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NOTICIAS DE MUERTE

Cuando llegamos a mi apartamento, Darraugh pagó al taxista y nos acompañó hasta la puerta, diciendo que quería hablar conmigo.

– De acuerdo, porque yo también quiero hablar contigo -dije-. Tengo que explicarle a mi vecino qué he estado haciendo últimamente y luego instalar a Catherine. ¿Quieres que nos veamos mañana?

– Esta noche. Mañana tengo que ir a Washington. Usaré tu teléfono mientras tú te ocupas de tus cosas.

El señor Contreras y los perros surgieron justo en ese momento del apartamento. Darraugh resistió el ataque tolerablemente bien. Él y el señor Contreras ya se habían encontrado una o dos veces, pero tenían tanto en común como un pez y una jirafa; ambos son animales, pero ahí se acaba el parecido. Catherine, por su parte, pronto cogió confianza con el señor Contreras. Peppy colaboró, pero la personalidad directa y nada pretenciosa del señor Contreras la tranquilizaron como pocas cosas lo habrían hecho en esos días.

Mi vecino nos acompañó arriba para ayudarme a desplegar una cama portátil para Catherine en el comedor, y para escuchar con detalle nuestra aventura. Yo le había llamado desde Eagle River, pero quería saberlo todo, desde el momento en que Geraldine y yo salimos de Chicago, hasta que nos subimos a la avioneta de regreso esa tarde.

Darraugh se sentó en el salón para hablar por teléfono, mientras yo le mostraba a Catherine cómo cerrar bien la puerta y dónde estaban cosas como el baño y el té. Me preguntaba durante cuánto tiempo le resultaría cómodo vivir en un lugar tan pequeño, sin ama de llaves para limpiar el polvo de los rincones o asegurarse de que no faltaran el yogur búlgaro y el tofu especial que a ella le gustaban.

Mientras le enseñaba el apartamento, el señor Contreras revisó el frigorífico y los armarios.

– No tienes comida. Has estado viviendo del aire, y yo sigo diciéndote que es malo para tu salud. ¿Vas a salir con el señor Graham? Prepararé espaguetis para la señorita.

– Sin carne; es vegetariana -dije.

– Con tomate. Yo mismo preparo la salsa, y ni tu madre la haría mejor -le aseguró el señor Contreras a Catherine.

Ella sonrió tímidamente; sin que en apariencia le molestara la referencia a su madre, que había muerto cuando ella tenía un año. El señor Contreras llevó a Catherine y a los perros abajo. Yo me quité la ropa sucia, me duché y me vestí con unos pantalones de lana y una blusa rosa de seda. Lo que fuera que Darraugh quisiera decirme, yo quería sentirme despierta y atractiva.

Cuando me uní a Darraugh en el salón, estaba enredado en una complicada conversación con Caroline, su asistente personal. Le ofrecí una copa, pero él quería salir; no quería que el señor Contreras o Catherine nos interrumpieran en medio de la conversación.

Cogimos un taxi en Belmont y bajamos hasta el hotel Trefoil, en Gold Coast. Darraugh pidió una de las mesitas del rincón con vistas al lago Michigan, para él un martini seco, Black Label para mí, y esperó a que el camarero se retirara.

Hizo un numerito con la cáscara de limón, frotándola alrededor del borde de la copa, torciéndola hasta romperla. No era mi intención ayudarlo.

– Larchmont es una casa terrible; chupa la vida de cualquiera que se le acerque -dijo desgarrando la cáscara en fragmentos pequeños-. Debería haber sabido, cuando mi madre me dijo que veía luces, que a eso seguiría algún desastre. Te has portado bien. Dadas las circunstancias, te has portado más que bien. Nadie podría haber sido tan eficaz con mi madre.

– Es una gran mujer. Es una pena que haya dejado que su madre la dominara tanto.

Un músculo saltó en su mandíbula.

– Laura Taverner Drummond era una persona horrible. Hizo un daño terrible a todos lo que la rodeaban. Al morir mi padre, hizo de mi vida un infierno. No hablé con ella durante diez años, hasta que me casé y mi mujer insistió en que hiciera un esfuerzo por reconciliarnos. Y luego mi abuela intentó descalificar a Elise ante los ojos de cualquiera que viviera en ese nido de avispas que es New Solway. Elise fue la persona más amable que haya pisado la tierra, y mi abuela… pero eso ya no importa. -Bebió la mitad de su martini de un trago y luego habló rápidamente, sin mirarme-. Yo encontré el cuerpo de mi padre. Sé que mi madre te lo ha dicho. Lo que ella no sabe es que encontré su nota de suicidio. -Apoyé mi vaso con tanta brusquedad que el whisky casi se desbordó-. Estaba destinada a ella, a mi madre. De haber sabido que yo encontraría su cuerpo, jamás se habría matado como lo hizo o donde lo hizo. En Exeter nos habían mandado a casa urgentemente a causa de tres alumnos que habían enfermado de polio. Yo no me molesté en enviarles un telegrama. Estaba acostumbrado a volver solo a casa y sabía que mi madre estaba en Washington, con Calvin. En el primer piso había un estudio donde mi padre solía leer y ver la televisión. Al llegar fui a buscarlo allí, esperando encontrarlo. Y lo encontré colgando encima del escritorio. Fue… -Se cubrió la cara con las manos. La imagen seguía vivida en su mente después de cuarenta y cinco años. Corté la soga, intenté hacerle el boca a boca; ese año nos lo habían enseñado en un campamento. Todo lo que podía pensar era que la abuela no debía enterarse. Ella odiaba que mi padre usara el estudio: era un cuarto para hombres, decía, hecho por su marido para hacer trabajos masculinos. Nunca volvió a entrar cuando mi padre lo ocupó. Cubrí su cara con mi abrigo. Y luego vi la nota-. Sacó la cartera del bolsillo interior de la chaqueta y desplegó una hoja de papel muy arrugado.


¿Sentiste envidia de un poco de amor, Geraldine? Yo nunca usé a tus amantes en tu contra, pero tú has usado al mío para ayudar a tu propio amante. Sé que Olin y Calvin siempre fueron enemigos. Sé que Olin cree cosas que ninguna persona correcta puede admitir, pero el amor es una enfermedad sin remedio, y yo amaba a Olin. Ahora que nos has visto juntos, y se lo has dicho a Calvin, Olin piensa decirle al mundo que yo intenté seducirlo y que lo acosé con mis ofrecimientos homosexuales.

La verdad es que… nadie sabe la verdad. Olin y yo nos sentimos atraídos desde la primera vez que nos vimos. Nos enamoramos. Nos citábamos en Nueva York o en Washington. Y ahora quiere traicionarme ante el mundo entero para salvar su pellejo; no, ni siquiera eso, sólo para sacarle ventaja a Calvin.

Estoy enfermo de corazón, de cuerpo y de mente y no hay cura, ni manera de seguir en este planeta, viendo cómo tú sigues irremediablemente enamorada de Calvin mientras él te abandona, viendo cómo Olin me traiciona, viendo cómo tu madre nos observa a todos con su malévola mirada. Sólo Darraugh me ata a la tierra y pronto conocerá el ancho mundo, dejándome atrás. Haz lo que quieras cuando me encuentres.


Cuando se la devolví, Darraugh continuó ásperamente:

– Cuando era adolescente no se hablaba de homosexualidad, no al menos como hoy en día. Estaba impactado. Esa tarde fue todo terrible. Estaba como la joven Catherine, viendo cómo se desintegraba todo mi mundo. Sentado allí con el cuerpo de mi padre, mi único pensamiento fue querer protegerlo. De mi abuela, de mi madre, de Olin. No sabía con quién hablar. En medio de mi horror elegí a Renee. Pensé que ella tenía un punto de vista distinto, era una recién llegada, podría evitar que Olin cumpliera con sus amenazas. Le mostré la carta y ella dijo que se encargaría de proteger el secreto de mi padre.

– Ya veo -dije-. Renee debió de usar la carta para forzar a Olin a detener el interrogatorio de Calvin. No podía comprender por qué Olin se guardaba para sí los pecados de Calvin, aun después de que la homosexualidad dejara de ser algo tan negativo en la vida pública. Pero todos estos años Renee habrá usado la nota como refuerzo: si Olin traicionaba a Calvin, ella le mostraría al mundo la clase de hombre que era: no el hecho de que fuera gay, sino su intención de traicionar a tu padre para salvar su pellejo. Y él se mantuvo en silencio, hasta que apareció Marcus Whitby.

Darraugh terminó su martini y pidió otro.

– ¿Tú le dijiste que siempre tendría acceso a la carta si la llegaba a necesitar? -pregunté.

– Ésta es una copia. La escribí por mi cuenta para llevarla encima, sin saber qué hacer con ella. Viví en las calles de Nueva York durante un año. Viví… como chulo, supongo que así se dice. Sí, quise vivir la vida de mi padre, hasta que finalmente supe que su vida no era la mía y volví a Exeter. -Me ofreció su sonrisa de hielo-. Tuve suerte de que fuera antes del sida. Aunque para el caso, experimenté otras enfermedades y desventuras desagradables.

Estiré mi mano para apretar la suya. Cerró con fuerza los párpados, pero no antes de que viera el brillo de las lágrimas a la luz de la vela.

Después de un momento retiré mi mano.

– ¿Por qué la semana pasada estabas tan enfadado por el curso que tomaba mi investigación? Me amenazaste de una forma que me hizo dudar si seguir trabajando contigo.

– Renee me llamó. Me dijo que estabas intentando desenterrar toda la vieja historia de mi padre, de Calvin, de mi madre. -Se mordió los labios y por un momento torció su cabeza a un lado; luego volvió a mirarme-. Yo lo amaba. MacKenzie Graham era un buen hombre, un buen padre. Su muerte, su vida, todo eso es la cicatriz de una herida todavía dolorosa. Pensé que intentabas abrirla de un tajo. Debería haberte conocido mejor.


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