Parker se encontraba especialmente inquieto. Una especie de furia y frustración le estremecían. Ya habían transcurrido veinte largos minutos desde su llegada a la casa de Lozini cuando ordenó al mayordomo que llamara a Shevelly, a Faran, al gordo abogado Walters y al elegante contable Simms para preguntarles si sabían dónde había ido Lozini, pero ninguno de ellos supo darle una respuesta afirmativa. Sus paseos por la sala, consciente de la preocupación de la familia Lozini, que se encontraba en el piso superior, le producían un gran desasosiego. Decidió que no podía esperar más; él mismo cogió la guía de teléfonos y buscó el número de Harold Calesian.
Figuraba también una dirección, un lugar llamado Elm Way. Parker arrojó la guía sobre una silla y le dijo al mayordomo:
– Cuando vuelva el señor, dígale que permanezca aquí. Me pondré en contacto con él.
– Sí, señor.-El mayordomo tenía la cara pálida y los pómulos muy acentuados, como alguien que estuviera aterrorizado, aunque sin saber por qué. Se dio prisa para abrirle la puerta de la calle a Parker, luego pareció no querer cerrarla hasta que Parker se hubiera alejado, como si éste pudiera tomar esa actitud como un insulto.
Parker se dirigió en su coche hacia la estación de servicio más cercana y obtuvo información sobre Elm Way. Para llegar a la dirección que había logrado obtener era preciso cruzar por el centro de la ciudad, de ahí que el empleado le recomendase que era mejor coger la carretera Belt y entrar en la ciudad por el lado opuesto.
El aspecto de Elm Way parecía algo suburbano, con sus casas campestres emplazadas en verdes jardines y comunicados por pequeñas calles serpenteantes. Pero cuando llegó allí, Parker se encontró con algo diametralmente distinto: las calles eran rectas y flanqueadas por altos edificios de apartamentos, propios de la clase media alta, y con menos de diez años de antigüedad.
El edificio de Calesian era el más grande; ocupaba una manzana entera del lado derecho de la calle. Las plantas, en la entrada del edificio, parecían demasiado verdes, como si fueran artificiales, como si fueran a seguir allí durante el invierno, desafiando a la nieve.
En el sótano había un garaje para los vecinos del edificio. Parker bajó por la rampa iluminada con luz fluorescente y encontró vacíos casi todos los sitios; era domingo, y el domingo los coches salen. Estacionó el Impala en un lugar próximo a la salida y cogió el ascensor hasta el primer piso, donde los buzones le indicaron que el apartamento de Calesian era el 9-C, en el último piso. Fue hasta allí, llamó dos veces al timbre y, finalmente, abrió la puerta con una tarjeta de crédito.
El apartamento estaba frío, el aire helado y seco. Parker se movió en silencio por el recibidor, miró la sala y el paisaje de Tyler más allá de las puertas cerradas de la terraza. Vio un bulto envuelto en plástico sobre el suelo cerca de las puertas y fue a inspeccionar el resto del apartamento.
Estaba vacío. Ninguno de los cajones o armarios contenía nada que él quisiera conocer o examinar, Calesian no era el tipo de individuo que deja por ahí pruebas culpabilizadoras.
Por último volvió hacia la sala. Pensó que ya sabía lo que era el bulto envuelto en plástico sobre el suelo. Se arrodilló y estiró una punta del plástico brillante.
Sí. Lozini.