VIII

De buena gana hubiera concluido ayer mis pensamientos, pero me lo impidió la revolución en mis intestinos. ¿Es este el fin? No quiero pensar en ello… ¿Dónde había quedado?

Me hace pensar, a mí, el romano, qué poco pudieron hacer seiscientos años de filosofía en los romanos, no digo helenos, pues soy un vir vere Romanus hasta la más recóndita fibra de mi corazón. Ciertamente, Atenas es mi pasión, pero Roma es mi amor y me arrogo el mérito de haber devuelto a los romanos la plena conciencia de su nacionalismo, orgullo y arrogancia. No logré rescatar a los dioses vernáculos, pues desde hace centurias los griegos han hecho prevalecer su presencia en nuestro panteón y de muchos de los nuestros no ha quedado más que el nombre y tras él se esconde una deidad griega. Por buenas razones, tampoco devolví a las escuelas a los filósofos romanos… No tuvimos ninguno y aquellos que alabaron con toda sabiduría el ser romano como Virgilio y Horacio, son romanos como yo, pero dotados por la naturaleza de mentalidad griega. Como ya he mencionado, la cabeza es el mayor obstáculo en el amor.

Fueron menester mucha insistencia y una suma respetable para convencer a los epicúreos que alabaran el territorio itálico con magnas palabras, tal como Hesíodo glorificó en su momento a Aquea y a sus dioses. Podrá la amapola lucir con el brillo del sol en las plateadas laderas del Parnaso, podrán centellear como monedas flotantes las islas del Egeo y saludar el templo de Apolo los escarpados picos de Ática, ningún surco aqueo supera la divina belleza de la tierra en las fuentes del Clitumno en tierra de Umbría. Jamás fui un romano más fervoroso que allí en medio del camino de la provincia gala, entre arroyos turbulentos que borbotean por las verdes praderas con su incesante murmullo. Una colina de mediana altura, engalanada de oscuros cipreses, junta para numerosas arterias de irregular fuerza las aguas que pronto forman un estanque de cristalina superficie. Pero al parecer, el Clitumno reúne nuevamente las fuerzas en esta laguna para surgir con revoltosa alegría del otro lado, como río, y arrastrar consigo a las barcas entre claros fresnos y plateados álamos. En la orilla saluda al sagrado templo con la imagen divina vestida de blanco. Clitumno es adorado como dios del oráculo por la gente de la cercana Hispellum, y numerosas tablillas votivas dan testimonio de su don de la adivinación. No lejos de allí hay un balneario que prepararon para milos habitantes de Hispellum. ¡Jamás me refresqué y solacé tanto en el agua como en la nieve! Luego, extenuado por las largas caminatas, descansaba en las gradas talladas en la piedra. Por todo esto les regalé el templo, pero Hispellum pasó a ser coloniadentro de la sexta región. Añoro las mañanas de mayo en las cantarinas fuentes del Clitumno, añoro el agua del dios, el murmullo de los arroyos, añoro el susurro de los árboles y el sublime aislamiento del lugar, añoro la emoción interior de ser un romano, que sentí sobre esta tierra.

Pedí a Virgilio que, más o menos con las mismas palabras, escribiera una loa a nuestra tierra, y después de un primer momento de vacilación el epicúreo cantó la sigiuente oda para gloria de la patria. Es el más bello de sus poemas y me conmueve cada vez que lo leo:

Mas no los Medos con sus selvas ricos

No el Ganges bello, y turbio el Hernio de Oro

No Bactria, no los Indos, no Pancaya

con arenas de incienso envanecida,

Osen a Italia disputar sus glorias.

Italia a quien el seno

No con la reja revolvieron toros

que por la ancha nariz llamas despiden

y dientes de dragón la tierra mullen

Mies de guerreros no espigó sus campos

Con duros yelmos y apretadas picas

No: mas ¿veis cuál abunda

en llenas mieses y suaves vinos,

cual olivos la alegran y rebaños?

Allá erguida campea

el guerrero corcel, acá, bañadas

frecuentes veces en tu sacro río

Miro albas reses y el fornido toro

Cabeza de las víctimas, Clitumno,

que romanas conquistas

Condujeron en triunfo al Capitolio

Eterna, primavera, aquí floreces

Mitiga ajenos tiempos el estío

Dos veces cada año

Prole anuncian las hembras del rebaño

y da sus pomas el frutal dos veces

No aquí rabiosos tigres, de leones

la raza maldecida aquí no prueba,

ni vegetal ponzoña, al que en el campo

hierbas cogiendo va, traidora engaña.

No rastrera en enormes vueltas gira

Ni en tanto espacio como en lueñes tierras

Cierra la sierpe su escamosa espira

Contempla luego y mira

Tanta egregia ciudad, tanta obra insigne

Tantos castillos, fábrica del hombre

Acumulada piedra sobre piedra

Que dan temor, y las corrientes aguas

que viejos muros sojuzgadas lamen.

¿O el mar diré que a un lado y a otro lado

la Patria ciñe? ¿Tantos lagos bellos?

A ti, príncipe entre ellos

Lario, o a ti, que al férvido Océano

en olas y fragor, Benacio, copias?

¿O cantaré los diques, del Lucrino

Las allegadas moles; y el furioso

Rugir del mar, por donde la onda Julia

Lejos retumba al ímpetu del ponto,

y el Tirreno agitado

Hierve, y las fauces del Averno invade?

Tierra en todo fecunda,

Venas de argento y cobre Italia encierra,

Y en oro bullidor su seno abunda

y ella hijos fuertes a sus pechos cría:

Los Marsos, las sabélicas legiones,

El sufrido Ligur, el Volsco armado

de dardo invicto; Manos ella y Decios

Brota, grandes Camios, Escipiones

Nacidos a la guerra; y madre es tuya

¡Oh, César soberano,

Que hoy triunfante en las últimas regiones

Del Asia, haces que el Indo tiemble, y huya

De las almenas del poder romano!

¡Salve, madre feliz, de mieses rica,

Rica en hombres de pro, Saturnia Tierra!

¡Salve! En tu honor mi voz y mi deseo

A las artes agrícolas levanto

Que celebraron las antiguas gentes,

El sello rompo de las sacras fuentes

y las lecciones del anciano ascreo

Por las romanas poblaciones canto.

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