XL

¡Basta de luto! Todavía late la sangre en mis venas.

¡Ah, si tuviera a Horacio a mi lado, e¡ inmortal, que tenía un consuelo para cada cuita! Ansioso de procurarme un bálsamo para el corazón, hurgo entre sus escritos y encuentro la oda Los límites del dolor.


No siempre torrencial desde las nubes

la lluvia cae sobre rastrojos ásperos,

ni, sin cesar, las locas tempestades

irritan al mar Caspio

ni en la región Armenia

dura el inerte hielo todo el año.

Ni eternamente el Aquilón combate

las encinas del Gárgano,

ni los desnudos olmos lloran siempre

las hojas de que fueron despojados.

Débil tú, con acentos doloridos

por aquel Misté gimes

que las crueles Parcas te robaron,

y al levantarse el día ve tus lágrimas

y al retirarse el sol te ve llorando.

Pero Néstor, de noble y larga vida,

no la pasó gimiendo

por su Antíloco amado,

y el prematuro fin del joven Troilo

así padres y hermanas no lloraron.

Cesen ya, Valgio amigo,

esos lamentos blandos.

Celebremos más bien los nuevos triunfos

del César: el Nifates ahora helado;

el Eufrates famoso, que, sintiéndose

sólo un vencido más unido a tantos

de su caudal reduce la fiereza

y a los Gelonos que también domados

en límites prescriptos

cabalgarán por sus estrechos campos.

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