. El primero no tuvo ninguna oportunidad, pero el segundo aún estaba dentro de la casa y se movía rápido, por lo que el segundo disparo fue fallido.
De modo que Calesian corrió, inclinado, y saltó por la puerta abierta a tiempo para ver cerrarse la puerta del otro lado del estudio. Y a Dutch Buenadella, de pie tras el escritorio, gritando algo que Calesian no oyó, o a lo que no prestó atención.
¡Maldita sea! En la casa. Ahora sí dentro de la casa, con la familia Buenadella presente. La situación no podía ser peor, pero el tipo no saldría vivo de aquí. Calesian atravesó el cuarto, abrió la puerta y algo agarró su brazo, lo empujó hacia atrás y lo hizo caer sobre la puerta lateral.
Buenadella, Calesian, sacudiendo el brazo para recuperar el equilibrio, vio que Buenadella volvía a cerrar la puerta y no pudo creerlo.
– ¡Dutch! -gritó, y volvió a abalanzarse sobre la puerta-. ¡Se escapa!
Pero el brazo de Buenadella no lo soltaba.
– ¡Maldito seas, hijo de perra, bastardo!, quédate donde estás o te juro por Dios que te volaré la cabeza.
El tono de su voz llegó a Calesian más claro que sus palabras. Se detuvo, jadeante, segregando adrenalina por todo su cuerpo, y al fin vio que el rostro de Buenadella estaba rojo de ira y que esa ira se dirigía contra él, contra Calesian.
– Vamos, Dutch -dijo él, aún sin aliento-. Podía haberlos liquidado a los dos.
– ¡Acababa de hacer un trato con ellos!
Calesian parpadeó. Bajó la pistola y miró desconcertado hacia el cuarto.
– ¿Hiciste qué?
– Un trato. ¿Sabes lo que es un trato, armenio imbécil? ¿Sabes algo que no sea matar gente? Iba a devolverles el dinero.
– No puedo creerlo -respondió Calesian mirándolo a los ojos.
– ¿No te das cuenta de que necesito un poco de calma? -Buenadella estaba inclinado sobre el otro y, aunque no le gritaba, le estaba recalcando cada una de las palabras-. ¿No te das cuenta de que necesitamos ganar las elecciones? Quiero apartar a un lado a Lozini sin problemas, sin preguntas, sin que nadie ande tirando tiros por mí. ¿No ves que podría haber arreglado todo el asunto sin violencia?
– ¡Maldita sea, Dutch! -respondió Calesian, razonable, pidiendo disculpas-, ¿cómo iba a saberlo? Esta mañana habías ordenado liquidarlos.
– No importa esta mañana. Vinieron aquí, hicimos un trato. -Buenadella señaló con la mano el cuerpo que yacía sobre el césped junto a la puerta-. Y ahora, mira.
– Todo lo que sabía es que querías verlos muertos. -Calesian se guardó la pistola procurando no llamar la atención del otro con su movimiento.
– Piensas que todos deberían estar muertos -dijo Buenadella disgustado-. Ese policía, O’Hara, ya fue bastante. Y ahora este tipo. ¿A quién más quieres matar?
Calesian se sintió terriblemente incómodo; en realidad, sintió que se ruborizaba.
– Escucha, Dutch… -contestó, pero no pudo seguir.
Buenadella lo miró incrédulo.
– ¡Dios mío! -exclamó-, entonces hay alguien más. ¿Quién?
– Al Lozini ha venido a verme -respondió Calesian-. A mi casa. Él…
– ¿Mataste a Al Lozini? ¿Sabes la cantidad de amigos que tiene Al en todo el país? ¿Te das cuenta…? -Buenadella se detuvo, abrió los brazos en cruz, miró al cielo-: Dame fuerzas.
– No tuve alternativa, Dutch. No quería hacerlo, te lo juro…
– ¿Que no querías? Nos has matado a todos, bastardo asesino. Karns, Culligan; hay docenas. Me permitían que hiciera retirar a Al, todo el mundo envejece, todos tienen que retirarse; hasta ahí todo va bien. ¿Pero matarlo? Conozco por lo menos tres tipos en lo más alto que son amigos de Al desde hace treinta años; mandarán un ejército cuando se enteren.
– No lo harán -dijo Calesian-. Nadie se toma tanta molestia por un muerto, no vale la pena.
– No van a querer negociar conmigo -respondió Buenadella-. Nunca más. Estoy terminado. Nadie querrá negociar conmigo. Incluso si les doy tu cabeza en una bandeja, si les digo que fue idea tuya y te castigo, no me creerán y no querrán negociar conmigo.
Todo eso era cierto y Calesian lo sabía. Se sintió desamparado, como si lo culparan injustamente por una serie de equívocos de los que en realidad no tuviera la culpa; miró a su alrededor, por el cuarto otra vez, y su mirada se posó de nuevo sobre el tipo yacente en el césped.
– Ellos -dijo-; podremos culparlos a ellos.
– ¿Qué?
– Esos dos tipos. Tu trato con ellos ya está arruinado de todos modos. Así que diremos que ellos mataron a Lozini al intentar recuperar su dinero.
– ¿Por qué iban a matar ellos a Lozini?
– Para negociar contigo. No estaban logrando nada con Lozini y sabían que tú eras, el sustituto, de modo que lo mataron y vinieron a verte para amenazarte con lo mismo y negociar con el siguiente. -Inclinándose, hablando con suavidad, Calesian dijo-: Funcionará, Dutch. Parecerá la verdad.
– ¡Dios -exclamó Buenadella, mirando a su alrededor y pensando en lo que acababa de oír-, qué maldito lío!
– Funcionará, Dutch.
– Pero se supone que Parker conoce a Walter Karns -repuso Buenadella-. ¿Qué pasa si es su palabra contra la nuestra?
– Tenemos que matarlo -afirmó Calesian. Viendo la expresión que se formaba en el rostro de Buenadella, agregó de inmediato-: No es que me haga feliz matar, Dutch, de verdad. Pero con ellos dos muertos se acaba el problema.
Buenadella echó una mirada al tipo sobre el césped.
– ¿Está muerto?
– Por supuesto.
– Échale una mirada.
Calesian se encogió de hombros, se acercó al cuerpo y le dio la vuelta. Manaba sangre del pecho, del lado izquierdo, en la parte superior. Demasiada sangre y demasiado arriba en el pecho. Con cara de disgusto, Calesian tocó al tipo en un lado del cuello y, ¡maldita sea!, había pulso. El pulso seguía haciendo fluir sangre por la herida.
Había sido culpa del segundo, que lo había distraído. La bala se había desviado cinco centímetros del lugar preciso.
Buenadella estaba al lado de Calesian, mirando con enfado.
– ¿Está muerto de verdad?
Sin mirarlo, con repugnancia, Calesian contestó:
– No.
El miedo en Buenadella volvió a transformarse en ira.
– ¡Maldito seas! Ni siquiera eso puedes hacer bien. Lo único que sabes hacer es matar y ni siquiera sabes hacerlo bien.
Calesian, después de todos estos insultos, sentía crecer dentro de sí una cólera sorda, pero no quería dejarse llevar. Podía defenderse, podía responder con gritos e incluso podía darle un puñetazo a Buenadella en la cara. Pero todo lo que hizo fue quedar con una rodilla en tierra junto al hombre agonizante y observar la sangre, mientras las frases de Buenadella proseguían.