En Hillgate Village, James echó otra mirada al reloj que reposaba sobre la repisa de la chimenea. Eran las 7.42. Había transcurrido algo más de una hora desde que llamara a Frances. Ya tendría que haber llegado. Repitió una vez más el cálculo rápido que había venido haciendo durante los últimos sesenta minutos. Entre Bank y Notting Hill Gate había diez estaciones; contando dos minutos por estación, serían unos veinte para todo el trayecto, y quince minutos para llegar a Bank. Pero quizá no había encontrado a Claudia y había tenido que llamar un taxi. Aun así, el viaje no podía durar sesenta minutos, ni siquiera en hora punta y por el centro de Londres, a no ser que hubiera un atasco excepcional, calles cerradas o una alerta terrorista. Volvió a llamar a casa de Frances; tal como suponía, no hubo respuesta. A continuación marcó de nuevo el número de Claudia, pero también fue en vano. Eso no le sorprendió: Claudia había podido ir directamente a reunirse con Declan Cartwright, o quizá tenía un compromiso para ir a cenar o al teatro. Nada le permitía suponer que Claudia tuviera que estar en casa. Conectó la radio y sintonizó una emisora local, pero tuvo que esperar otros diez minutos para escuchar el boletín de noticias. Se advertía a los viajeros que había una retención en la Central Line. No dieron ninguna razón, cosa que habitualmente indicaba la existencia de una amenaza del IRA, pero dijeron que cuatro estaciones entre Holborn y Marble Arch se hallaban cerradas al público. Así que ésta era la explicación. Frances aún podía tardar una hora más en llegar. Así pues, no le quedaba más remedio que armarse de paciencia y esperar.
Empezó a recorrer con nerviosismo la sala de estar. Frances sufría una ligera claustrofobia. Él sabía lo mucho que detestaba utilizar el túnel peatonal de Greenwich. Le disgustaba viajar en metro. No estaría atrapada allí si no hubiera querido acudir a toda prisa para estar a su lado. James esperó que no se hubieran apagado las luces del tren, que no tuviera que permanecer sentada, sin amigos, en la más completa oscuridad. Y de súbito tuvo una visión extraordinariamente vivida y angustiosa de Frances abandonada, moribunda, en un túnel oscuro y opresivo, lejos de él, inalcanzable y sola. Expulsó de su mente esa imagen morbosa y miró de nuevo el reloj. Esperaría media hora más e intentaría ponerse en contacto con los Transportes de Londres para averiguar si la línea ya estaba abierta o cuánto calculaban que iba a prolongarse el retraso. Se acercó a la ventana y, moviéndose tras las cortinas, contempló la calle iluminada y anheló que su fuerza de voluntad pudiera hacerla aparecer.