Un sol frío caía ya sobre el lago Elk Horn antes de que yo me metiera en la cama. Llevó horas aclarar los hechos con los representantes locales de la ley. No los culpo; la carnicería que se había producido en la casa era impactante. Tampoco los culpo por querer detenerme a mí en primer lugar: un joven yacía muerto en el comedor, una adolescente y una anciana tenían sendas heridas de bala, y yo era la única que tenía un arma.
El oficial al mando, un hombre de rasgos duros llamado Blodel, ordenó a un par de ayudantes del sheriff que me retuvieran allí. Cuando advirtió lo que hacían, Geraldine adoptó sus modales de gran dama. Exigió a Blodel que la escuchara antes de hacer cualquier cosa de la que más tarde pudiera arrepentirse. A pesar del dolor y la pérdida de sangre, hizo un breve y fluido relato del papel de Renee en la masacre de la noche. Se quedó sentada en la silla de mimbre, pero su porte de autoridad era tal que Blodel interrumpió lo que hacía para escucharla.
– Ella le disparó al muchacho, intentó matar a Victoria. Victoria, ¿dónde está el arma de Renee?
Le dije a Blodel que encontraría el arma en la nieve frente a la puerta de la cocina.
– Tendrá las huellas de la señora Bayard. Y verán que las balas coinciden con la que mató al joven del comedor.
Blodel envió a una mujer a buscar el arma de Renee, pero el otro agente siguió sujetándome. Renee aprovechó la oportunidad para tomar el control de la situación. Se alejó del lado de Catherine, asumiendo como una segunda piel un porte dominante para decirle a Blodel que Benjamin Sadawi era un terrorista, buscado por el FBI, y que ella le había disparado para proteger a su nieta. Que le agradecería mucho a Blodel que la ayudara a llevar a su nieta hasta un avión; la chica estaba en estado de shock, recuperándose de una herida, y necesitaba volar a Chicago para recibir atención médica.
Geraldine y yo escuchamos con creciente indignación, pero no pudimos decir ni una sola palabra que contradijera su versión: Blodel nos hacía callar cada vez que lo intentábamos.
La furia terminó por hacer que Geraldine se pusiera de pie.
– Pero qué mentiras, Renee, qué mentiras; te sientan tan bien como un guante. Pero deberías saber, Renee, que Marcus Whitby vio el acuerdo que Calvin y Olin firmaron juntos. Sea lo que sea lo que figure en el acuerdo, Julius Arnoff tiene una copia.
Antes de continuar, el pie herido cedió y la hizo caer, aferrándose a los brazos de Blodel. Mi vigilante me soltó para ayudar a Geraldine a sentarse otra vez y para asegurarse de que no se hubiera hecho más daño. Mientras la atención recaía sobre Geraldine, y sobre Renee, que decía: «Oh, Geraldine, ¿siempre tienes que hacerte la víctima para llamar la atención?», yo retrocedí hasta un rincón del cuarto con el teléfono móvil.
La primera llamada fue para Freeman Carter. Mi abogado no se alegró de recibir noticias mías a las cuatro de la mañana, pero escuchó el resumen de lo ocurrido. Dijo que conocía a un abogado en Rhinelander, la ciudad grande más cercana, y me hizo esperar mientras buscaba el número. Cuando me lo dio, me dijo que esperara media hora antes de llamarlo para que él pudiera antes explicarle la situación.
A continuación llamé a Bobby Mallory. Años de emergencias a medianoche le hicieron contestar de malas pulgas pero coherentemente.
– Estoy en Eagle River, Bobby. Renee Bayard acaba de dispararle a Benjamin Sadawi.
– Cuéntamelo todo rápidamente, Victoria, y al grano, sin rodeos.
Se lo expliqué todo de manera escueta. Casi sin rodeos. Bueno, no demasiados. Le conté cómo Catherine había huido con Benjamin la tarde anterior, ante lo cual él me interrumpió: ¿cómo lo sabía yo? ¿No sería porque había ayudado a Benji a escapar y sabía dónde estaba?
Decidí saltar ese tema y le hablé a Bobby del fenobarbital y de la enfermera de Calvin Bayard que sufría de ataques epilépticos. Incluso le conté lo del trato secreto entre Calvin y Olin Taverner, a pesar de que me ahogaba con las palabras, incapaz casi de pronunciarlas.
– Renee ayudó a cerrar ese trato hace cuarenta años, Bobby. Marc Whitby lo encontró y fue a hablar con ella. Renee no estaba dispuesta a dejar que el secreto de Calvin saliera a la luz. Había construido su vida alrededor de la figura de gran hombre que hizo de él; no iba a dejar que el mundo lo viera como un simple mortal. Es probable que también haya matado a Olin.
– ¿Según tu palabra? -Bobby era sarcástico.
– El abogado de la familia tiene una copia del acuerdo entre Calvin Bayard y Olin Taverner, firmado por los dos. No conozco los detalles, pero el despacho es Lebold & Arnoff. Si te permiten leerlo, será más fácil aclarar las cosas.
Bobby gruñó.
– ¿Y qué tuvo que ver el chico con todo esto?
– Vio a Renee Bayard tirar el cuerpo de Marcus Whitby en el estanque, la semana pasada. Justo antes de morir, Benji dijo que Renee fue hasta allí en un vehículo que no era un coche; que la vio poner el cuerpo de Marc en el estanque. ¿Recuerdas el cochecito de golf del que te hablé el domingo? Para ella debió de ser muy fácil.
Podía imaginarme cómo lo había hecho. Habría invitado a Marc a una cita en privado: «Manténgalo en secreto para que no haya posibilidad de que Llewellyn se entere», le diría. «No querrá arruinar su carrera por permitir que él sepa que ha hablado conmigo». Marc nunca soltaba prenda -todos sabían eso-, de modo que Renee podía estar segura de su silencio.
Catherine pasaba la noche del domingo en New Solway; Elsbetta tenía la noche libre. Renee invitó a Marc a Banks Street, le sirvió su bourbon favorito adulterado con una dosis del fenobarbital de Theresa. Tan pronto como comenzó a sentirse mal, antes de que perdiera el conocimiento y no pudiera andar, ella lo llevó hasta su coche. «Será mejor que lo lleve al hospital», podía imaginarla diciendo. El genio de la organización en marcha.
Cuando Renee llegó a Coverdale Lane, Marc apenas estaría consciente. Ella lo habría dejado en el coche, habría atravesado la alcantarilla, conseguido el vehículo de golf, pasado el cuerpo desde un coche a otro y luego habría ido hasta el estanque.
Bobby me escuchó durante todo el relato, pero al terminar manifestó su escepticismo.
– Pintoresco, pero sin pruebas.
Casi doy una patada en el suelo por la frustración.
– Si estoy en lo cierto, el vehículo que está en el cobertizo del campo de golf proporcionará pruebas a tus técnicos forenses. Sería fantástico que llegaran antes de que lo pinten o lo desechen.
Hizo una pausa.
– Está bien. Pondré eso en la lista de prioridades, pero ¿qué tiene que ver tu cuento de hadas con el lío en el que estás metida?
– Renee vino hasta aquí para silenciar a Benji, así no podría identificarla. Pero Geraldine Graham y yo le oímos decir que ella puso el cuerpo de Marcus Whitby en el estanque, que él lo vio desde el ático de Larchmont.
– Sí, digamos que es el testimonio de un terrorista muerto. Ni siquiera voy a intentar llevar eso a los tribunales.
– Bueno, entonces intenta llevar pruebas reales, y algo de trabajo de la policía. -Se me estaban crispando los nervios-. Antes de que Renee regrese a Chicago como la heroína triunfante que mató a un terrorista, estaría bien que detuvieran a la enfermera y al ama de llaves de Calvin Bayard, y que averiguasen cuánto falta de su fenobarbital. Y si hay huellas de Renee en el frasco. Y si no vieron a Renee el lunes pasado, cuando se suponía que ella estaba en Chicago. Y también alguien tiene que haber visto a Renee ir a casa de Taverner la noche en que murió, de la misma manera que alguien habrá visto a Whitby ir al apartamento de Renee el domingo pasado.
– Son demasiadas suposiciones -objetó Bobby.
– El jodido cochecito de golf me parece bastante concreto. -Intenté no gritar.
– No utilices esas expresiones, Vicki, quedan mal en una mujer. Te he dicho que revisaremos el vehículo. Lo haremos hoy, pero en cuanto al resto, sabes que no me gusta jugar con tus teorías, sobre todo cuando afectan a otras jurisdicciones. Y especialmente cuan do implican a un hombre buscado como Sadawi.
– Y sobre todo con una familia como los Bayard. Pero los Graham me apoyarán en esto. Y voy a apelar a Murray Ryerson; si la policía no encuentra pruebas, él lo hará. Es incluso posible que uno de los oficiales de DuPage tenga las agallas de ir a la casa de los Bayard si le digo lo que acabo de contarte.
– Tus amenazas me gustan menos que tus insinuaciones, Vicki. -El humor de Bobby también comenzaba a agriarse-. Sabes muy bien que mi trabajo debe atenerse a las reglas, sin importar quién sea el sospechoso. Y también sabes que hablaré con Jack Zeelander sobre lo que ocurrió con Sadawi, pero no voy a repetir tu versión del pobre huerfanito indefenso. ¿Comprendes?
– Oh, Bobby, si estuvieras aquí, si pudieras ver a Catherine Bayard, como Julieta en la tumba, no…
– De acuerdo, Vicki, cálmate. Has tenido un día largo, has visto demasiada sangre, necesitas irte a la cama. Le diré a Zeelander que Sadawi está muerto y dejaremos el resto hasta que encontremos a alguien de balística. ¿De acuerdo?
– Gracias, Bobby. -Su repentino vuelco de generosidad me dio ganas de llorar, cosa que no podía permitirme en ese momento-. ¿Puedes hablar con el oficial al mando aquí? La señora Graham tiene un pie herido y noventa y un años. Necesita un médico. Y yo necesito una cama.
Bobby habló con el oficial Blodel. Frente a mí podía desautorizar mis métodos, pero frente a un extraño no dejaría de apoyarme, como hija de sus amigos Tony y Gabriella.
Después de hablar con Bobby primero, y luego con el abogado recomendado por Freeman, el tono de las preguntas de Blodel cambió poco a poco. Dejó de dirigirse a mí como lo hace el policía con el criminal, para comenzar a hablar como un profesional con un colega.
Finalmente, cerca de las seis de la mañana alguien recogió el cuerpo de Benji para enviarlo a la morgue local. Fueron necesarios dos oficiales para apartar a Catherine del cuerpo. Cuando la levantaron de la mesa, ella los siguió hasta el coche fúnebre. Uno de los policías la detuvo y la llevó de regreso a la cocina. Se tiró sobre mí, agarrándome como una niña. La rodeé con mis brazos. Renee se lanzó hacia delante, como bala de cañón a toda velocidad.
– Vamos, querida. Que te vea un médico y luego nos iremos a casa.
Catherine se aferró a mí.
– ¡Vete! No te me acerques. Disparaste a Benji como si fuera un caballo con una pierna rota. No quiero volver a verte. ¡Vete, vete, vete!
No sabía si la policía se pondría del lado de Renee Bayard, pero la explosión de Catherine le impactó como ninguna otra cosa de la noche. Por un breve momento su rostro se quebró; se la vio como una vieja herida, y no como la brigadier al mando. No era una compensación que pudiera ofrecer a Harriet Whitby o a la madre de Benji, pero significaba al menos un pequeño equilibrio en la balanza de la justicia.
Renee intentó discutir con Catherine, pero su nieta comenzó a gritar. Dos oficiales se llevaron a Renee. No la acusaban de nada, dijeron, pero querían hacerle unas preguntas sobre su pistola.
Blodel vio que no podría llevarme a la comisaría para hacer una declaración oficial, a menos que estuviera preparado para lidiar con más histeria por parte de Catherine. Al final, habló conmigo en el salón mientras un oficial tomaba notas. Finalmente tuve la oportunidad de relatarlo todo, bien… casi todo, lo que había ocurrido desde que Geraldine y yo habíamos salido de Chicago. Omití la grabación encontrada en el Saturn, porque quería llevármela de vuelta.
Mientras Blodel y yo terminábamos de hablar, una policía trajo ropa limpia para Catherine del armario de su propia hija adolescente. También hizo levantar al dueño de un motel local para conseguirnos una habitación.
En el motel, la mujer policía me ayudó a bañar y a desvestir a Catherine y a ponerle un camisón. Yo pasé un buen rato bajo la ducha, intentando obligar a mi piel a que dejara de sentirse como desollada. Cuando me metí en la cama, me dormí tan rápido que ni siquiera recordaba haberme acostado. Hacia mediodía me desperté porque sentí el brazo de Catherine en mi espalda, pero volví a dormirme tan pronto como me di la vuelta.
Cuando finalmente me desperté a las tres de la tarde ella seguía durmiendo, con su cara alargada gris y sofocada. Me levanté torpemente y me metí en mis gastadas ropas, deseando que la mujer policía también hubiera traído algo limpio para mí.
Desperté a Catherine para decirle que salía a buscar algo de comer, pero que estaría de regreso en una hora. Me miró medio atontada y se volvió a dormir.
Cuando regresé con algunas provisiones y una pizza caliente, me sorprendí al ver que Darraugh estaba esperándome. Había alquilado una avioneta para ir a buscar a su madre, me dijo, y lo había organizado todo para que Catherine y yo regresáramos a Chicago con él. Le expliqué que ya había dos coches en la casa, pero me dijo que durante la semana enviaría a alguien para recogerlos.
– Mi madre me ha contado todo lo que has hecho en las últimas veinticuatro horas. Por ella, por el muchacho, por Catherine. Ya está bien para una semana. Ahora voy a buscar a mi madre al hospital; volveré a recogerte a ti y a Catherine. Mi piloto es excelente, pero como el avión es pequeño, será mejor que volemos mientras sea de día.
Dije que necesitaba hablar con el abogado para asegurarme de que todo estuviera arreglado con la policía local, pero Darraugh ya se había ocupado de eso también. Creo que tenía doce años la última vez que alguien se había ocupado de esa forma de todas mis cosas. Se lo agradecí emocionada y fui a despertar a Catherine.
En nuestro viaje al sur, permanecimos en un estado de estupor durante todo el trayecto. En el pequeño aeropuerto donde aterrizamos, Darraugh tenía un coche esperándonos. Envió a su chófer a New Solway con su madre y nos acompañó a Catherine y a mí a la ciudad en un taxi. Cuando indicó al taxista la dirección del apartamento de Banks Street, Catherine volvió a sollozar: no quería ver a su abuela, ni a su padre, al menos por el momento, no después de ver morir a Benji y de que todo el mundo lo tratara de terrorista. Finalmente, sin saber qué hacer, le dije que podía venir a mi casa.