XLIV

Era la una de la madrugada cuando finalizó la programación televisiva local y Parker decidió volver a introducir a Faran en el armario. Buscó un manojo de naipes y se entretuvo un rato haciendo solitarios.

La primera vez que registró el apartamento había encontrado, en un cajón de la mesa del dormitorio, un juego de llaves del portal y del apartamento. Había ordenado hacer cuatro juegos más y los había repartido entre Elkins, Mackey, Devers y McKay, de manera que los diferentes grupos pudieran entrar y salir sin tener que llamar al timbre en mitad de la noche. Elkins usó ahora su llave y entró, junto a Wiss, con el maletín de cuero negro. Los dos parecían bastante satisfechos de sí mismos.

Parker jugaba a las cartas en la mesa del comedor. Se puso en pie y preguntó:

– ¿Algún problema?

– Sin complicaciones -contestó Wiss. Dejó el maletín en el sofá y él y Elkins vaciaron el dinero de sus bolsillos y del maletín en una mesita-. Todo muy bien -dijo.

Parker miró el montón de billetes.

– ¿Lo contasteis?

– Diez mil cuatrocientos cincuenta -respondió Elkins.

– Un poco más de lo que pensábamos.

Elkins sonrió.

– Pensé en guardarnos un par de cientos; nadie se enteraría. Pero no vale la pena.

– A todos les irá bien esta noche -le dijo Parker-. No necesitaremos propinas.

– ¿Tuviste noticias de los otros? -preguntó Wiss.

– En la compañía de alarmas todo está bien. Y el gerente del Riviera llamó hace un rato para preguntar por el crédito del señor Flynn.

– Encantador -dijo Wiss. Buscó en el maletín a ver si había quedado algún billete, no encontró ninguno, y lo cerró-. Nos vamos -dijo.

– Llamaré a Webb.

Fueron hacia la puerta. Elkins se despidió:

– Hasta luego.

Parker hizo un gesto. Salieron y llamó a Philly Webb, en la compañía de alarmas.

– Wiss y Elkins están de camino -informó, y volvió a su solitario.

Diez minutos después, Mackey, Hurley y Dalesia entraron con las bolsas llenas de dinero. Mackey sonreía con su sonrisa dura y agresiva.

– Parker, deberías haber estado allí.

Parker volvió a dejar las cartas.

– ¿No hubo problemas?

– Fue como cortar una tarta -dijo Mackey.

Hurley intervino:

– Ese monstruo calvo, ¿cómo se llama…?

– Wycza -contestó Parker.

– Sí, Wycza y Florio se hicieron amigos. Nunca he visto cosa igual.

– ¿Qué hacemos con el dinero? -preguntó Dalesia.

Parker apartó las cartas de la mesa.

– Ponedlo aquí. ¿Lo contasteis?

– Es lo que vamos a hacer ahora -respondió Mackey. Se frotó las manos, le sonrió a todo el mundo y agregó-: Me encanta contar dinero. Dinero ajeno.

– Ahora es nuestro -repuso Hurley.

Abrieron las bolsas, sacaron los fajos de dinero y lo apilaron como una montaña verde sobre la mesa. Los cuatro empezaron a contar haciendo montones y cuando terminaron sumaron los cuatro totales. Dalesia fue quien sumó, con lápiz y papel.

– Cuarenta y siete mil seiscientos -dijo.

– Está verdaderamente bien -dijo Mackey.

Hurley miró el dinero de la mesa pequeña y preguntó:

– ¿Eso es lo del cine?

Parker asintió.

– Diez mil cuatrocientos cincuenta.

Dalesia dijo:

– Hasta el momento, cincuenta y nueve mil cincuenta dólares.

– ¿Y esos cincuenta dólares? -preguntó Mackey riéndose.

– Se los dejaremos a los dueños de esto, por el alojamiento -dijo Hurley, señalando la sala.

– ¿Wycza y los otros ya fueron al siguiente? -preguntó Parker.

– Exacto -contestó Dalesia. Miró su reloj y agregó-: Y nosotros también nos tenemos que ir. Nos vemos después, Parker.

Los tres salieron del apartamento. Parker fue al dormitorio, echó una mirada al armario cerrado y revisó los cajones de una cómoda. El de arriba estaba casi vacío; puso su contenido en otro cajón, llevó el vacío a la sala y lo llenó con el dinero de los dos robos. Volvió al dormitorio y colocó el cajón en la cómoda. Regresó a la sala para empezar una nueva partida al solitario.

Todavía no eran las dos de la mañana.

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