XLVII

Parker observó lo excitados y contentos que estaban todos por el resultado de la operación, y escuchaba los comentarios que hacían al respecto. «Fue tan fácil», decían todos.

Los primeros en regresar fueron Wiss y Elkins, que portaban el mayor botín de la noche: 146.487 dólares, el dinero de la cámara de seguridad del corredor de bolsa.

– Lo estaban guardando para un día de lluvia -dijo Elkins.

Philly Webb, que había sido el conductor del vehículo en el que habían venido Wiss y Elkins, había vuelto inmediatamente a la oficina de la compañía de alarmas a recoger a Handy McKay y a Fred Ducasse. Antes de que llegaran, Carlow, Wycza y Devers se presentaron con la maleta del traficante de drogas, con 80.800 dólares.

– Tendríamos que tener una noche así una vez por año -dijo Wycza.

Devers se sentía tan feliz que parecía borracho:

– Qué diablos -decía-, ¿por qué no una vez al mes?

Dalesia, Hurley y Mackey llegaron después con el botín más pequeño de la noche: 7.625 dólares de la operación con el prestamista. Era menos de lo que Faran había supuesto, pero para entonces ya no le importaba a nadie. Además, Mackey venía cargado de anécdotas simpáticas sobre Nick y su esposa, que durmió durante todo el robo.

– Él la despertará mañana por la mañana -decía Mackey-, y le dirá: «Querida, anoche nos asaltaron»; y ella le responderá: «Querido, deja la bebida para los clientes».

Parker no decía nada. Miraba y escuchaba, y los dejaba expresar su satisfacción y su excitación nerviosa; todavía no eran las tres, quedaba bastante tiempo para hacer su propio trabajo.

Webb llegó con Handy y Ducasse, y entonces ya estuvieron al completo. Reunieron todo el dinero y volvieron a contarlo. La suma total llegaba a 276.287 dólares. El dinero estaba apilado en la mesa del comedor.

– Muchachos, es más de un cuarto de millón de dólares -dijo Mackey.

– Lápiz y papel -pidió Hurley-. Quiero saber cuánto es mi parte.

Resultó ser 25.117 dólares. Nadie podía creer que resultara una cifra tan grande, aun después de dividir por once, de modo que tres de ellos volvieron a hacer la división. Y siguió dando lo mismo. Veinticinco mil ciento diecisiete dólares por cabeza.

– Una hermosa noche de trabajo -afirmó Elkins, sonriendo.

– Ahora haremos el otro trabajo de la noche -dijo Parker.

Todos lo miraron y él percibió que en el placer del éxito se habían olvidado de él y de lo que se suponía que tendrían que hacer a continuación. Su voz los bajó a la tierra de golpe. Parker esperó hasta que las sonrisas se borraron de sus rostros, hasta que los ojos volvieron a mostrarse duros e impenetrables, esperó hasta que estuvieron listos de nuevo para el trabajo.

– Está bien -dijo.

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