Era la una de la madrugada cuando finalizó la programación televisiva local y Parker decidió volver a introducir a Faran en el armario. Buscó un manojo de naipes y se entretuvo un rato haciendo solitarios.
La primera vez que registró el apartamento había encontrado, en un cajón de la mesa del dormitorio, un juego de llaves del portal y del apartamento. Había ordenado hacer cuatro juegos más y los había repartido entre Elkins, Mackey, Devers y McKay, de manera que los diferentes grupos pudieran entrar y salir sin tener que llamar al timbre en mitad de la noche. Elkins usó ahora su llave y entró, junto a Wiss, con el maletín de cuero negro. Los dos parecían bastante satisfechos de sí mismos.
Parker jugaba a las cartas en la mesa del comedor. Se puso en pie y preguntó:
– ¿Algún problema?
– Sin complicaciones -contestó Wiss. Dejó el maletín en el sofá y él y Elkins vaciaron el dinero de sus bolsillos y del maletín en una mesita-. Todo muy bien -dijo.
Parker miró el montón de billetes.
– ¿Lo contasteis?
– Diez mil cuatrocientos cincuenta -respondió Elkins.
– Un poco más de lo que pensábamos.
Elkins sonrió.
– Pensé en guardarnos un par de cientos; nadie se enteraría. Pero no vale la pena.
– A todos les irá bien esta noche -le dijo Parker-. No necesitaremos propinas.
– ¿Tuviste noticias de los otros? -preguntó Wiss.
– En la compañía de alarmas todo está bien. Y el gerente del Riviera llamó hace un rato para preguntar por el crédito del señor Flynn.
– Encantador -dijo Wiss. Buscó en el maletín a ver si había quedado algún billete, no encontró ninguno, y lo cerró-. Nos vamos -dijo.
– Llamaré a Webb.
Fueron hacia la puerta. Elkins se despidió:
– Hasta luego.
Parker hizo un gesto. Salieron y llamó a Philly Webb, en la compañía de alarmas.
– Wiss y Elkins están de camino -informó, y volvió a su solitario.
Diez minutos después, Mackey, Hurley y Dalesia entraron con las bolsas llenas de dinero. Mackey sonreía con su sonrisa dura y agresiva.
– Parker, deberías haber estado allí.
Parker volvió a dejar las cartas.
– ¿No hubo problemas?
– Fue como cortar una tarta -dijo Mackey.
Hurley intervino:
– Ese monstruo calvo, ¿cómo se llama…?
– Wycza -contestó Parker.
– Sí, Wycza y Florio se hicieron amigos. Nunca he visto cosa igual.
– ¿Qué hacemos con el dinero? -preguntó Dalesia.
Parker apartó las cartas de la mesa.
– Ponedlo aquí. ¿Lo contasteis?
– Es lo que vamos a hacer ahora -respondió Mackey. Se frotó las manos, le sonrió a todo el mundo y agregó-: Me encanta contar dinero. Dinero ajeno.
– Ahora es nuestro -repuso Hurley.
Abrieron las bolsas, sacaron los fajos de dinero y lo apilaron como una montaña verde sobre la mesa. Los cuatro empezaron a contar haciendo montones y cuando terminaron sumaron los cuatro totales. Dalesia fue quien sumó, con lápiz y papel.
– Cuarenta y siete mil seiscientos -dijo.
– Está verdaderamente bien -dijo Mackey.
Hurley miró el dinero de la mesa pequeña y preguntó:
– ¿Eso es lo del cine?
Parker asintió.
– Diez mil cuatrocientos cincuenta.
Dalesia dijo:
– Hasta el momento, cincuenta y nueve mil cincuenta dólares.
– ¿Y esos cincuenta dólares? -preguntó Mackey riéndose.
– Se los dejaremos a los dueños de esto, por el alojamiento -dijo Hurley, señalando la sala.
– ¿Wycza y los otros ya fueron al siguiente? -preguntó Parker.
– Exacto -contestó Dalesia. Miró su reloj y agregó-: Y nosotros también nos tenemos que ir. Nos vemos después, Parker.
Los tres salieron del apartamento. Parker fue al dormitorio, echó una mirada al armario cerrado y revisó los cajones de una cómoda. El de arriba estaba casi vacío; puso su contenido en otro cajón, llevó el vacío a la sala y lo llenó con el dinero de los dos robos. Volvió al dormitorio y colocó el cajón en la cómoda. Regresó a la sala para empezar una nueva partida al solitario.
Todavía no eran las dos de la mañana.