XVIII

Calendas del mes Sextilis, que ahora llaman Augusto. Suena a burla.

En aquel entonces, hace cuarenta y cuatro años, cuando tomé posesión de la pagana Alejandría, me sentí honrado como Julio, mi divino padre, por dar mi nombre a treinta y un días del año. Hoy, ese honor se me antoja una afrenta, pues es la forma más barata de reconocimiento y no obliga a nada. Al contrario: soy yo quien, desde entonces, debo ofrecer una fiesta cada uno de esos días conmemorativos, como si la única manera de celebrar aquella conquista fuera con comilonas y borracheras. Hasta ahora, en las calendas del mes de Augusto, siempre me llevaban al Foro en una litera. Allí, se exhibían las deidades egipcias mitad hombre, mitad animal y los artistas y esclavos danzaban de acuerdo con el ritual egipcio. Seguramente, en consideración a mi estado, hoy han desistido de exponer al público los miserables restos del emperador César Augusto, pero no dudo que los festejos se celebrarán sin mí. Algún día esta fiesta caerá en el olvido como ha sucedido con muchas otras. Sunt lacrimae rerum.

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