Antes de percatarse de que Dulare no había ordenado a nadie que lo siguiese, Parker ya se había distanciado unas doce manzanas. Grave error. Un hombre que subestima a otro está medio vencido.
Quedaban más o menos tres horas de luz solar. Parker necesitaba una nueva base de operaciones y quería estar instalado antes de anochecer. Necesitaba un sitio que pudiera usar en los próximos días sin llamar la atención y donde pudiera reunirse con otra gente.
Por lo general, el modo más sencillo de hacerse con ese lugar era alquilar una prostituta de la localidad por unos días, pagarle por su cuerpo y usar su apartamento. Pero esta vez no podía correr el riesgo, pues la gente contra la que iba a trabajar era precisamente la que dirigía la prostitución. Si alquilaba el apartamento a una y la dejaba salir, ella podría hablar con quien no debía. Si no la dejaba salir, alguno de ellos podría extrañarse e ir a buscarla.
De modo que el camino más fácil quedaba excluido. Y también todos los hoteles y moteles, en parte porque cualquier intento de encontrarlo comenzaría por una inspección de los hoteles, y en parte por las llamadas telefónicas que tenía intención de hacer.
Era julio, mitad del verano, y habría mucha gente de vacaciones, de modo que una alternativa posible era encontrar una casa o un apartamento vacío e instalarse allí. Pero también presentaba inconvenientes; para empezar, tendría que ser un sitio con pocos o ningún vecino cerca. Además, era domingo, lo que significaba que esta noche, ya tarde, volverían de sus vacaciones muchos de los que tenían que estar mañana en sus puestos de trabajo. Tendría que asegurarse de que el lugar perteneciera a gente que acabara de irse de vacaciones y no a gente que estuviera a punto de volver.
Para arreglárselas con lo de los vecinos, era preferible un apartamento a una casa. Los espacios vacíos entre las casas hacían difícil el secreto, y la gente que vive en casas suele conocer más la vida privada de sus vecinos que la que vive en apartamentos.
La única zona que conocía Parker en Tyler de grandes bloques de apartamentos era el barrio de Calesian, así que se dirigió para allá. Iba en el Mercedes y había dejado el Impala detrás de la casa de Lozini; sabía que pronto tendría que cambiar éste por un coche menos reconocible, pero la prisa por tener una base de operaciones era más urgente, y por el momento nadie lo buscaba, de modo que podía esperar hasta la noche para hacer el cambio de coche.
No habría peligro en usar el barrio de Calesian, pero sí sería arriesgado utilizar el edificio en el que él vivía. Parker pasó frente a él, nueve pisos de ventanas que reflejaban el anaranjado crepúsculo, y siguió buscando otro edificio aproximadamente del mismo tamaño, grande y anónimo.
Lo encontró dos manzanas más allá. Era un edificio de siete pisos, más ancho que el de Calesian, de ladrillos rojos, con hileras idénticas de ventanas y con su aparcamiento en el sótano. Esta vez Parker dio la vuelta a la manzana para estudiar la parte trasera del edificio, que daba a una fila de casas pequeñas que parecían disminuidas frente a su gigantesco vecino, como plantas que se hubieran secado por falta de sol.
Dejó aparcado allí el coche y volvió caminando hacia la parte frontal. Al igual que el edificio de Calesian, éste tenía la puerta de entrada cerrada, pero la entrada al garaje estaba abierta. Entró por allí, cogió el ascensor hasta el portal y se detuvo a mirar los buzones. El edificio tenía cuatro apartamentos en el primer piso, y doce en cada uno de los otros, lo que sumaba setenta y seis buzones. Once de ellos tenía correspondencia dentro, visible a través de las ranuras.
En un edificio como éste, los inquilinos que se iban por una semana o más le darían órdenes al portero para que recogiera el correo, a fin de evitar que se acumulara en esos pequeños buzones. Pero el portero no trabajaba el domingo, de modo que estos doce inquilinos habían estado ausentes al menos desde ayer. Parker anotó los números.
Cuanto más abajo mejor. Ninguno de los once apartamentos estaba ni en el primer piso ni en el segundo piso, de modo que cogió el ascensor para probar en el tercero con los cuatro posibles que allí había.
3-C. Las puertas eran todas iguales, con una cerradura normal de doble acción. La tercera llave que probó Parker abrió la puerta, y probablemente abriría todas las otras puertas del edificio. Entró en una atmósfera oscura y rancia. Cuando cerró la puerta tras de sí, la única luz provenía de las delgadas ranuras de una persiana veneciana cerrada en el otro extremo de la sala. Tanteando la pared a su izquierda, encontró el interruptor de la luz, la encendió y vio un montón de cartas, de por lo menos toda una semana, sobre una mesa en medio de la estancia. Más de una semana; había dos ejemplares del Time, uno cerca de la base del montón y otro encima de éste. Parker apagó la luz, salió del apartamento y usó la llave para cerrar con doble vuelta la puerta.
3-F. La llave funcionó ahora con más dificultad. Parker entró en una habitación iluminada con un raro resplandor azul purpúreo. La luz venía de un aparato fluorescente sobre una gran planta en un macetero. La planta llegaba hasta el techo y tenía largas hojas verdes en forma de espada. Una mesa de cristal que había cerca de la puerta tenía un abultado número de cartas más una larga nota de instrucciones para el portero. Junto a las instrucciones a Herman respecto de las plantas, los pájaros y el correo, estaba incluida la fecha en que volvería Carolina: hoy.
3-K. Parker, desde la puerta, oyó una televisión en el interior. Fue a la escalera y subió al cuarto piso.
4-A. La llave funcionó con suavidad, pero Parker entró en una sala fría en la que zumbaba el aire acondicionado. Aquí vivía alguien que había salido sólo por el fin de semana.
4-J. Tampoco hubo problemas con la llave. El apartamento olía a podredumbre. Parker encendió la luz y vio desorden y suciedad en una sala amueblada con trastos de segunda mano. No había correo. Una puerta a la izquierda conducía a un desabrido dormitorio en el que un hombre gordo, vestido sólo con una camiseta, dormía ruidosamente. Varias botellas vacías se esparcían alrededor de la cama. Parker se retiró en silencio, tomando nota del sitio; si no había nada mejor, el gordo podría pasar un par de días encerrado en un armario.
5-B. La llave no funcionó. Pero sí lo hizo otra diferente, aunque no a la primera. Parker entró en una sala con una lámpara encendida en un rincón que esparcía a su alrededor una luz mortecina. La sala estaba limpia, decorada con un estilo propio de revista de decoración, y no había ningún montón de cartas. Tenía dos dormitorios, uno para adultos y otro para niños con camas literas. Los armarios parecían llenos y había maletas en los estantes, lo que, de todos modos, no quería decir nada. Pero la nevera en la cocina tenía una botella abierta de leche, la mitad de un pastel de chocolate hecho en casa y restos de un guiso en una fuente ovalada con tapa. La gente de este apartamento era demasiado limpia como para dejar esas cosas en un apartamento si pensaban estar ausentes una semana o más; volverían esta misma noche.
5-D. Funcionó la primera llave. La sala estaba seca, oscura y caliente. Parker encendió la luz, miró a su alrededor y no vio cartas. Las ventanas eran invisibles detrás de unas cortinas verdes. Los muebles eran bastante corrientes: un sofá y dos sillones dispuestos frente a la televisión, y las lámparas y las mesas resultaban acordes con ese ambiente. Un dormitorio presidido por una cama matrimonial. No había maletas en los armarios y sí espacios libres entre la ropa, especialmente en el apartado de la mujer. No había máquina de afeitar ni cepillos para los dientes en el baño. La nevera estaba casi completamente vacía.
Esta vez parecía que todo iba bien. Parker volvió a la sala, fue a inspeccionar un pequeño dormitorio adosado a la pared, junto a la puerta de la entrada. Abrió uno de los cajones y encontró unos papeles que revisó, buscando indicios de los planes de viaje de esta pareja.
Folletos con descripciones del Caribe. Una lista de ropa escrita con lápiz y accesorios femeninos. Un recibo del teléfono en un sobre abierto; la fecha del matasellos era de tres días atrás. Jueves. Puesto que faltaba el talón de pago y el sobre para la respuesta, era evidente que la cuenta había sido pagada, no antes del viernes.
Perfecto. Parker había dejado su equipaje y el de Grofield (una maleta cada uno) en la consigna de la estación del ferrocarril, e iría esta noche a buscarlo. De paso aprovecharía para cambiar el coche. Antes de eso, sin embargo, tenía otras cosas que hacer.
El teléfono estaba en la sala, junto al sofá e hizo una llamada interurbana a Handy McKay, de persona a persona, usando un nombre que Handy reconocería: Tom Lynch. Handy, con aspecto de sorpresa y confusión, aceptó la llamada y, cuando respondió, Parker le preguntó:
– ¿Aún buscas algo que hacer?
– Sí.
– Tengo algo. Es un poco distinto a lo de siempre.
– ¿Compensará?
– Sí.
– ¿Cuándo y cómo?
– Tyler. La dirección es 220 Elm Way, apartamento 5-D. Ven aquí entre el mediodía y la noche de mañana. Y llega sin hacer ruido.
– Iré de puntillas -respondió Handy, dando a entender que comprendía que no debía limitarse a coger un taxi directo desde el aeropuerto o la estación hasta el 220 de Elm Way.
– Nos vemos -dijo Parker y cortó. Hizo otra llamada.
Llamó a un total de veinticuatro hombres. Para localizar a alguno de ellos tuvo que hacer dos o tres llamadas. Cuando terminó, ya era de noche en Tyler, y once de los veinticinco habían aceptado ir.