LXIX

Desde que los oídos me han negado su servicio, mi entorno se ha convertido en un teatro. Todos vienen a mí, se me acercan y forman con los labios sonidos ininteligibles, como los peces del acuario de Mecenas, a la vez que se acompañan con violentos movimientos de brazos y piernas. Livia me trata como si fuera un infante al igual que Musa, y yo desvío la mirada cuando aparecen ante mí. Areo me ha traído una tablilla que remplaza a la perfección el lenguaje, pero obliga a quienes me hablan a reducir su verbosidad habitual.

Poco a poco he empezado a aprovecharme de mi sordera y a ordenar mis pensamientos en una visión retrospectiva, a la manera de Livio, según la sucesión de los cónsules romanos. Pues quienes vengan después de mi serán quienes exijan una rendición de cuentas y no pretendo eludirla.

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