¡Basta de luto! Todavía late la sangre en mis venas.
¡Ah, si tuviera a Horacio a mi lado, e¡ inmortal, que tenía un consuelo para cada cuita! Ansioso de procurarme un bálsamo para el corazón, hurgo entre sus escritos y encuentro la oda Los límites del dolor.
No siempre torrencial desde las nubes
la lluvia cae sobre rastrojos ásperos,
ni, sin cesar, las locas tempestades
irritan al mar Caspio
ni en la región Armenia
dura el inerte hielo todo el año.
Ni eternamente el Aquilón combate
las encinas del Gárgano,
ni los desnudos olmos lloran siempre
las hojas de que fueron despojados.
Débil tú, con acentos doloridos
por aquel Misté gimes
que las crueles Parcas te robaron,
y al levantarse el día ve tus lágrimas
y al retirarse el sol te ve llorando.
Pero Néstor, de noble y larga vida,
no la pasó gimiendo
por su Antíloco amado,
y el prematuro fin del joven Troilo
así padres y hermanas no lloraron.
Cesen ya, Valgio amigo,
esos lamentos blandos.
Celebremos más bien los nuevos triunfos
del César: el Nifates ahora helado;
el Eufrates famoso, que, sintiéndose
sólo un vencido más unido a tantos
de su caudal reduce la fiereza
y a los Gelonos que también domados
en límites prescriptos
cabalgarán por sus estrechos campos.