XXXVI

Con mis leyes, escasas en número, pero de mucho más vasto alcance en su repercusión que todas las leges datae existentes hasta ahora, me hice de una cantidad de enemigos en las clases pudientes, pues reducen sus ventajas y el derecho siempre debe constituir el justo medio entre la ventaja y la desventaja. Un pueblo que querella ardoroso respecto de si debe incluirse en el precio del alquiler la sombra que da el asno en el sol, requiere leyes perentorias. Promulgué, pues, la Lex Julia de ambitu, con la cual puse contención a la obrepción.

Quienes habían logrado acceder a un cargo mediante dinero, quedaban excluidos por cinco años del desempeño de cualquier otro cargo. De este modo, se incrementaron las oportunidades para los escasos recursos y me atraje la simpatía de todos aquellos que hasta ese momento sólo veían abrirse puertas por el poder del oro. Mis leyes sobre la moralidad, la Lex Julia de maritandis ordinibus, la Lex Julia de adulteriis coercendis y la Lex Papia Poppaea, contribuyeron a incrementar mi impopularidad, porque la inmoralidad, favorecida por los desórdenes de las guerras civiles, logró.introducirse sobre todo en los mejores círculos. Impuse a los hombres y mujeres célibes elevados impuestos y por otro lado otorgué bonificaciones por matrimonio y nacimiento. Este se me antojó el único medio fructífero para contrarrestar la alarmante merma de la población entre los ciudadanos romanos. Más aun, llegué al extremo de permitir por ley el matrimonio con una liberta y, contrariamente al derecho vigente hasta ese momento, declaré legítimos ciudadanos romanos a los descendientes de estas uniones.

Promulgué, no sin razón, la Lex Papia Poppaea el año en que investían el consulado Marcos Papio Mutilo y Quinto Popeo Segundo, dos funcionarios irreprochables, pero conocidos calaveras de los que no estaba a salvo ninguna falda, por supuesto, solterones. ¿No dice acaso la tradición que los mismos dioses inmortales son en parte del sexo masculino y en parte del femenino y en sus encuentros engendraron nuevos dioses por voluntad divina? Los cónsules romanos, en cambio, tenían amoríos con esta y aquella según su antojo y capricho y llegaban a usar fétidas vejigas de pescado para prevenir el peligro de dejar descendencia, por Hades. Les era ajena la idea de una mujer recatada, pura, hacendosa y amante de los niños, consuelo en la desgracia y sostén en la vejez, como la de la perduración del Estado en jóvenes que labraran la tierra, practicaran un oficio, cruzaran el mar con naves repletas de ricos productos y cultivaran bellas ideas y bellas artes en tiempos de paz, si bien capaces asimismo de defender al país en tiempos de guerra. Su conducta llevaba el sello del egoísmo, del placer de la cama, las relaciones con muchas mujeres, tal como se dijo de mi divino padre.

Para hacer prevalecer la Lex Papia Poppaea convoqué al pueblo en el Foro y exigí que los célibes se separaran de los casados. La Via Sacra serviría de línea divisoria entre ambos y como era de esperar la cantidad de solteros superó por mucho a los unidos en matrimonio y bendecidos con descendencia. Primeramente, elogié la conciencia cívica de los unos y prometí premiarlos con la exención de impuestos, luego me dirigí a la maliciosa mayoría del otro lado de la calle y los amonesté más o menos en los siguientes términos: "¿Cómo he de llamaros? ¿Hombres? No, porque no cumplís deberes de hombre. ¿Ciudadanos? No, pues a juzgar por vuestros actos, el Estado va camino de su ruina. ¿Romanos? No. En definitiva vosotros bregáis para borrar este nombre. Fuese lo que fuere lo que creáis ser vosotros, yo, Caesar Augustus Divi Filius, me estremezco, pues aunque hago todo por elevar el número de romanos, vosotros superáis a los otros. Desearía que fuese a la inversa. Estáis empeñados en extinguir nuestra especie, sin preocuparos por el designio de los dioses y la provisión de nuestros antepasados, estáis empeñados en aniquilar al pueblo romano, contra el que no pudo el más terrible enemigo. Vuestra conducta es peor que la de los asesinos y profanadores de templos. Os convertís en asesinos si no permitís que vengan al mundo quienes serán vuestros descendientes, en sacrílegos si ponéis prematuro final al nombre y al honor de vuestros antepasados. Es traición a la patria, dejarla estéril como un campo mcultivado en la fértil Campania. Son los individuos los que hacen a un pueblo y es el pueblo el que constituye una ciudad, no los pórticos y las plazas.

¡Oh, cuál seria la ira de Rómulo, el padre de todos vosotros, si viera la conducta inmoral de su descendencia! ¡Cómo se enojaría Marco Curcio, él que se arrojó con sus armas y el valor de un guerrero en una profunda grieta abierta en el Foro! Según el oráculo, la peligrosa hendidura no se cerraría hasta que Roma sacrificara su supremo bien. La valentía de Curcio tuvo éxito, pues la tierra se cerró sobre él y el peligro quedó conjurado. ¿Y Hersilia, la sabina raptada, no derramaría lágrimas de pesar, al ver amenazada de extinción a Roma, la ciudad en la cual quiso quedarse por propia voluntad? Nuestros padres combatirían todavía por sus mujeres y no hubieran celebrado la paz si no hubiese sido por las súplicas de sus esposas e hijos. Pero vosotros vivís sin compañera del sexo opuesto, como vírgenes vestales. Entonces, vosotros, inútiles romanos, debierais haceros pasibles del mismo castigo que ellas cuando cometen actos deshonestos con hombres: ¡debierais ser emparedados vivos!"

Les dije: "Os entregáis a vuestra lujuria e inmoralidad hoy con esta, mañana con aquella, pues vuestra diversión no consiste en estar solos, por el contrario, hacéis muescas en los troncos de los árboles, una por cada conquista y los árboles mueren privados de su corteza. ¿No advertís, vosotros, Marcios, Fabios, Quintios, Valerios y Julios (no os excluyo) que también os estáis extinguiendo? ¿No os dais cuenta que Roma parece una ciudad extraña por la cantidad de extranjeros, libertos y esclavos? ¿Que siguiendo el ejemplo del filósofo, debemos echar mano de un farol para hallar a un verdadero romano? ¿Creéis que de la tierra brotarán hombres para hacerse cargo de vuestros bienes y cometidos públicos como nos cuentan en su florida prosa los escritores de mitos? Y, para colmo, las leyes sobre moral jamás fueron más liberales en Roma que en la actualidad. La ley no sólo os permite contraer matrimonio con una liberta, sino comprometeros con una niña que no haya cumplido aún los doce, en consecuencia una impúber, y en ambos casos la ley os promete la rebaja en los impuestos”.

Y concluí más o menos así: "Me llamáis Padre de la Patria, lo cual suena a burla, en tanto no participéis de este título. Si me amáis de veras y no me habéis otorgado el mencionado título por adulación sino para honrarme, aspirad a ser maridos y padres."

Dudo que la fuerza de mis palabras fuera bastante. La inmoralidad denigra al ser humano al extremo de que al final termina amándola. A mi juicio, no son sino las leyes las que hacen interesante a la inmoralidad.

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