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– Sí, señor ministro -aseguró el subjefe de policía-. Tengo la convicción de que actuarán esta noche, cueste lo que cueste. Creemos que no se trata únicamente de una cuestión de yihad, sino de honor familiar. Y en ese contexto, no hay nada que negociar… No. Gracias a usted, señor ministro. Adiós.

Colgó el auricular.

– El ministro del Interior -explicó a la docena de personas que estaban pendientes de la conversación-. Y será mejor que esos dos jodidos bromistas atenten contra algo esta noche o…

Al capitán del SAS se le escapó una risita. La situación la salvó el teléfono de mesa de Mackay. El hombre del MI6 respondió a la llamada.

– ¿Sí? ¿Vince? ¿Dónde estás, amigo?… Sí. ¿Y tienes…? ¡Genial! Buen chico. Espera un momento…

Tapó el auricular y señaló con el aparato a Liz.

– Price-Lascelles, el director de la escuela galesa. Nuestro hombre lo ha encontrado, pero se oye muy mal.

Los ojos de Liz se abrieron desmesuradamente.

– De acuerdo. No me lo pases, ya voy.

La voz del docente apenas se oía, daba la impresión de que hubiera colocado varios pañuelos sobre el micrófono.

– Sí, les oigo… hable…

– Necesito saber algo de una de sus ex alumnas, Jean d'Aubigny… ¡Sí, Jean d'Aubigny!

– … cuerdo muy bien… ¿Qué puedo…?

– ¿Tenía algún amigo o amiga especial? ¿Alguien con quien pasara las vacaciones? ¿Alguien con quien pudiera haber mantenido contacto?

– ¿Contacto?

– ¡¿Quiénes eran los mejores amigos de Jean d'Aubigny?!

– … oven difícil, no hacía amigos fácilmente. Su mejor amiga por lo que… erdo era una chica problemá… ada Megan Davies. Su familia… vía en Lincoln, creo. Su padre… uerzas aéreas, en la RAF.

– ¿Está seguro?

– Es lo que me dijer… John y Dawn eran una pareja agradable. Creo que… y en consecuencia, Megan se volvió muy rebeld… Al final, dio la impresión de que permitíamos… estros alumnos consumieran drogas y…

– ¿Fue Jean d'Aubigny a visitar alguna vez a la familia Davies?

– … e yo sepa. Puede que lo hiciera después de que Megan dejara Garth Hous…

– ¿Adonde se trasladó la familia Davies desde Gedney Hill?

– Lo siento, pero no puedo ayudarla. Ellos… cuando Megan dejó nuestra escuela…

– ¿Sabe adonde fue después Megan? ¿A qué colegio o escuela…? ¿Señor Price-Lascelles? ¿Oiga…? ¡¿Oiga…?!

Pero la línea se había cortado. Al levantar la vista, reparó en que todos los presentes tenían los ojos fijos en ella. Mackay y Dunstan exhibían sonrisas particularmente indulgentes.

¿Había sido todo inútil? Que alguien la hiciera desaparecer, por favor.

Colgó y volvió a su mesa, sin hacer caso de los ojos que seguían sus movimientos. Buscó su lista de contactos en el portátil y llamó al Ministerio de Defensa. Se identificó ante el oficial de guardia y pidió que le pasaran con Archivos.

– Ya estamos cerrando el chiringuito -advirtió una agradable voz casi juvenil-. Tendrá que ser rápida.

– Tardaré lo que sea necesario -replicó ella en el mismo tono-. Es un asunto de seguridad nacional, y si no quiere estar buscando trabajo mañana mismo le sugiero que no se mueva un centímetro de su puesto hasta que terminemos. ¿Ha quedado claro?

– La escucho -dijo el joven con petulancia.

– Archivos de la RAF. John Davies. D-a-v-i-e-s. Oficial. Probablemente administrativo. Nombre de la esposa: Dawn. Nombre de la hija: Megan.

– Un segundo. Estoy… -Liz oyó como tecleaba-. ¿Ha dicho John Davies…? Sí, aquí lo tenemos. Casado con Dawn, apellido de soltera Letherby. Estaba en el Comando Estratégico del Aire.

– ¿Alguna vez estuvo destinado en Lincolnshire?

– Sí. Pasó… veamos, dos años y medio en la base Gedney Hill de la RAF.

– ¿Sigue operativa? Nunca he oído hablar de ella.

– La cerraron cuando recortaron los presupuestos hace diez años. Allí solían dar cursos de evasión a las tripulaciones. Y creo que las Fuerzas Especiales realizaban entrenamientos con sus Chinook.

– ¿Adonde enviaron a Davies después? -preguntó Liz.

– Veamos… Pasó seis meses en Chipre, y después lo pusieron al mando de la base Marwell de la RAF en East Anglia. Los norteamericanos la utilizan para…

Liz sintió que su mano estaba a punto de estrujar el auricular. Tuvo que obligarse a mantener el mismo tono de voz.

– Lo sé -cortó-. ¿Dónde vivían su familia y él?

– En un lugar llamado West Ford. ¿Quiere la dirección?

– Después. Primero, quiero que busque otro nombre. Delves, Colin Delves. D-e-l-v-e-s. Actualmente ostenta el mando de Marwell. Mire si vive en la misma dirección.

Otra ráfaga de tecleo y un breve silencio.

– Sí, en la misma dirección. Número uno de La Terraza, West Ford.

– Gracias.

Liz colgó y miró en derredor.

– Estamos protegiendo el objetivo equivocado.

Un helado silencio. Absolutamente hostil.

– La dote de Jean d'Aubigny, la razón por la que fue ascendida tan rápidamente a un estatus operativo, es que tiene información clasificada vital para el SIT; concretamente, dónde se aloja el comandante de la base Marwell. Estuvo viviendo allí con una amiga de su escuela. Con toda seguridad se conoce hasta el último rincón de la casa. Van a matar a Colin Delves y toda su familia.

Jim Dunstan parpadeó varias veces mientras su rostro se quedaba blanco como el papel. Sus ojos pasaron de Mackay a Don Whitten.

El capitán del SAS fue el primero en reaccionar, descolgando el teléfono y marcando un número interno.

– Equipos Sabre, preparados para acción inmediata. Repito, Equipos Sabre, preparados para partir.

– ¡West Ford! -exclamó Liz-. El pueblo se llama West Ford.

Una docena de voces gritando órdenes a la vez. Ruido de pies corriendo, de encendido de motores, de rotores empezando a girar. Y un segundo después, el iluminado hangar volviéndose pequeño bajo ellos.

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