XVII

Todo cambio de guardia me sobresalta, porque presiento a un asesino emboscado detrás de cada pretoriano. Creo que a los yelmos rojos los divierte avanzar hacia mí con las armas desenvainadas para regresar luego a su lugar a paso redoblado. Sin duda, se han percatado de mi miedo hace tiempo. ¿O es solo mi imaginación? Tal vez mi muerte les sea indiferente.

¡Oh, no, les interesa sobremanera! A los pretorianos les conviene la muerte de cada emperador, pues la costumbre impone dejarle a cada uno un legado por fieles servicios. ¡Fieles servicios! Creo que no está lejos el día en que el César será asesinado por su propia guardia para disfrutar cuanto antes del legado. Los pretorianos son soldados sin moral, no luchan por sus convicciones, sino por la bolsa de dinero. La protección del César no les importa. Alzarían sus armas por cualquiera que los recompensase. ¿Recompensar?

Si poseyera oro podría sobornar a los guardias y huir, pero por un lado me han quitado todo, como suele hacerse con un idiota inhabilitado, y por otro ¿adónde iría?

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