LIII

Frank Elkins aparcó su coche junto al hospital y apagó las luces. El y Richard Wiss esperaron un minuto para habituarse a la oscuridad.

Las luces del hospital, al otro lado de la calle, eran las únicas del barrio. Contaba con generadores de electricidad suficientes para mantener en funcionamiento los quirófanos, los equipos, la refrigeración y algunas luces internas, pero no para iluminar el aparcamiento y otras áreas externas, así que desde donde estaban los enfermos sólo era una estructura de ventanas claras que parecían colgadas de las tinieblas.

– Parece una calabaza de Halloween -comentó Wiss.

– No veo ninguna cara -respondió Elkins, que carecía de sentido del humor.

– No, una calabaza hecha como un edificio. ¿Te das cuenta? En lugar de una cara.

Elkins no comprendía; arrugó la frente en la oscuridad.

– ¿Una calabaza hecha como un edificio?

– Olvídalo -dijo Elkins-. Vamos.

Salieron del coche -el interior fue una oasis de cálida luz amarilla cuando abrieron las puertas- y caminaron hacia el hospital. El rótulo luminoso de la entrada de urgencias estaba apagado, pero podían ver la calle oscura que llegaba hasta allí. La siguieron hasta ver el resplandor de unos focos sobre las puertas de cristal que conducían a la sección de urgencias. Bajo las luces amarillentas, junto a la entrada, estaban aparcadas dos ambulancias.

Wiss y Elkins evitaron las luces y rodearon el edificio, dirigiéndose hacia la parte trasera. La débil luz de las ventanas sobre sus cabezas les bastaba para ver lo que hacían.

Dentro de un patio rodeado por una valla de metal estaba el parque motorizado del hospital; otras cuatro ambulancias, una unidad de quirófano móvil y dos vehículos especiales más. Wiss corrió el simple cerrojo que mantenía cerrada la entrada y la abrió. Se quedó allí mientras Elkins elegía la ambulancia que quería, la puso en marcha haciendo una conexión en los cables y salió sin encender las luces. Wiss volvió a correr el cerrojo, subió a la ambulancia junto a Elkins y salieron a la calle. Elkins se detuvo junto a su coche y Wiss dijo:

– Te seguiré. No conozco el camino.

– Está bien.

Wiss se pasó al coche. Elkins encendió las luces, y los dos vehículos partieron a toda velocidad.

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