LX

Ebriedad. ¡Por Baco, no puedo escribir!


Yo, Potibio, liberto del divino Augusto y experto en el arte de la escritura, comprendo en este momento, cómo se engendró ese odio abismal que separó a Augusto y a Antonio, y, a mi juicio, todo romano debiera enterarse de esto. Pero también comprendo en este momento que, por su disposición, el divino era todo menos general y estadista, y que los dioses lo colmaron de dicha. Si bien expuso todo esto en los pasados días con claro pensamiento, sin escatimar en autocrítica, de repente sus sentidos volvieron a obnubilarse. Ha empezado a beber, lo cual no le conviene y lo sabe. ¿Por qué lo hace? Balbucea y pelea con hombres invisibIes, pero de súbito arguye con palabras bien hilvanadas y yo me pregunto si está realmente ebrio o si su borrachera es fingida. Los hombres con los que dialoga están todos muertos:

Con Cicerón, Platón, Epicuro… ¡Ninguno de ellos se encuentra ya entre los vivos! Sin embargo, el adivino parece entender su lenguaje.

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